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Grecia, cordero vociferante camino del matadero
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Alberto Artero

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Grecia, cordero vociferante camino del matadero

Grecia acaba de firmar su sentencia de muerte. Y, precisamente por eso, cuando tome conciencia de que va camino del patíbulo incumplirá los términos del acuerdo

Grecia acaba de firmar su sentencia de muerte. Y, precisamente por eso, cuando tome conciencia de que va camino del patíbulo incumplirá los términos del acuerdo sellado la madrugada del martes. La cuadratura del círculo es imposible: austeridad salvaje y crecimiento sostenido no pueden formar parte de la misma ecuación. Más cuando, de los 130.000 millones de ayuda adicional comprometidos, ni un solo euro irá a parar a la actividad productiva helena sino que se destinará a salvar sus bancos y refinanciar la deuda. La declaración institucional simultánea de todos menos Francia y Alemania del lunes es, desde ese punto de vista, un brindis al Sol. La economía financiera ya no solo amenaza con devorar a las víctimas de sus excesos. Lo hace. Y de qué manera. Lo aprobado ayer ahoga al país, expulsa a los inversores privados, protege a los públicos, cercena soberanía y no resuelve el problema sino que lo pospone al fijar un escenario idílico de imposible cumplimiento. No lo dice McCoy sino la Troika. Ha vuelto a triunfar la esperanza vana sobre la experiencia cierta.

En efecto, en un documento de 10 páginas del todo menos confidencial que ha llegado a manos de Reuters y Financial Times, de fecha 15 de febrero  y firmado por analistas del BCE, la Comisión Europea y el FMI, los analistas advierten de cómo todos los riesgos convergen en una dirección: al alza. De hecho, contemplan en su escenario central -que Grecia vuelva al crecimiento en 2014 con un aumento del PIB del 2'3%- la necesidad de una nueva aportación de fondos de 50.000 millones de euros a partir de 2014. Y señalan, en lo que es un epitafio demoledor del informe, que “partiendo de unas ratios de deuda tan altas, en los próximos diez años cualquier pequeño contratiempo –no se implantan las reformas y/o no se alcanza el superávit primario previsto- puede conducir a dinámicas insostenibles, dejando al programa en situación muy vulnerable”. De ser así, la deuda sobre el PIB se dispararía al 178% en 2015 para reducirse solo al 160% en 2020, frente al 120'5% que salió de la reunión de ayer. Una década perdida.

Un problema adicional, tal y como se apunta en ese mismo informe, es la expulsión definitiva del sector privado en la financiación del agujero griego. No solo porque se sustituyen préstamos de los particulares -que sufren un recorte final del 53%, ampliado al 70% si se tiene en cuenta el valor presente de los nuevos vencimientos y tipos de interés de aplicación-, por dinero público sino porque, además, se dota a este de prelación absoluta a la hora del cobro, hasta el punto de que sus intereses han de estar depositados con, al menos, tres meses de antelación en una cuenta específica abierta a tal fin. Tal asimetría se edulcora con la reversión a Grecia de los beneficios que puedan obtener los inmunes bancos centrales con sus bonos griegos. Pero lo cierto es que, después del palo recibido, ninguna mesa de tesorería bancaria los va a contemplar como alternativa de inversión. Más aún cuando la quita, al considerarse voluntaria, invalida el credit event que activaría los Credit Default Swaps, seguros de impago utilizados como cobertura. Eso significa, en definitiva, la muerte en los mercados de su renta fija, considerada “junior” a todos los efectos.

El mecanismo de “pay as you go” establecido para el desembolso de los fondos acordados dota de vulnerabilidad adicional al sistema ya que no solo depende de la adopción de determinadas medidas de ajuste por parte del ejecutivo sino también del cumplimiento de unos objetivos macro excesivamente voluntaristas cuya realización no está directamente en manos del gobierno con sede en Atenas por más que se establezcan los necesarios mecanismos de control permanente del gasto. Oír como se ha oído el martes por la mañana que ahora todo “depende de los griegos” es un signo de hipocresía notable. Es verdad que no es sino el propio país el responsable de lo que le está ocurriendo, tanto en el inicio de la crisis como en su desarrollo posterior. Que la corrupción habita impune los despachos oficiales y la economía sumergida campa a sus anchas. Que sus ciudadanos han sido los primeros en darse a la fuga, financieramente hablando, en cuanto han tenido oportunidad. Pero el castigo parece excesivo… por inviable. Entre la pena de muerte y la cadena perpetua se ha optado por la segunda.

Se ha logrado salvar el riesgo de un default incontrolado de sus obligaciones pero se ha abierto la ventana a la recesión europea y, con ella, a la deflación. De hecho algún banco internacional se está hinchando a vender protección contra esta contingencia. Ya que se ha hecho de un problema menor, que apenas supone el 2% del PIB de la Eurozona, una cuestión de estado, enterrando 240.000 millones, el 100% de su PIB que se dice prionto, que al menos se hubiera hecho atacando el problema en su raíz: la falta de competitividad de su economía a resultas de una paridad cambiaria absurda y una estructura productiva en las antípodas de la alemana. Intentar igualar por arriba es un imposible. El discurso de las dos monedas en paralelo, comentada asiduamente en Valor Añadido y ahora rescatada por algunos otros autores, permitiría matar esos dos pájaros de un tiro, al conceder tiempo para las reformas estructurales, facilitar de manera inmediata un respiro en términos de comercio internacional gracias a la devaluación y conservar el autogobierno nacional, eliminando la sensación de la bota en la cabeza.

Ahora, con elecciones el próximo mes de abril y la popularidad de los dos principales partidos por los suelos -19’4% de intención de voto los conservadores y 13’1% los socialistas- la posibilidad de un cambio de signo parlamentario que derive en un retroceso en el errado camino andado hasta ahora es más que cierta. ¿Y entonces? Lucas Papademos habrá cumplido con su papel: traer invitados a la fiesta bajo la promesa de una seriedad que apenas figura en el ADN de la nación, si nos atenemos a los precedentes históricos. Pero eso importa poco a su ciudadanía, empeñada en echar balones fuera. Con la renta disponible a la baja, el estado del bienestar cuestionado, el coste financiero disparado y la certeza de trabajar para otros y no para sí mismos instalada en la conciencia nacional, sabe que va camino del matadero. La ruptura parece inevitable. Desgraciadamente. Nos esperan muchas más reuniones del Eurogrupo, al menos, hasta que se den cuenta de cuál es el fondo de esta historia. No se relajen.

Grecia acaba de firmar su sentencia de muerte. Y, precisamente por eso, cuando tome conciencia de que va camino del patíbulo incumplirá los términos del acuerdo sellado la madrugada del martes. La cuadratura del círculo es imposible: austeridad salvaje y crecimiento sostenido no pueden formar parte de la misma ecuación. Más cuando, de los 130.000 millones de ayuda adicional comprometidos, ni un solo euro irá a parar a la actividad productiva helena sino que se destinará a salvar sus bancos y refinanciar la deuda. La declaración institucional simultánea de todos menos Francia y Alemania del lunes es, desde ese punto de vista, un brindis al Sol. La economía financiera ya no solo amenaza con devorar a las víctimas de sus excesos. Lo hace. Y de qué manera. Lo aprobado ayer ahoga al país, expulsa a los inversores privados, protege a los públicos, cercena soberanía y no resuelve el problema sino que lo pospone al fijar un escenario idílico de imposible cumplimiento. No lo dice McCoy sino la Troika. Ha vuelto a triunfar la esperanza vana sobre la experiencia cierta.