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Grecia da un balón de oxígeno a una Europa agonizante
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Alberto Artero

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Grecia da un balón de oxígeno a una Europa agonizante

El resultado de las elecciones griegas supone un balón de oxígeno para una Eurozona enfrentada a la peor crisis desde su fundación. Aparentemente, y a la

El resultado de las elecciones griegas supone un balón de oxígeno para una Eurozona enfrentada a la peor crisis desde su fundación. Aparentemente, y a la espera del resultado definitivo, los partidos favorables a mantener el statu quo con el resto de los socios comunitarios -programa de rescate sujeto a la supervisión de la troika formada por la Comisión, el BCE y el FMI- ha logrado la mayoría necesaria para gobernar pese a la subida en votos y representación de los partidos extremistas de derecha e izquierda. Está por ver si, a cambio de la alianza contra natura de conservadores y socialistas, se produce una alteración de las condiciones pactadas. Pero sería peccata minuta comparado con lo que podía haber sucedido de no haberse consumado esta situación.

Estamos, por tanto, ante el mejor de los escenarios posibles a priori. Pero no debemos permitir que las ramas de una euforia temporal, razonada o no, nos impidan ver el bosque de lo que está sucediendo a nivel regional. El sueño comunitario se encuentra en una situación absolutamente crítica, terminal me atrevería a decir. Y, o se abordan las medidas necesarias para sacarlo de manera definitiva de la UVI en que se encuentra, o serán muchas las ‘gracias’ que estallen en nuestra cara en el futuro más cercano. Lo peor que podría suceder es que, a resultas del desenlace electoral heleno, la perentoriedad por converger en un proceso de verdadera unión financiera y/o fiscal se volviera a dilatar en el tiempo. Merkel no lo quiera.

Es hora de superar la falta de consistencia y el voluntarismo que han caracterizado buena parte de las soluciones que los dirigentes regionales han puesto sobre la mesa desde el inicio de la crisis. Propuestas que han incurrido en la contradicción de atacar las causas, manteniendo los efectos. En efecto, se han buscado reformas estructurales, la eliminación de excesos o la racionalización de servicios públicos, de acuerdo, pero tales iniciativas se han simultaneado con inyecciones de fondos que han permitido artificialmente mantener los altos niveles de endeudamiento. El fruto de esa esquizofrénica política ha sido una paralización de la actividad real mientras la deuda financiera se disparaba, no tanto en volumen como en coste, estrangulando las finanzas públicas y privadas. De locos.

Como ha quedado demostrado, ha sido peor el remedio que la enfermedad, entre otras cosas, porque es sabido que el fruto de la austeridad es inmediato mientras que el de las iniciativas de crecimiento tarda en mostrarse en el tiempo. La primacía de la táctica, del remedo puntual para calmar al mercado, frente a la estrategia, la solución global que garantice un futuro sostenible, es la que ha conducido a la situación presente en la que la amenaza de ruptura es más cierta que nunca. De ahí que sea vital que la Unión dé respuesta adecuada al reto que tiene encima de la mesa. Y eso pasa por replicar en términos de soberanía la cesión monetaria que condujo al nacimiento del euro y al reconocimiento del BCE como única autoridad en la materia. Es el modelo a seguir por más que el carácter fungible de la moneda única esté ahora en tela de juicio a resultas de lo que está pasando con los tipos de mercado de los distintos estados miembros y el flujo de fondos entre ellos.

No solo urge hacerlo sino que el planteamiento ha de ser radical. Si algo ha demostrado la Eurozona en estos críticos momentos es falta de cintura y de capacidad de reacción en la medida en que cada decisión ha de pasar por cada uno de los parlamentos nacionales y buena parte de las propuestas requieren de una absurda unanimidad. Del mismo modo se van diseñando por el camino los instrumentos necesarios para solventar los problemas que van surgiendo, lo que da lugar a situaciones surrealistas como el anuncio de un rescate bancario a España en la que los detalles no se conocen por completo una semana después. Con la incorporación de cada nuevo socio la Eurozona se hace más ingobernable. Hay que cortar de raíz con una dinámica suicida que le lleva a ir siempre por detrás de los acontecimientos. No queda otra. Eso o el abismo.

Se hace imprescindible una revolución que limpie el sueño europeo de todas las miserias que viene arrastrando y le sitúe en la senda definitiva de la sostenibilidad. Podar para crecer. Un nuevo modelo que obligue a todos a retratarse, especialmente a aquellos que se negaron a meter el pié en el charco de la divisa común y ahora disfrutan de condiciones únicas de financiación. Que suponga una cesión definitiva de determinadas competencias, que establezca un calendario de convergencia regulatoria y económica, que cuente con órganos de gestión autónomos aun para las decisiones más relevantes (con mayorías cualificadas, eso sí, cuando sea necesario), que disfrute de presupuesto propio y tesoro único, que sustituya y no complemente los parlamentos nacionales y que persiga, en definitiva, poner en funcionamiento la aspiración última de unidad política que provocó su nacimiento. Que plantee, en definitiva, de manera dramática el ser o no ser, individual y colectivo.

No se trata de una utopía sino, probablemente, de una última oportunidad para Europa con aroma a corredor de la muerte. Y no solo porque el proceso coincida con la Presidencia de Turno de la quebrada Chipre que se inicia el uno de julio, sino porque está en juego su supervivencia. Es verdad que la evolución de los acontecimientos y las servidumbres creadas entre los estados miembros son un hándicap que se antoja insuperable. Pero aún así. Lo peor que podría pasar es que, consumado el desastre, si es que se consuma, alguien –usted, yo, cualquiera- mirara hacia atrás y dijera: ni siquiera lo intentaron. Pues bien, eso, exactamente eso, es lo que ha sucedido hasta ahora. Ni siquiera se ha intentado de una manera convencida y convincente. A los hechos me remito. Es hora de ponerle remedio si no queremos que más antes que después la Eurozona sea ese mal sueño del que uno despierta abruptamente.

Buena semana a todos.

El resultado de las elecciones griegas supone un balón de oxígeno para una Eurozona enfrentada a la peor crisis desde su fundación. Aparentemente, y a la espera del resultado definitivo, los partidos favorables a mantener el statu quo con el resto de los socios comunitarios -programa de rescate sujeto a la supervisión de la troika formada por la Comisión, el BCE y el FMI- ha logrado la mayoría necesaria para gobernar pese a la subida en votos y representación de los partidos extremistas de derecha e izquierda. Está por ver si, a cambio de la alianza contra natura de conservadores y socialistas, se produce una alteración de las condiciones pactadas. Pero sería peccata minuta comparado con lo que podía haber sucedido de no haberse consumado esta situación.