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Al Rajoy más timorato no le llega la camisa al cuello
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Alberto Artero

Valor Añadido

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Al Rajoy más timorato no le llega la camisa al cuello

Imagino, y no será mucho imaginar, que Mariano Rajoy debió de seguir el jueves con especial atención tanto la decisión sobre los tipos de interés del

Imagino, y no será mucho imaginar, que Mariano Rajoy debió de seguir el jueves con especial atención tanto la decisión sobre los tipos de interés del BCE como la pública comparecencia posterior de su gobernador, Mario Draghi. No en vano el italiano suponía para nuestro presidente una suerte de ‘comodín del banco central’, tras el nuevo fiasco que, en términos de generación de confianza en los mercados, había supuesto la Cumbre Europea del fin de semana anterior, renovado compendio de buenas intenciones y nulas concreciones. El factor t de tiempo jugaba en contra de sus intereses y solo el anuncio de medidas excepcionales de política monetaria podía retrasar lo inevitable y dar un respiro veraniego al mandatario, primero, y al conjunto de los españoles, después. En Moncloa el anuncio olía a última oportunidad para guardar la tijera y al cobrador del frac hasta septiembre.

No fue el caso. La autoridad supranacional adoptó un ajuste cosmético centrado en dos ejes: rebaja del precio del dinero del 1 al 0’75% y bajada de la remuneración de los depósitos de los bancos privados en la institución del 0’25 al 0%. Con un doble objetivo: minorar el coste de financiación de la economía e incentivar la circulación del dinero. Como si la experiencia no hubiera probado que, la trampa de la liquidez y la desconfianza de unas entidades financieras respecto a otras, han convertido esa meta dual en una quimera. Prueba de ello es que el saldo del sistema en el emisor apenas se ha resentido y sigue a niveles cercanos a los 800.000 millones de euros. En cualquier caso, de compras de deuda soberana en mercado, nueva línea extraordinaria de liquidez para la banca o similares, nada de nada. Al contrario, discurso severo de endurecimiento de garantías, incluida la inadmisión en los términos actuales de los títulos avalados por el estado. Vaya por Dios.

El resultado de dicha inacción no se hizo esperar, el bono español se disparó por encima del 7%, con la prima de riesgo por las nubes, y la bolsa acumuló una caida cercana al 7% en dos días, jueves y viernes. El nuevo curso de los acontecimientos pilló con el pié cambiado, una vez más, a los populares que apostaban por un auxilio seguro que les permitiera postergar las decisiones más dolorosas para el país. No hay más que ver la distinta reacción de los dos periféricos más en el punto de mira en la actualidad. Mario Monti hizo públicas, a las pocas horas del anuncio, medidas de severo ajuste que incluyen cambios en el modelo administrativo y estado del bienestar italianos. Todo preparado, por si las moscas, y activación inmediata. Por el contrario, el Consejo de Ministros del Gobierno de España fue el menos prolífico en iniciativas de toda la legislatura y, si nos atenemos a las declaraciones en esas 48 horas de los distintos ministros, preocupaba más el futuro de Rodrigo Rato que del conjunto de España. Blanco y negro.

Algo que nos conduce inevitablemente a esa peculiar forma de hacer las cosas que tiene el gallego, válida para cuando se está en la oposición o se quiere liquidar a los enemigos políticos internos, pero suicida cuando de gobernar una nación se trata. Postergar la toma de decisiones, ir por detrás de los acontecimientos y asumir que la mejor manera de que los problemas se solucionen es no menearlos demasiado. Ahora comprueba en sus carnes la ineficacia de dicha estrategia y se ve obligado, por los acontecimientos que no por voluntad o convencimiento propios, a actuar como no lo ha hecho hasta el momento. No caben más excusas, el último comodín ha salido rana. Nos espera un ajuste sin precedentes en la historia de la democracia, subidas de impuestos y recortes de prestaciones. Es lo que desde el primer momento querían nuestros acreedores con la necesaria connivencia del BCE. Eso y la eliminación de los privilegios de esa casta hasta ahora inmune. Al Rajoy más timorato no le llega la camisa al cuello ante lo que se le avecina. Pudo ponerse en su día el traje de estadista. Ahora es un ridículo disfraz que le queda grande. Esperemos que lo lleve de la forma más digna posible.

Buena semana a todos. 

Imagino, y no será mucho imaginar, que Mariano Rajoy debió de seguir el jueves con especial atención tanto la decisión sobre los tipos de interés del BCE como la pública comparecencia posterior de su gobernador, Mario Draghi. No en vano el italiano suponía para nuestro presidente una suerte de ‘comodín del banco central’, tras el nuevo fiasco que, en términos de generación de confianza en los mercados, había supuesto la Cumbre Europea del fin de semana anterior, renovado compendio de buenas intenciones y nulas concreciones. El factor t de tiempo jugaba en contra de sus intereses y solo el anuncio de medidas excepcionales de política monetaria podía retrasar lo inevitable y dar un respiro veraniego al mandatario, primero, y al conjunto de los españoles, después. En Moncloa el anuncio olía a última oportunidad para guardar la tijera y al cobrador del frac hasta septiembre.