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¿Galicia, País Vasco? Da igual: todo está podrido
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Alberto Artero

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¿Galicia, País Vasco? Da igual: todo está podrido

Les voy a decir una cosa: el resultado de las elecciones vascas y gallegas, en el fondo y salvo por la cuestión soberanista en el primero

Les voy a decir una cosa: el resultado de las elecciones vascas y gallegas, en el fondo y salvo por la cuestión soberanista en el primero de los comicios, dan igual. El panorama político en España es desolador. Y basta conversar dos minutos con cualquiera que tenga conocimiento interno del mismo para salir espantado. No hay, desafortunadamente, administración que se salve.

En los últimos días he podido conocer de primera mano parte de la realidad de Castilla y León, que es de las pocas que aún no ha acudido al Fondo de Liquidez Autonómica para solicitar ayuda. Pues bien, pese a ser de momento un oasis en medio del desierto de la financiación, las historias que cuentan los que han estado próximos a algunos miembros de sus sucesivos gobiernos son para salir corriendo y no parar.

Ahora que la precipitación presupuestaria obliga a extremar las medidas de control y flota latente la denuncia de todos aquellos funcionarios que piensan que con su silencio tienen mucho más que perder que que ganar, al contrario de lo que ocurría antes, la mierda amenaza con aflorar a la superficie a toneladas y terminar de mostrar un estado de corrupción, en la doble acepción del término 'estado', en el que hasta el más tonto ha tratado de utilizar los recovecos del sistema para lucrarse de forma directa o indirecta.

Desde los más relevantes, como ese apellido ilustre del PP, familia de rancio abolengo en el partido, cuyas facturas de teléfono, almuerzos diarios y hasta flores eran la comidilla en la Junta, hasta esa Consejera que no dudaba en hacer pasar como gasto de representación el iPad, los bolsos o los regalos para sus hijos y que, lejos de ser relegada tras las últimas elecciones, ha salido reforzada en el gobierno regional para estupefacción de quienes internamente la venían denunciando.

Eso por no hablar del derroche que supone un modo ruinoso de administrar unos recursos por definición escasos ya que pertenecen a todos los ciudadanos.  Disparar con pólvora del rey lo hace cualquiera. Venga muebles, venga material informático que luego ni se abre, venga coches, chóferes y lo que se tercie. El despilfarro como norma en la creencia de que el servicio público es cosa del vivo al bollo y el muerto al hoyo, comamos y bebamos que no sabemos lo que nos va a durar este chollo.

No es de extrañar, desde ese punto de vista, el desapego de los ciudadanos hacia la política como vehículo representativo del sentir popular, dada la falta de democracia interna en los propios partidos, la carencia de listas abiertas y la falta de circunscripciones que vinculen desde el conocimiento directo a gobernantes y gobernados; hacia unas políticas trufadas de un tacticismo que generan inseguridad jurídica y van a remolque de los acontecimientos, ¿cuántos Reales Decretos ha habido desde que la prima de riesgo se ha relajado?; y hacia unos políticos que han hecho de la profesión su único modo de vida, porque no sabrían ganársela de otro modo: les falta voluntad y, sobre todo, conocimiento para ello.

Aún así, nos aferramos con cada elección al espejismo democrático en la ingenua creencia de que nuestra capacidad de decisión es el mejor de los sistemas posible, sabiendo como sabemos que hace tiempo que no es así. Tal y como está concebido en la actualidad, su carácter fraudulento es flagrante: los programas electorales son papel mojado y las promesas de las campañas se hacen para incumplirlas. Nos da igual, allá que vamos felices a la periódica excursión al colegio de turno, a depositar nuestra papeleta. Que buenos son los Padres Escolapios...

Una reforma constitucional no solo es posible sino que se ha convertido en imprescindible. Y es ahora, antes de que el desapego fragmente el arco parlamentario, cuando los dos partidos que representan a una mayoría suficiente de los españoles deben abordarla con determinación, entre otras cosas, para renunciar a sus privilegios actuales y, a partir de ahí, sacar la Transición del callejón sin salida en que ellos mismos la han metido mientras la gran mayoría de la población miraba hacia otro lado. Días de vino con sabor a ladrillo y rosas impregnadas de ilusión de riqueza.

PP y PSOE tienen muy poco que perder y mucho que ganar. Más les vale darse cuenta y ofrecer de una vez por todas altura de miras antes de que, por acción y omisión, caigan víctimas de su propia insignificancia. Que caerán.

Buena semana a todos.   

Les voy a decir una cosa: el resultado de las elecciones vascas y gallegas, en el fondo y salvo por la cuestión soberanista en el primero de los comicios, dan igual. El panorama político en España es desolador. Y basta conversar dos minutos con cualquiera que tenga conocimiento interno del mismo para salir espantado. No hay, desafortunadamente, administración que se salve.