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Y el viernes, el patético Gobierno español se quitó la careta
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Alberto Artero

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Y el viernes, el patético Gobierno español se quitó la careta

Muchas expectativas se habían creado alrededor del ambicioso plan de reformas que el Gobierno había anticipado para el pasado viernes, conjunto de medidas que nos permitirían

Muchas expectativas se habían creado alrededor del ambicioso plan de reformas que el Gobierno había anticipado para el pasado viernes, conjunto de medidas que nos permitirían comprender, por fin y después de año y medio, ¿quién da más?, su visión de la España del mañana y los mecanismos concretos a utilizar para perfilarla, cambios en leyes y demás normativa legal. Qué fiasco, qué maldito fiasco. Uno más.

Del encuentro con periodistas posterior al Consejo de Ministros, los españoles pudimos sacar dos conclusiones.

Una, que el optimismo del Ejecutivo respecto a la salida de la crisis estaba contagiado de esa bondad antropológica que caracterizó el discurso de Zapatero a tus zapatos durante toda su legislatura. La cruda realidad era la que objetivamente muchos deducíamos al calor de los datos macro nacionales que se habían ido publicando antes de este jarro de agua fría. Pocas alegrías, si alguna, de aquí a 2015 en términos de crecimiento e empleo, mantras del discurso gubernamental. No lo duden, esas portadas para enmarcar de Montoro en La Razón de hace poco menos de un mes, 2014 is the name of the game for my dear Spaniards, eran una tomadura de pelo de tamaño familiar, discurso de cara a la galería. No le anduvieron a la zaga otros miembros de gabinete de Rajoy contagiados por esa suerte de cheering-up colectivo, a ver si cuela. Lo sabían y lo han tenido que decir perseguidos por una verdad que se evidenciaba con cada cifra: a la recesión le queda cuerda para rato. Se han quitado la careta.

Otra, que para el gallego recluido en Moncloa salvo para actos del partido y los políticos profesionales que le rodean, ensimismados como siempre en la fantasía del que se mueve desde hace décadas en coche oficial, todo se entiende en términos de fiscalidad. Lo importante son los impuestos, tributos, gravámenes y tasas. Repasen, si no, el video de la comparecencia de Soraya. Como si un país sin futuro aparente pudiera reconstruirse sobre los cimientos del mayor o menor sangrado del bolsillo ciudadano, de la multiplicación horizontal o vertical (figuras o tipos) de sus responsabilidades ante Hacienda. De nada han servido las críticas ante, por ejemplo, el fiasco de la primera ‘reforma’ eléctrica. Erre que erre. El ajuste del déficit sigue siendo a su costa, querido lector, y a la mía. Pero nada hace aventurar un sacrificio similar en la estructura organizativa del Estado ni tampoco se observa una voluntad por activar medidas que se separen de la coerción impositiva y fomenten la acción creativa y emprendedora de los españoles. Una actitud miserable. Ahora van a por los depósitos. Mañana nos cobrarán por respirar.

Ha sido un desencanto total. Claro que poco cabe de esperar de quien abiertamente declara algo tan aberrante como "sin estabilidad financiera no se puede garantizar la estabilidad regulatoria". Este quote es del titular de la Oficina Económica de Moncloa. Se trata de una aberración de tal calado que a uno le encantaría que fuera mentira, pero la frase está confirmada y reconfirmada por varios lados. Da miedo -mi expresión de moda en post recientes, lo sé- que el ínclito lo diga, pero aún más que se lo crea. Y es muy reveladora de cara a lo sucedido el viernes. Por dos motivos:

En primer lugar porque deja en manos del criterio subjetivo de una serie de individuos el momento en que este país llamado España puede plantearse un escenario estratégico para el mañana. La estabilidad financiera, ¿en qué consiste exactamente, cómo se mide?, ¿la decide Madrid o se fija en un despacho en Bruselas o Fráncfort?, ¿se refiere sólo a las cuentas públicas o al sector financiero? Y, sobre todo, ¿puede estar nuestra nación patas arribas y al albur de ese tacticismo que persigue la ‘estabilidad financiera’ ad eternum, sin fecha de caducidad? Necesitamos una visión y alguien que la ejecute a la Thatcher, para bien o para mal. Lo hemos dicho muchas veces: estadistas y no escapistas. La incertidumbre destruye el mayor intangible de una economía: la confianza. No se puede jugar alegremente con esto.

Y dos, más importante todavía. El planteamiento debería ser siempre al revés. Sobre la base de la seguridad jurídica y del fomento de la inversión, de una estructura recaudatoria del Estado equitativa y simple, de un marco regulatorio sagrado resulta mucho más fácil conseguir la cuerda financiera necesaria para que podamos salir del pozo en el que, en buena medida, nos hemos metido solitos. Plantearlo al revés es ponerse la maroma alrededor del cuello a la espera de que alguien venga y tire. Porque nadie, insisto, nadie va a querer hacer negocios en España con unos gobernantes que se comportan como Groucho Marx: "Estos son mis principios pero, cuando me interesa, tengo otros". Patético.

Siento darles la matraca de lunes temprano, pero de verdad no aprendemos. No sólo eso, el relajo de la prima de riesgo y la mejora en las condiciones de financiación, propiciada no por buenas noticias que tengan origen en nuestro territorio sino por la abusiva represión financiera de los bancos centrales, está provocando que Rajoy y su equipo vuelvan a creer que el tiempo todo lo cura y que su mero transcurso va a solucionar lo que ellos se empeñan en hundir. Ojalá la suerte, la baraka zapateril les acompañe. Pero me temo que no. Y, cuando despierten, comprenderán que, con su actitud e ineptitud han condenado nuestro futuro for years to come, many years indeed.

Buena y corta semana para muchos.

Muchas expectativas se habían creado alrededor del ambicioso plan de reformas que el Gobierno había anticipado para el pasado viernes, conjunto de medidas que nos permitirían comprender, por fin y después de año y medio, ¿quién da más?, su visión de la España del mañana y los mecanismos concretos a utilizar para perfilarla, cambios en leyes y demás normativa legal. Qué fiasco, qué maldito fiasco. Uno más.