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El berrinche de un acabado Aznar, triple tragedia política
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Alberto Artero

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El berrinche de un acabado Aznar, triple tragedia política

Llego tarde al análisis de la entrevista concedida

Llego tarde al análisis de la entrevista concedida por el ex presidente del gobierno José María Aznar en Antena 3 la semana pasada. Se ha especulado mucho sobre las razones que llevaron al que fuera primer ejecutivo del país salir a la palestra de manera tan inoportuna para los intereses de Mariano Rajoy, en lo que supone un error garrafal más del equipo de (no) comunicación que le rodea.

El hecho de que la comparecencia pueda tener su origen en distintas causas, algunas de ellas especialmente sensibles, debería ser per se objeto de reflexión. Excusatio non petita... Me vienen de inmediato a la cabeza tres: los charcos ligados a Miguel Blesa (al que toleró, como a Juan Villalonga, todo tipo de abusos de poder, en términos salariales, y de aventuras empresariales suicidas); el dinerete de la Gurtel (porque, ya saben, lo normal en la lista de bodas de un yerno cualquiera es incluir el pago de la fiesta por aquellos a los que vas a invitar, junto con los marcos de plata y la tele de 52 pulgadas); postularse para su vuelta a primera plana de la política (cuando su segunda legislatura ha sido, probablemente, la peor de la democracia española en términos de coste de oportunidad, de lo que se pudo hacer y, por las ínfulas imperiales de un inspector de hacienda reciclado, nunca se culminó; de aquellos barros…).

Esta última es, quizás, la razón más interesante en términos de implicaciones ya que, de ser real la candidatura, cosa que dudo, supondría el primer intento serio de romper la derecha española, no por el lado ideológicamente conservador, como tantas veces se ha temido, sino por el económicamente liberal. Curioso. El lanzamiento al espacio como globo sonda y aviso a navegantes de un Aznar que tiene muy poco que perder y mucho que ganar en el envite preliminar, supone en cualquier caso la triple constatación de la tragedia política en la que está inmersa la España del 2013.

En primer lugar, el PP ya es tan socialdemócrata como el PSOE. O incluso más. No hay un espectro ideológico real en nuestra democracia. Por ese motivo existe espacio para la alternativa planteada. La convergencia de políticas de uno u otro signo es abrumadora y encuentra su germen en la necesidad de ese representante devenido en profesional de la política, de mantener un statu quo -en muchos casos nunca soñado- a costa del representado, como ha quedado suficientemente demostrado a lo largo de esta legislatura. La actividad privada productiva no es prioritaria sino subsidiaria a la acción pública: interesa el estado por encima del individuo. Es esta realidad, esta sangrante confusión de roles, la que puede terminar matando al bipartidismo en nuestro país. Y, ¿después, quien gestiona esto?

En segundo término, que emerja como estadista la figura del ex presidente, por más que aunque quiera no pueda llegar a ocupar ese espacio, pone de manifiesto la ausencia total de liderazgo en una sociedad que lo está reclamando a voz en grito. Las cinco medidas por él anunciadas en su estelar presencia televisiva podrían ser suscritas por una parte sustancial de los votantes del Partido Popular que confiaron en Rajoy y… por otro tanto de los del PSOE que ya no confían en sus dirigentes. Pero, en este caso, más importante que el fondo, es la forma: al presentar una idea de nación, una hoja de ruta por la que, a juicio del mandatario jubilado, debería transitar el futuro inmediato de la estructura administrativa, impositiva y exterior de España, un proyecto capaz de alinear a todos los agentes económicos y sociales en la consecución de una serie de objetivos comunes, ocupa un espacio que nunca debería ser delegado por el gobierno. La esperanza triunfa donde fracasa la experiencia.

Por último, que la regeneración democrática en la piel de toro se personalice en José María Aznar dice muy poco de la calidad de los que integran el sistema, de la capacidad de renovación de los partidos, de la exigencia de unos votantes a los que la mediocridad de los votados no se les escapa a estas alturas de la política. Es verdad que en el ámbito municipal, e incluso autonómico, una nueva generación de gobernantes está ganándose el respeto de los habitantes de sus pueblos o regiones. Pero le falta valentía de plantear y/o exigir un cambio. Y la administración del estado es coto vedado para ellos. La endogamia prima por encima de cualquier otro considerando, siendo prueba de ello la misma composición del primer gobierno del gallego ausente. La savia nueva, esa que hace que el árbol viva, tiene que esperar. El problema es que, para cuando quiera llegar, estará muerto de raíz.

Tres tragedias tres -uniformidad de políticas con independencia de las siglas, merma suicida de liderazgo y falta de alternativa personal ilusionante- a la que hemos llegado, no se equivoquen, por una inexcusable dejación de nuestra responsabilidad como electores, tolerantes como hemos sido ante la mediocridad, el abuso o la incapacidad de la casta gobernante. Hemos despertado abruptamente a la realidad y nos hemos encontrado con un muro de impotencia difícil de escalar dada la estructura de la partitocracia nacional. Sin embargo, lo peor que podríamos hacer es renunciar al voto como arma, a la urna como instrumento de cambio. Es hora de revertir la perversión del sistema, desde dentro con nuestra participación en las organizaciones, y desde fuera con nuestra exigencia y castigo electoral a la impunidad que hasta ahora ha acompañado todo incumplimiento. Solo así podremos, entre todos, levantar España. 

A ver si es verdad.

Buena semana a todos.