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Por qué España no es, ni será, Alemania
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Alberto Artero

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Por qué España no es, ni será, Alemania

Incurre la industria financiera con carácter recurrente en el mismo error: atribuir a hechos coyunturales carácter de estructuralidad. Es este error de percepción el que permite

Incurre la industria financiera con carácter recurrente en el mismo error: atribuir a hechos coyunturales carácter de estructuralidad. Es este error de percepción el que permite a los inversores más serenos y analíticos hacer dinero de verdad en los mercados. No hay más que observar lo sucedido con la deuda soberana española a lo largo de estos últimos quince meses. Aquellos que consideraron sus diferenciales disparados respecto a Alemania como una anomalía que, ni mucho menos, había llegado para quedarse, se han forrado. No sólo eso, es coincidiendo con su venta de esas posiciones, generadoras de un alpha brutal, cuando los cazadores de beta entran en los activos patrios como un elefante en una cacharrería. No se equivoquen, el smartmoney está de salida.

Ahora España está de moda, algo que debemos agradecer en primer lugar, como señaló hace bien poco Luis Garicano (el mismo que debatirá el próximo martes con Jaime Pérez Renovales sobre la Reforma de la Administración Pública en un acto con asistencia libre), a un señor que se llama Mario Draghi y, en segundo término, a una deflación de precios y salarios interna, no bien recogida por nuestro PIB, que ha disparado el paro por encima del 25% a la vez que incrementaba tanto laproductividad interna como la competitividad exterior española. Se lanzan las campanas al vuelo como si estuviéramos al principio del final y no al final del principio, que es la sensación que tiene un servidor. Aquí las cosas se están normalizando en términos estadísticos e, igual que era un error hace un año extrapolar ad aeternum el diluvio universal que caía entonces sobre nuestra realidad económica, pensar que nos encontramos en una senda alcista indudable que nos posiciona incluso como la nueva Alemania (tesis de mi amigo y colaborador de este medio Ignacio de la Torre), suena demasiado increíble o ilusorio para ser cierto.

Y obviamente no lo es. España ni es ni nunca será Alemania, entre otras cosas porque, como se encargaba de recordar ayer a sus clientes José Luis Martínez Campuzano de Citigroup, lo sucedido en la locomotora europea de 2004 a 2009 ha sido una anomalía histórica cuya réplica encara nuestro país -y esto es cosecha propia, no del bueno del estratega del banco USA, para que no haya confusiones-con tres restricciones insoslayables: una, la particular idiosincrasia local, el modo de hacer de una parte sustancial de la población española que consiente la mediocridad y tolera el fraude, cosas de la mentalidad católica frente a la calvinista (que Julio Caro Baroja me perdone); dos, la ausencia de un proyecto nacional que alinee el interés de todas las regiones que integran el territorio, más bien ocurre lo contrario; y tres, la falta flagrante de un liderazgo político como el ejercicio por Gerhard Schröder en 2003 cuando fijó, contra tirios y troyanos, la llamada Agenda 2010, mezcla de reformas estructurales, bajadas de impuestos y ajustes del Estado del bienestar que perseguían no sólo mejorar la balanza exterior, sino hacer sostenible el sistema y que terminaron por situar al estado teutón en el lugar en el que ahora se encuentra (Valor Añadido, "¿Indispensable subir impuestos? Alemania ya demostró que no", 11-07-2012).

Sin entrar en el debate fino de las cifras, nuestra particular opinión del fenómeno exportador ya lo hemos explicado por aquí en otras ocasiones (V.A., "El milagro económico de Montoro es el de… Franco", 12-09-2013), existen intangibles que dificultan adicionalmente la materialización de ese sueño. Así, por ejemplo, España viene de más a menos, mientras que por aquel entonces Alemania venía de menos a más tras la integración de la parte oriental. Al final, el efecto riqueza negativo que han vivido el sobre endeudado sector privado español particulares y empresas, condiciona y condicionará mucho sus decisiones presentes y futuras de consumo e inversión. No incurrirá alegremente en errores pasados. No sabe el valor de lo que tiene (siendo los inmuebles su principal depósito de riqueza), duda de las rentas de las que va a disfrutar en el mañana, especialmente en las derivadas del trabajo (y noticias como las de Panrico o Fagor ayudan poco a tranquilizarle), pesa sobre su bolsillo la certeza irrefutable de su apalancamiento y la asfixia financiera. Mientras no se clarifique el horizonte en términos de empleo, crédito y renta disponible, pensar en que la demanda interna puede tomar el relevo del negocio exterior es una quimera. Y sin ella…

Es verdad que la cosa pinta mejor dentro de nuestras fronteras. Y es de alabar el ímprobo ejercicio de generación de confianza que están desarrollando determinados agentes económicos. Pero ese dinero que llueve sobre España, Botín dixit, primero, tiene un perfil eminentemente financiero, es decir: busca un retorno en un plazo temporal definido y, por tanto, no ha llegado para quedarse; dos, se dedica a hacerse con capacidad instalada (empresa en funcionamiento o inmueble con ‘bicho’), por lo que no genera ni empleo ni formación bruta de capital fijo; tres,no aporta ni valor añadido ni excelencia y, por tanto, apenas ayuda a un cambio de modelo productivo y de servicios aún más necesario en una sociedad carente de un entramado industrial como el alemán; y cuatro, muchas veces sustituye la financiación bancaria a un coste que sólo la desesperación de quien la necesita lo puede justificar. De lo malo lo mejor, cierto, pero no nos hagamos tampoco trampas en el solitario.

Ojalá España sea Alemania. Nada me haría más ilusión que tragarme este post de la primera letra a la última. Pero entre aquel estado y el nuestro media un abismo identitario, sociológico, político y económico. Soñar es gratis, pero ya lo decía Calderón de la Barca: los sueños, aun con prolijo despliegue documental, sueños son. Pues eso.

Incurre la industria financiera con carácter recurrente en el mismo error: atribuir a hechos coyunturales carácter de estructuralidad. Es este error de percepción el que permite a los inversores más serenos y analíticos hacer dinero de verdad en los mercados. No hay más que observar lo sucedido con la deuda soberana española a lo largo de estos últimos quince meses. Aquellos que consideraron sus diferenciales disparados respecto a Alemania como una anomalía que, ni mucho menos, había llegado para quedarse, se han forrado. No sólo eso, es coincidiendo con su venta de esas posiciones, generadoras de un alpha brutal, cuando los cazadores de beta entran en los activos patrios como un elefante en una cacharrería. No se equivoquen, el smartmoney está de salida.

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