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Y el mamporrero Krugman sacó, de nuevo, su fusil
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Alberto Artero

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Y el mamporrero Krugman sacó, de nuevo, su fusil

Llevaba tiempo ajeno a los devaneos analíticos de Paul Krugman en el New York Times y decidí asomarme ayer al balcón de su columna para ver

Llevaba tiempo ajeno a los devaneos analíticos de Paul Krugman en el New York Times y decidí asomarme ayer al balcón de su columna para ver si todo seguía en orden, perdón, en su orden, situado intelectualmente en las antípodas del de un servidor.

No hubo sorpresas con la primera lectura, correspondiente al pasado domingo y dedicada a Suecia; en concreto, a cómo la precipitación de su banco central, un ‘sadomonetarista’ (sic) como otro cualquiera, propició que se frenara la incipiente recuperación del país escandinavo y llegara, por el contrario, la tan temida deflación. No entro en el fondo de su argumento, bastante mamporrero en el tono, pero sí subrayo de esta pieza su censura a quienes "desprecian visceralmente la política de bajos tipos de interés y dinero fácil, aun cuando el desempleo es alto y la inflación baja" (NYT, "Sweden turns Japanese", 20-04-2013).

Dejémoslo ahí de momento; luego volveremos sobre esta afirmación.

Vayamos ahora con el post publicado la semana inmediatamente anterior y que recogía El País en su edición de este Domingo de Resurrección, siete días más tarde. Tres milisegundos muy caros es su acertada traducción al español.

Su tesis principal, con la que paradójicamente es difícil no estar de acuerdo aun viniendo de quien viene, es que la economía financiera ha cobrado con el paso del tiempo vida propia y se dedica sólo de manera marginal a la finalidad que justificó su nacimiento en origen: la canalización del ahorro a la inversión. Una parte sustancial de las transacciones que se producen en su seno son endogámicas, siendo su finalidad principal el lucrar a unos pocos actores, a quienes les importa un comino la actividad real. Los distintos argumentos formales utilizados para justificar su desaforada expansión se han probado, en la práctica, vacuos. Un ejemplo paradigmático sería el llamado high frequency trading o HFT, sobre el que ya advertimos por aquí en 2009 (Valor Añadido, "¿Manipulación en las bolsas?", 25-07-2009) y que tan de moda ha puesto en su último libro Michael Lewis (ACyV, "La trampa del HFT por Michael Lewis", 02-04-2014).

Impecable.

Sin embargo, olvida el nobel cuál es el origen de esta situación. Al menos, parcialmente; me temo, interesadamente.

Como señala el autor, es verdad que hay una parte de culpa achacable a reguladores y supervisores a partes iguales. Más aún cuando la reciente crisis apenas ha servido para establecer los mecanismos necesarios para que los inimaginables sucesos acontecidos en estos últimos años no vuelvan a repetirse. De hecho, están retornando de forma sorprendentemente rápida los excesos crediticios y valorativos que estuvieron en la génesis, respectivamente, de las dos últimas debacles de los mercados, 2007 y 2000. El inversor es el único animal que tropieza hasta el infinito y más allá con la misma piedra.

Pero no es menos cierto que buena parte de lo que está sucediendo en el ámbito de las finanzas, en términos de sobredimensionamiento e influencia, responde a que la acción de los bancos centrales ha pasado de ser circunstancial a convertirse en estructural, distorsionando la formación de los precios, obligando a los agentes privados a buscar imaginativamente retornos razonables, facilitando el retorno de la financiación a coste irrisorio, generando la direccionalidad necesaria para que el HFT se infle y los modelos históricos vuelvan a estar construidos sobre pies de barro. Cosas de esos "bajos tipos de interés y del dinero fácil" denostados, según el artista de la pluma, por los "sados".

¿En qué quedamos?

Ni a setas ni a Rolex.

No hay peor mentira que una media verdad.

Efectivamente, Krugman no ha cambiado. Tardaré en volver.

Llevaba tiempo ajeno a los devaneos analíticos de Paul Krugman en el New York Times y decidí asomarme ayer al balcón de su columna para ver si todo seguía en orden, perdón, en su orden, situado intelectualmente en las antípodas del de un servidor.

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