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Revelador: 36 horas de infarto en territorio catalán
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Alberto Artero

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Revelador: 36 horas de infarto en territorio catalán

Acudo el pasado jueves –tres jueves hay en el año que brillan más que el Sol, Corpus Christi, Jueves Santo y el día de la Ascensión-

Acudo el pasado jueves –"tres jueves hay en el año que brillan más que el Sol, Corpus Christi, Jueves Santo y el día de la Ascensión"– a la maravillosa ciudad de Barcelona para participar en un debate acerca del futuro de la economía española junto con otros periodistas, algún político y un número razonable de empresarios de toda clase y condición. Como se trató de un encuentro privado, me van a permitir que omita los detalles. Permanecí en la Ciudad Condal hasta el sábado por la mañana, 36 horas en total.

En todas las reuniones y encuentros mantenidos en ese día y medio, el ‘tema’ o la ‘cosa’ –como allí se conoce al proceso que se manifestó por primera vez con fuerza en la Diada de 2012 y tendrá en el nueve de noviembre, fecha tentativa para la convocatoria de un referéndum que, si no se produce oficialmente, lo hará por la vía de los hechos, su siguiente momento culmen– se convirtió antes o después en parte central de la conversación. Entre la preocupación de los unos y la esperanza de los otros, todos los rincones no ya de la Catalunya payesa, sino de la metropolitana capital, discuten sobre el entorno político de segregación territorial en curso. Nadie es ajeno a él, no cabe mirar hacia otro lado. La quiebra social es evidente.

Las interpretaciones son diversas.

  1. Entre los más ‘españoles’ se impone la tesis de que es la falta de una idea de España la que hace que triunfe entre los ciudadanos de esta región la idea de una alternativa local, por disparatada o utópica que parezca. Si recuperamos la ilusión Nacional, con mayúsculas, se diluirá esa esperanza 'nacional' que cada vez cuenta con más adhesiones. Se trata de una visión naïf pero con un fondo innegable de verdad. No hay un proyecto colectivo que ilusione, al estilo del cambio de régimen de la Transición, al que adherirse entusiásticamente como español. Falta argumentario para aunar el esfuerzo de todos alrededor de una idea en el resto de la piel de toro, defecto que se suple de esta manera en Catalunya.
  2. La situación es CiU es crítica. La desesperación se palpa en su seno. Necesitan un gesto del Gobierno central –que envuelven en poesía cultural e intelectual pero que desean sea prosaicamente financiero– como única salida al lío en el que ellos mismos se han metido. A su error de estrategia de convertir innecesariamente y como forma de presión una cuestión económica en materia sentimental, respondió el PP de Madrid creyendo que la asfixia regional terminaría por vencer a los impulsores cuando la realidad es que dicha precariedad ha multiplicado entre la población la sensación de agravio. La posibilidad de una ruptura de la coalición que históricamente ha gobernado en Catalunya es altísima a día de hoy, como lo es que se llegue a quebrar, llegado el caso, la propia Convergència. En un entorno de desmantelamiento del PSC, el panorama parlamentario local quedaría severamente tocado a futuro y en manos de los que ya han demostrado su nula capacidad de gestión: la muerta ERC a la que Artur Mas ha imprudentemente resucitado.
  3. La elite catalana, fundamentalmente empresarial, tiene miedo. Tanto por sus negocios como por su estatus. Los mensajes que se lanzan desde la izquierda radical son de desmantelamiento del régimen burgués que ha caracterizado a la que se pretende sea nación hasta ahora. Sus miembros se mueven entre la necesidad de que el horizonte se despeje ("que se vote sí o no pero que se vote ya") y el pragmatismo que han acumulado en años de vida societaria ("que se encierren un una sala Rajoy y el president y no salgan hasta que lleguen a un acuerdo"). Aunque nadie lo reconoce, el modo binario como se ha planteado hasta ahora la cuestión hace que los parámetros sobre los que se ha de construir cualquier plan B asusten al más pintado.

¿Qué va a suceder?, ¿dónde está la clave? En si hay posibilidad desde el Govern de controlar o no la Asamblea Nacional Catalana, ese monstruo que han alimentado y que amenaza con devorar –si no lo ha hecho ya– a sus creadores.

  1. Si no se produce gesto alguno desde el Ejecutivo central, la suerte está echada, poco más hay que hablar. La ANC seguirá acumulando partidarios y la posibilidad de una decisión unilateral y, por ende, de una confrontación con España ganará peso con el paso de los días. No habrá manera, por más que se quiera, de frenar la marea separatista. Racionalmente irracional, pero el término razón hace tiempo que dejó de formar parte de la ecuación. Es, al menos, lo que se desprende de los interlocutores con los que he hablado. El "no va a pasar nada" resulta infantil como análisis político a día de hoy.
  2. Supongamos que ocurra lo que se antoja, a estas alturas de la película, imposible: la negociación de un nuevo marco fiscal entre Nación y nación. ¿Se contentaría la ANC con el nuevo entorno y renunciaría al calor de ese potencial pacto a sus reivindicaciones separatistas, o no? Esa es la pregunta del millón, cuya respuesta es desigual. Desde CiU piensan que, con el apoyo de los medios de comunicación públicos locales y el control ejercido hasta ahora sobre los dirigentes de la Asamblea, es cosa hecha siempre que tengan argumentos que les salven a ellos y sirvan para contentar a la parte más moderada del movimiento, si la hubiera o hubiese. Sin embargo, la sensación personal que uno se lleva es que esta gente vuela más sola de lo que se dice y que se ha alimentado una ilusión colectiva que difícilmente se podrá desmontar simplemente con dinero. Veremos a ver. Lo que sí parece cierto es que esta es, no la mejor, sino la única opción para frenar de alguna manera el ‘tema’ o la ‘cosa’ a día de hoy. Si hubiéramos tenido a ambos lado de la mesa a estadistas y no a escapistas, a estrategas y no expertos en la táctica electoral, otro gallo nos habría cantado, pero el problema es que, ahora, cualquier decisión en este sentido que se tome será mal interpretada tanto dentro como fuera de las ‘fronteras’ catalanas. Mala pinta, lo digo de verdad, tiene el tema. Muy mala, de hecho.

Nos esperan unos meses de infarto que está por ver en qué desembocan. Pero lo improbable hace un par de años es en este momento más posible que nunca. Al menos desde el terreno. Se ha renunciado antes de empezar a la figura del nuevo Rey como componedor, en aras de una posición en el ordenamiento jurídico que no le arroga tal papel. Sería un desperdicio. No en vano, la caída de su padre es fruto de sus malos gestos pero también de sus clamorosos silencios. "Una Monarquía renovada para un tiempo nuevo" exige también esto, remangarse y empujar. De hecho, las probabilidades de una secesión no querida ni por España ni por CiU están ahí. Sufrirá fiscalmente nuestro país y se colapsará su tenue recuperación, males menores. Lo verdaderamente importante será que nuestra patria jamás volverá a ser la misma sin Catalunya. Y eso, me temo, es lo que puede estar por llegar.

Horas intensas y preocupantemente reveladoras en la capital catalana.

Buena semana a todos.

Acudo el pasado jueves –"tres jueves hay en el año que brillan más que el Sol, Corpus Christi, Jueves Santo y el día de la Ascensión"– a la maravillosa ciudad de Barcelona para participar en un debate acerca del futuro de la economía española junto con otros periodistas, algún político y un número razonable de empresarios de toda clase y condición. Como se trató de un encuentro privado, me van a permitir que omita los detalles. Permanecí en la Ciudad Condal hasta el sábado por la mañana, 36 horas en total.

Política CiU Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) PSC Artur Mas