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Por cosas como esta se dan casos como Gowex
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Alberto Artero

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Por cosas como esta se dan casos como Gowex

Gowex ha sido la comidilla del verano. No ha habido conversación ilustrada en el que el nombre de la compañía y el de Jenaro García no

Gowex ha sido la comidilla del verano. No ha habido conversación ilustrada en la que el nombre de la compañía y el de Jenaro García no salieran a la palestra. Muchos se preguntaban cómo era posible tal escándalo; los menos trataban de dar una explicación convincente y, entre paella y copa, la responsabilidad recaía sucesivamente en el fundador, su equipo, el auditor, los asesores, el MAB o los analistas financieros que recomendaban ardorosamente el valor.

Hoy nos vamos a centrar en estos últimos.

Como comentamos en su día, el famoso informe de Gotham que dio pie a que todo el castillo de naipes del superrentable wifi gratuito se desmoronara en apenas cinco días no era más que el trabajo de campo propio que, cualquiera de los que tenían un interés en la compañía, bien como supervisor, bien como inversor, bien como notario de la veracidad de sus cifras, tendría que haber llevado a cabo como paso previo a su admisión en bolsa, la emisión de sus análisis o la presentación de un documento sin salvedades.

Lo mínimo imprescindible.

De hecho, es por no encontrar respuesta suficientemente razonada a preguntas básicas del negocio de Gowex como: qué hace; cómo lo hace y si funciona o no; con quién lo hace, cuáles son sus clientes y proveedores; supone un negocio y, de serlo, es o no rentable; qué tamaño tiene, previsiones versus realidad; o quién lo hace y su pasado, lo que provoca que llegue a las conclusiones a las que llega: todo es un montaje, una gran mentira que terminará como Pescanova más antes que después. Como así ha sido.

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Una dejación que es especialmente significativa en el caso de las sociedades de valores que cubrían el valor toda vez que no sólo no llevaron a cabo un análisis mínimo de los basics del negocio, sino que desdeñaron buena parte de las aportaciones del inversor bajista que desveló el fraude, a saber: cómo comparaban sus ingresos, márgenes, ratios por empleado o contratos con los publicados por unos competidores que se contaban con los dedos de la mano a nivel internacional. Su utilidad se limitaba a ser usados como justificación para inflar aún más la cotización de la tecnológica.

Sin embargo, se trata de un problema estructural de esta industria que no se circunscribe únicamente al caso Gowex.

La presión en comisiones desplaza buena parte del interés de tales firmas desde la negociación en el mercado secundario al más lucrativo de las operaciones corporativas, en el caso de que cuenten con un área de banca de inversión dentro de su grupo, o del primario, principalmente ampliaciones de capital y salidas a bolsa. Una recomendación de venta, en una coyuntura como la descrita, puede ser letal para sus propios intereses. De ahí la prevención. En el caso de la estrellada sociedad española, es verdad, el olor a Nasdaq encendió aún más los ánimos de quienes pretendían sacar tajada.

El cuadro que les he adjuntado es extraordinariamente revelador de lo que les digo. Muestra cómo, con el S&P500 flirteando con el nivel de los 2.000 puntos, máximos históricos, el porcentaje de ‘sells’ apenas supone el 6,2% del total, “en línea con su porcentaje habitual”, como señalan los autores del informe. De poco importa el magro crecimiento de ingresos y beneficios del conjunto de los integrantes de la bolsa y su constante expansión de múltiplos en los últimos años. No hay (casi) nada caro. Más madera.

Hasta ahora, el sistema ha preferido mirar hacia otro lado ante tal ligereza interpretativa. Pero ya no. Los brokers están en el punto de mira (VA, "Los brokers, en pie de guerra contra Europa", 24-07-2014). Y, o empiezan a hacer coincidir visión subjetiva con la realidad de las compañías que siguen, o serán pronto bonitas estampas para el recuerdo. Más les vale ponerse la pila.

En su caso, seguro, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Gowex ha sido la comidilla del verano. No ha habido conversación ilustrada en la que el nombre de la compañía y el de Jenaro García no salieran a la palestra. Muchos se preguntaban cómo era posible tal escándalo; los menos trataban de dar una explicación convincente y, entre paella y copa, la responsabilidad recaía sucesivamente en el fundador, su equipo, el auditor, los asesores, el MAB o los analistas financieros que recomendaban ardorosamente el valor.