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Adiós a un mito: los catalanes quieren que les roben
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Alberto Artero

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Adiós a un mito: los catalanes quieren que les roben

Durante años buena parte del discurso catalanista se ha basado en su supuesta superioridad respecto a las regiones del sur de España. No nos estamos refiriendo

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Durante años buena parte del discurso catalanista se ha basado en su supuesta superioridad respecto a las regiones del sur de España. No nos estamos refiriendo únicamente al ámbito económico o empresarial, sino incluso al intelectual y social. Nosotros somos Europa, ellos no. Nosotros creamos valor que ellos dilapidan. Madrid nos maltrata en su favor. Ya saben, victimismo y tergiversación como armas de manipulación de la opinión pública. Todo un clásico.

Cualquiera que analizara esta falacia se daría cuenta de que buena parte del éxito de Catalunya se ha debido históricamente a la contribución de miles de inmigrantes llegados desde esas comunidades autónomas con los que debiera tener una deuda de gratitud, aun cuando muchos de estos ‘charnegos’, especialmente en segunda y tercera generación, sean como el Joanet de La catedral del mar de Ildefonso Falcones: peligrosos conversos a la nueva causa, traidores a sus orígenes.

Da igual.

Más importante aún que la constatación de esa realidad demográfica innegable es, a día de hoy, el desmoronamiento del pilar de integridad y honradez que junto al esfuerzo e iniciativa servían a sus ciudadanos más proclives a la independencia para dividir España en dos partes desiguales: ellos y los demás. Los elegidos para la gloria y el resto.

Resulta impresionante, por lo alarmante e increíble, el relato que vamos conociendo acerca no sólo de cómo se ha gobernado la comunidad autónoma desde sus orígenes, sino también de lo que le espera en caso de que los que aspiran a tomar sus riendas políticas lleguen a hacerlo en el futuro. El escándalo de los Pujol, el reconocimiento y falta de denuncia por parte de Carod Rovira de la dimensión del mismo –algo que ya hizo en su día Pasqual Maragall en sede parlamentaria con la sociedad mirando hacia otro lado– o el más reciente, desvelado por el diario ABC, sobre cómo se manejan las cuentas en este baluarte de la puridad territorial que pretende ser la Asamblea Nacional Catalana, no son sino síntomas de lo que parece ser un problema estructural: robar es parte del contrato público entre representantes y representados en Catalunya.

Sólo en esos términos se puede entender que nadie dijera nada durante décadas, pese a que la recurrencia de la práctica tuviera necesariamente que ser conocida y ocultada por amplias capas de la sociedad civil y empresarial catalana. Ni la oposición, cuyo silencio no sólo se puede entender en términos de connivencia y aprovechamiento propio (cabe creer que pudiera haber hecho lo mismo en sus años de gobierno, cuando quebraron financieramente la Generalitat, ¿no creen?); ni los pagadores que, a cambio del pago de una opción de compra de voluntades, medraron en sus negocios, la pela es la pela; ni los votantes, que hicieron suyo el argumento de las falaces acusaciones de la capital del reino cada vez que la sospecha asomaba por una rendija, en vez de exigir las oportunas aclaraciones a quienes correspondía.

El caso de la ANC es aún más sangrante ya que los fondos que han terminado en un paradero desconocido pero presumible no son fruto de la coercitiva labor recaudadora del Estado central, ese que los maltrata, sino del ahorro de aquellos que compraron la ilusión de una Catalunya independiente para lo que aportaron, cada uno en la medida de sus posibilidades, su particular granito de arena. Eso, y el hecho de que el desvío de dinero se produjera desde el mismo día de su fundación, pone de manifiesto dos cosas: una, la catadura moral de quienes se arrogan determinadas banderas y, dos, el nivel de generalización de la conducta en la política local. Los ‘niños’ no dejan de hacer lo que ven a sus ‘padres’… Que se lo digan a Urdangarin.

¿Quieren los catalanes que les roben? Si hiciéramos una encuesta entre el conjunto de su población, el 100% de los votos saldría que ‘no’. Evidente. Más interesante sería la respuesta a "Entonces, ¿por qué quiere dar su confianza a aquellos que lo hacen?". Puede que alguno apelara a la teoría del mal menor: lo importante es el sueño nacional y, si tiene que ser con estos, sea. Mejor sería en tal caso que pensaran lo que les depararía su gobierno seis meses después del cierre de fronteras, con el presupuesto en sus manos. Otros aludirían al agravio comparativo: "En el resto de España es igual, la corrupción no quita votos". En efecto, pero al menos no se juega con el sentimiento de la gente en beneficio propio.

Quizá la contestación más sensata sería: "Pero, ¿hay alternativa limpia de uno u otro signo?". Cuesta encontrarla. En el bando nacionalista y fuera de él. Es verdad, y no únicamente en Catalunya, sino en el resto de España. Esa es la tragedia de la política nacional, mal endémico que nos preocupa pero que no nos ha movilizado como ciudadanos…. hasta ahora. Sin embargo, se ve magnificado en aquella zona geográfica por una institucionalidad y transversalidad que dan miedo. A falta de otras opciones, puede que los catalanes prefieran "mejor lo malo conocido que lo peor por conocer". Un mal argumento, sin duda. Porque, sobre ese punto de partida, difícil será engrandecer un país, si es que algún día llega a serlo. La ruina está asegurada. Ustedes mismos, queridos compatriotas. Oops, perdón.

Durante años buena parte del discurso catalanista se ha basado en su supuesta superioridad respecto a las regiones del sur de España. No nos estamos refiriendo únicamente al ámbito económico o empresarial, sino incluso al intelectual y social. Nosotros somos Europa, ellos no. Nosotros creamos valor que ellos dilapidan. Madrid nos maltrata en su favor. Ya saben, victimismo y tergiversación como armas de manipulación de la opinión pública. Todo un clásico.

Independentismo Política CiU Familia Pujol-Ferrusola