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Recepción en Palacio: la España (muy) preocupada se reúne en torno a los Reyes
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Alberto Artero

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Recepción en Palacio: la España (muy) preocupada se reúne en torno a los Reyes

Al final no llovió y, sin embargo, todo el mundo llegó empapado a la recepción que, con motivo de la Fiesta Nacional, dieron a última hora

Al final no llovió y, sin embargo, todo el mundo llegó empapado a la recepción que, con motivo de la Fiesta Nacional, dieron a última hora de la mañana del domingo los Reyes en el Palacio Real. La tormenta iba por dentro. Y no tardó en prodigarse en rayos y truenos. Chorreaban preocupación las conversaciones, goteaban desesperanza los análisis, se anegaban de temores las paredes del recinto. Casi sin excepción, los corrillos se hacían eco de una cantinela común: "España está irreconocible… y más que lo va a estar". Una situación que, a nadie se le escapa, va a exigir un esfuerzo desconocido hasta ahora para la propia institución monárquica. Más le vale a Felipe VI abrir los oídos y actuar. Es su propia representatividad la que está en juego.

La cita era a las 13 horas, aunque se nos pidió a los invitados llegar al menos media hora antes. Cumplidor que es uno se plantó en la Plaza de Armería a las 12, coincidiendo en la puerta con antiguos ministros como Landelino Lavilla o Eduardo Serra. Tras un primer control y después de subir la impresionante escalera que conduce a los salones superiores, los invitados fuimos dirigidos a distintas salas en función de no se sabe qué criterio. Me correspondió la H. Nada más entrar, la impresionante silueta de una Susanna Griso que gana en la distancia corta se imponía a todo lo demás. Al menos hasta la llegada del lanzador de peso, Borja Vivas, dominador del entorno desde la atalaya de sus 2,04 metros de altura.

Poco a poco la sala se fue llenando, aparte de los citados, de gente tan dispar como Juan Miguel Villar Mir, José Manuel Entrecanales o Antonio Llardén, como representantes del empresariado patrio; Esperanza Aguirre y exministros como Pilar del Castillo, Ana Palacio o Ángel Gabilondo, entre otros; el padre Ángel, de Mensajeros por la Paz; Rafael Ansón, de la Real Academia Española de Gastronomía, Paloma Segrelles y su inseparable hija; Enric Juliana, Carmen del Riego o Pilar Cernuda, del mundo periodístico; militares, representantes de la Justicia, de la Iglesia y del cuerpo diplomático. Un servidor se sentía como Alfredo Landa recién llegado a cualquier estación de autobús alemana. Deslumbrado. En ese momento salieron las primeras bebidas y viandas. Modosas. Que no está el horno para bollos, nunca mejor dicho.

Los presentes se movían de un grupo a otro sin solución de continuidad. Había, sin embargo, menos sonrisas de lo habitual. No es de extrañar. En la particular ‘nube de tags’ que ascendía de los coloquios a los ornamentales techos destacaban términos como ‘Ébola’, ‘Catalunya’, ‘Podemos’ o ‘Caja Madrid’. Todos ellos asociados a consecuencias negativas para la nación. Una terrible sensación de desmoronamiento del entramado actual, de reconocimiento de que el fallo de sus constantes vitales puede ser inminente y de que los médicos siguen discutiendo entre ellos las recetas mientras el enfermo se les va, invadía el ambiente. Quien másquien menos encontraba un culpable a quien echar el mochuelo de esta crisis estructural. Buena parte de las miradas apuntaban al Gobierno. O, mejor dicho, al desgobierno de Rajoy. Pero no era el único. Oposición, sindicatos, banca… Pocos salían bien parados.

Vídeo: Recepción oficial en Palacio

A la una en punto se nos indicó que pasásemos a otra sala. Se disipaban los rumores. Sí, había besamanos. Tras el suplicio que supuso para las articulaciones de la reina Letizia saludar a los 2.000 invitados del Día de la Proclamación, muchos se temían que el protocolario gesto no tendría lugar. Se equivocaban. Poco a poco, y de una manera más anárquica de lo que cabría pensar, se formó una suerte de fila que terminó por coger forma. Quitando las autoridades más relevantes, que pasaron en primer lugar, no había orden prefijado. Viva la democracia. Donde te toca, te tocó. Esto hacía casi imposible para sus Majestades saber quién les rendía pleitesía. Aun así, la misma sonrisa y gesto cariñoso para todos los asistentes. Profesionales que son de la cosa, oigan.

A continuación, la mayoría de los que allí estábamos nos concentramos en un salón, en este caso, presidido por una impresionante Mariló Montero, embutida en un ajustado traje rojo. Imposible identificar a buena parte de los asistentes. Se adivinaba poca presencia de dirigentes en activo, tal vez concentrados con los Reyes en otra estancia. Sí figuraba Pedro Morenés, ministro de Defensa, que departía seriamente con algunos embajadores; también se dejaban ver los secretarios de Estado de Economía y Hacienda, Miguel Ferre e Íñigo Fernández de Mesa, estos sí en animada francachela; el siempre brillante José Ángel Sánchez Asiaín; Carlos Espinosa de los Monteros, perejil de muchas salsas corporativas y representante de la Marca España; más periodistas como Fernando Onega; la pixie-dixie Carmen Calvo, volcada en la propuesta federal del PSOE; el exresponsable de la comunicación de la Casa, Javier Ayuso; o gente de mundo, así en general, como el duque de Huéscar. Mucho queso, poco jamón, salmón en busca y captura, sandwiches ilustrados y poco más.

A punto de despedirme, y antes de saber si don Felipe y la Reina se acercarían a saludar a los asistentes –cinco hijos hacen del domingo día para poco escape si uno quiere mantener indemne su matrimonio– coincidí con Ignacio Camacho, maestro de columnistas donde los haya, espejo en el que mirarse. "Ignacio, ¿qué tal?", le pregunté. "Viendo cómo este país se va por el desagüe", me contestó. "Esa era la tesis de Zarzalejos ayer", le provoqué. "Y la mía hoy en ABC", contestó raudo. "Ya me gustaría no haber tenido motivos para escribir una pieza tan dura pero…"

Me quedé con la copla. Antes de llegar al coche –un Smart, que contrastaba entre tanta berlina propia o alquilada para la ocasión–, busqué el artículo del sevillano sólo para descubrir unas últimas líneas que no podrían describir de mejor modo la impresión que me llevaba de la recepción real.

“Somos una comunidad asustada en el repentino descubrimiento de su insignificancia. Y ese sentimiento de temeroso desamparo barrunta una sacudida escapista hacia ninguna parte, o hacia cualquiera que señale la tentación ventajista del populismo. La fiesta nacional llega en pleno desmayo, en un momento hipercrítico de angustia, miedo y rabia, con España como principal enemiga de sí misma. Con poco que celebrar en un sistema que se hunde y con la vaga duda de no saber si merece la pena rescatarlo”.

Fuera, el sol luchaba por abrirse paso entre los negros nubarrones que impedían ver el horizonte madrileño. Sin embargo, caían chuzos de punta en las estancias de Palacio. Era una fiesta impostada. De final de Régimen, cuando prima más el miedo por el mañana que el disfrute presente, la temerosa resignación frente a lo que se intuye inevitable. La España (muy) preocupada se reunió ayer en torno a los Reyes como si quisiera recordarles que ha llegado su hora. Que o son ellos o no es nadie. Que la democracia constitucional les necesita. Que estamos ante una patria de apátridas, una nación de nacionalidades, un estado en descomposición que requiere, más que nunca, de su papel vertebrador. Que ya no quedan asideros y que el suyo es limitado pero efectivo. Que así lo ha sido en el pasado. Y que, en la encrucijada que vive nuestro territorio, no van a encontrar mejor oportunidad para legitimarse ante el pueblo y ante la historia. Por el bien de todos y por el suyo propio.

¿Lo entenderán?

Al final no llovió y, sin embargo, todo el mundo llegó empapado a la recepción que, con motivo de la Fiesta Nacional, dieron a última hora de la mañana del domingo los Reyes en el Palacio Real. La tormenta iba por dentro. Y no tardó en prodigarse en rayos y truenos. Chorreaban preocupación las conversaciones, goteaban desesperanza los análisis, se anegaban de temores las paredes del recinto. Casi sin excepción, los corrillos se hacían eco de una cantinela común: "España está irreconocible… y más que lo va a estar". Una situación que, a nadie se le escapa, va a exigir un esfuerzo desconocido hasta ahora para la propia institución monárquica. Más le vale a Felipe VI abrir los oídos y actuar. Es su propia representatividad la que está en juego.

Familia Real Española Rey Felipe VI Mariano Rajoy