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La bolsa despierta: esto no hay por donde cogerlo
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Alberto Artero

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La bolsa despierta: esto no hay por donde cogerlo

  No fue ayer un buen día para los mercados financieros. Sin embargo, cualquiera se pone agorero. Cada vez que lo hemos hecho en los últimos meses,

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No fue ayer un buen día para los mercados financieros. Sin embargo, cualquiera se pone agorero. Cada vez que lo hemos hecho en los últimos meses, nos hemos estrellado contra el muro de los bancos centrales. Eso no impide que esté todo hecho una ruina, se mire el rincón del planeta que se mire.

Porque incluso good is bad, si nos atenemos a las advertencias lanzadas este fin de semana por el BIS acerca del impacto en las monedas emergentes de la recuperación de Estados Unidos, su potencial cambio de ciclo de tipos de interés (que tendrán que ver estos ojitos, como comentamos en “2015, esta sorpresa inesperada puede cambiarlo todo”, 20-11-2015) y el fortalecimiento adicional del dólar, divisa de reserva mundial que cotiza en máximos de ocho años y a la que están referenciadas numerosas emisiones de deuda tanto soberana como corporativa a las que cruje financieramente este movimiento tan abrupto de su tipo de cambio (Business Insider, “Why the US recovery is a massive threat for investors”, 08-12-2014).

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Algo parecido ocurre con el petróleo. A la liberación de renta que provoca el colapso de su precio en muchos ciudadanos y empresas se opone su contribución a las dinámicas desinflacionarias que presiden buena parte del mundo desarrollado. Al tratarse de sociedades donde el endeudamiento privado es tan elevado, ese disponible adicional difícilmente se destinará a consumo e inversión, sino que se empleará en tratar de reducir adicionalmente los niveles de apalancamiento, por más que nos quieran vender lo contrario. No sólo eso: es evidente que, en la medida en que la deflación aumenta el importe real de las deudas, el estímulo para proceder de esta manera, queda reforzado.

En este comienzo de semana han coincidido, además de las inquietantes noticias que vienen de Grecia, datos bastante similares de otras dos potencias comerciales del mundo: China y Alemania. Ambas han mostrado unas exportaciones por debajo de lo esperado con unas importaciones aún peores. Sus superávits crecen pero, al calor de esos datos, el mundo es mucho más frágil.

En el caso de China estas cifras llevan una vez más a cuestionar su capacidad de crecer al ritmo necesario para que se mantenga la cohesión social. Algo de lo que la ruleta de su bolsa pareció darse cuenta sólo ayer, cuando los niveles de sobre compra se dispararon a un nivel nunca visto en los 72 principales índices bursátiles. La subida del 25% en el último mes la había situado como la segunda por capitalización del mundo, solo por detrás de la estadounidense. Tanto la apertura de cuentas online como la proporción de compras a crédito son buenas manifestaciones de cómo la locura se había adueñado, sin justificación suficiente, de ese mercado. La corrección era (casi) inevitable tras un (todavía) más 40% desde enero.

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Alemania es distinta. La relevancia de sus datos exteriores, aun siendo importante, no es sustantiva como en el caso chino. Pesan sobre ella dinámicas peligrosas de más largo plazo como la demográfica. La misma que impide, de hecho, el rebalanceo de su economía hacia el interior. Yendo a lo que nos ocupa hoy, no hay que olvidar que los germanos construyeron su éxito industrial sobre la base de una moneda fuerte. Fue una apuesta estructural basada en la investigación, el diseño y el valor añadido. La volatilidad estadística no les preocupa en la medida en que no han surgido nuevas potencias capaces de replicar sus elementos diferenciales. El euro débil ayuda, pero no tanto como a otros socios comunitarios a los que sí duelen sus menores compras.

Ello nos lleva realmente al problema de base de este carajal en que se ha convertido el planeta. El cortoplacismo se ha adueñado de todos: Gobiernos, bancos centrales, empresas y particulares. Los unos se olvidan de las reformas estructurales, los otros gestionan el momento, las terceras renuncian al capex, la población en general ha hecho del carpe diem, por supervivencia o voluntad, su ley de vida. No hay horizontes, ni trascendencia, ni visión que supere a sus autores. Y así el empobrecimiento y la precariedad general se van haciendo cada vez mayores, sin que se vislumbre catalizador alguno para revertir el proceso.

La Tierra, a la espera de un líder.

No fue ayer un buen día para los mercados financieros. Sin embargo, cualquiera se pone agorero. Cada vez que lo hemos hecho en los últimos meses, nos hemos estrellado contra el muro de los bancos centrales. Eso no impide que esté todo hecho una ruina, se mire el rincón del planeta que se mire.

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