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Día 14 - Susana no es Felipe
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Javier Caraballo

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Día 14 - Susana no es Felipe

Lo que se esperaba de Susana Díaz es que exhibiera`cuerpo político’, liderazgo, dotes de oradora, consistencia ideológica, desenvoltura retórica, empatía y seducción. Y no lo ha demostrado

Foto: l expresidente del Gobierno, Felipe González. (EFE)
l expresidente del Gobierno, Felipe González. (EFE)

Eran estas las elecciones que Susana Díaz afrontaba como una puesta de largo. Nunca, en su larga vida política, había sido ‘cabeza de cartel’ en unas elecciones, ni municipales, ni autonómicas ni generales, y en todos esos parlamentos ha tenido escaño. Nunca su cara había ondeado en las farolas, ni nadie había estampado su nombre en las paredes con un brochazo de cola, porque siempre estuvo lejos de la primera fila, aunque avanzaba con paso seguro en la escalera de ascenso. Cuando, de repente, irrumpió en el centro del escenario como presidenta de la Junta de Andalucía, España entera se sorprendió. La colmaron de elogios y buenaventuras, la coronaron como la gran esperanza de la izquierda española y le concedieron el mayor mérito que se le otorga a un dirigente en política, la capacidad de influencia. “Es el Felipe González del siglo XXI”, han llegado a decir sus compañeros.

Todo en el PSOE comenzó a girar en torno a Susana Díaz pero, cada vez que se exploraban sus altos designios, surgía la misma incómoda constatación: “Nunca ha ganado unas elecciones”. Es probable que la propia Susana Díaz estuviera incómoda con ese recuerdo persistente, como si se le hubiera colado una china en el zapato. Pero llegaron estas elecciones anticipadas, con el puñal clavado en la espalda de los socios de gobierno de Izquierda Unida que tampoco supieron ver los idus de marzo, y ya no hay más cara en las banderolas que la suya, ni presencia más importante en los mítines, ni protagonista mayor allá donde vaya.

Toda la propaganda electoral del PSOE de Andalucía está centrada en ella, como una cuestión de fe: “Yo, con Susana”. En los mítines, es ése el mensaje que domina. Y tanta ha sido la insistencia, que en las redes sociales han colocado su cara en algunos de los mayores símbolos de la tierra, la Macarena y el Gambrinus de la cerveza Cruzcampo. Toda la atención, en fin, está puesta en Susana Díaz, por eso esta es su ‘puesta de largo’ en política.

En política, las campañas electorales acaban llevándoselas el viento que se desata, que a veces es vendaval, en cuanto se abren las urnas, como cajas de pandora. Y eso será lo que ocurrirá este domingo, a partir de las ocho de la tarde, cuando se cierren los colegios electorales de toda Andalucía. Entonces ya no habrá más baremo para el análisis que el número de escaños conseguido, que es lo único que marca el triunfo o la derrota en política. Pero hasta entonces, queda el balance de la campaña.

Y en ese balance, el papel de Susana Díaz como líder política ha estado muy por debajo de las expectativas. Susana Díaz, a ver, no ha demostrado esta campaña la capacidad de liderazgo que se le presuponía. Se ha podido ver con mucha claridad en los dos debates de televisión en los que se ha enfrentado al candidato del Partido Popular, Juanma Moreno, y de Izquierda Unida, Antonio Maíllo. Cuando todo el mundo esperaba que Susana Díaz se iba a merendar a sus adversarios, dos ‘pipiolos’ sin la experiencia política que ella atesora, resultó que fue la líder socialista la que acabó entre nerviosa y crispada, acorralada en ella misma, peleada hasta con la moderadora del debate último, en Televisión Española.

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Un debate de televisión, a ver, se puede ganar o perder y que, con posterioridad, no tenga reflejo alguno en las urnas, sobre todo los índices mínimos de audiencia. Pero, en su puesta de largo en unas elecciones, lo que se esperaba de Susana Díaz es que exhibiera `cuerpo político’, capacidad de liderazgo, dotes de oradora, consistencia ideológica, desenvoltura retórica, empatía y seducción. Y todo eso, que es lo que se le presupone a un líder político como lo fue en su día Felipe González en el PSOE, no lo ha demostrado Susana Díaz. De hecho, la opinión generalizada es que no ganó ninguno de los dos debates de televisión.

Hace poco, en una entrevista en El País, fue el propio Felipe González el que alimentó esa comparación al hablar de Susana Díaz como quizá no lo ha hecho de ninguno de sus sucesores. En esa entrevista, por ejemplo, mientras pintaba a Pedro Sánchez como un chico que necesita progresar (“Pedro Sánchez se está consolidando, sin duda alguna. ¿Quéle falta recorrido para terminar de consolidarse? Sin duda alguna”), se refería a la presidenta andaluza como la gran esperanza de la izquierda: “Antes de nada quisiera explicar que la crisis de liderazgo no se corresponde con la personalidad de Susana Díaz, que sí tiene capacidad de liderazgo indiscutible y la demuestra cada día, hasta en su lenguaje corporal”. Pues ya ven, si a Susana Díaz la ven algunos como el nuevo Felipe del PSOE, a raíz de lo que ha dado de sí en esta campaña electoral, convendremos que todavía le falta bastante para llegar a Suresnes. Porque por lo que llevamos visto, Susana no es Felipe.

Eran estas las elecciones que Susana Díaz afrontaba como una puesta de largo. Nunca, en su larga vida política, había sido ‘cabeza de cartel’ en unas elecciones, ni municipales, ni autonómicas ni generales, y en todos esos parlamentos ha tenido escaño. Nunca su cara había ondeado en las farolas, ni nadie había estampado su nombre en las paredes con un brochazo de cola, porque siempre estuvo lejos de la primera fila, aunque avanzaba con paso seguro en la escalera de ascenso. Cuando, de repente, irrumpió en el centro del escenario como presidenta de la Junta de Andalucía, España entera se sorprendió. La colmaron de elogios y buenaventuras, la coronaron como la gran esperanza de la izquierda española y le concedieron el mayor mérito que se le otorga a un dirigente en política, la capacidad de influencia. “Es el Felipe González del siglo XXI”, han llegado a decir sus compañeros.

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