Cuaderno de campaña
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Entre el populismo de Iglesias y la centralidad de Rivera
El debate sirvió para ensayar una nueva fórmula en España que todavía habría que perfeccionar y para confirmar que los partidos emergentes han enfilado la campaña electoral con mucha fuerza
El debate a cuatro de ayer puede resumirse, en lo esencial, en pocas líneas. Pablo Iglesias protagonizó una representación de eficaz populismo que martilleó a Pedro Sánchez hasta incomodarme reiteradamente, y Albert Rivera extendió su discurso a un lado y el otro y logró un espacio político e ideológico central, empujando suave pero certeramente a Sáenz de Santamaría hacia un territorio defensivo.
El secretario general del PSOE estuvo envarado y nervioso, y la vicepresidenta del Gobierno, delegada de un Rajoy que revoleteó por el plató, no respondió a las expectativas. Ganaron, pues, Iglesias y Rivera. El primero por ajustarse a un mensaje directo a sus bolsas electorales y a las vecinas del socialismo, y el segundo por mostrarse propositivo, realista y moderado yendo derechamente a por los electores del centro izquierda y derecha.
El debate sirvió para ensayar una nueva fórmula en España que todavía habría que perfeccionar y para confirmar que los partidos emergentes -Ciudadanos y Podemos- han enfilado la campaña electoral con mucha fuerza. Queda carrera por delante pero las grandes líneas están ya marcadas. La discusión televisiva resultó, no obstante, mucho más útil para los partidos jóvenes que para los que no lo son. Vamos, ya sin lugar a dudas, a un nuevo modelo de cuatro partidos que se mueven en dos bloques ideológicos reconocibles como de izquierda y centro-derecha.
Por el centro derecha hay un corredor con potencial suficiente para disputar al PP la hegemonía. Por la izquierda, Podemos le está haciendo un roto al PSOE
En ambos espacios podría producirse a medio plazo una sustitución. El socialismo carga con una pesada mochila histórica -en España y en Europa- y los populares han llegado tarde a la renovación de su mensaje, a la empatía con los ciudadanos y a la elaboración de un relato convincente de su gobernación estos cuatro años. En el PSOE hay impotencia y en el PP, resignación.
Sáenz de Santamaría se comportó en el plató como en las ruedas de prensa de los viernes en La Moncloa y desaprovechó la ocasión -si acaso lo pretendió- de mostrar su músculo político. No lo tuvo. Tampoco tuvo su día un Sánchez que se dolió de las arremetidas de Iglesias y que nunca se desenvolvió con comodidad y naturalidad. Ni el PSOE ni el PP (este más todavía por la ausencia anómala de un Rajoy que quizá se esté arrepintiendo de no haber concurrido) sacaron nada en limpio del debate.
Ayer se confirmó que por el lado del centro derecha hay un corredor -Ciudadanos- con un potencial renovador sustantivo, en todo caso suficiente para disputar al PP la hegemonía a medio plazo. Y por la izquierda, Podemos le está haciendo un roto al socialismo español verdaderamente histórico. Se confirmó el fin de ciclo y el comienzo de otro cuya dimensión, en su novedad y profundidad, se comprobará el 20-D. Y un apunte final: de todos -incluso de los que salieron mejor parados- podía esperarse más de lo ofrecieron.
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El debate a cuatro de ayer puede resumirse, en lo esencial, en pocas líneas. Pablo Iglesias protagonizó una representación de eficaz populismo que martilleó a Pedro Sánchez hasta incomodarme reiteradamente, y Albert Rivera extendió su discurso a un lado y el otro y logró un espacio político e ideológico central, empujando suave pero certeramente a Sáenz de Santamaría hacia un territorio defensivo.