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Asalto al Congreso: ¡a por los gin-tonics!
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Javier Pérez de Albéniz

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Asalto al Congreso: ¡a por los gin-tonics!

No puedo imaginarme nada más cool. Más aún que los ya legendarios copazos de última hora en la cafetería del tanatorio. Una copa de balón, una

No puedo imaginarme nada más cool. Más aún que los ya legendarios copazos de última hora en la cafetería del tanatorio. Una copa de balón, una ginebra de importación, la rodaja del cítrico adecuado, el ajustado precio de 3,75 euros… y todo en un ambiente selecto y exclusivo como pocos: el mismísimo Congreso de los Diputados. ¿Que no es un precio real, de mercado? No hay problema: la diferencia con el precio real se cubrirá con fondos públicos.

“Déjenme que beba tranquilo, mientras no ponga en riego a nadie… Los que hemos defendido siempre la libertad y creemos que es buena defendemos también que la gente pueda tomar sus decisiones”. ¿Sabe usted quién es el responsable de esta apología de la autonomía etílica? No, no es Miguel Ángel Rodríguez. Pero casi: fue el expresidente del Gobierno José María Aznar quien pronunció tan bellas palabras, inmediatamente después de recibir la distinción de Bodeguero de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León en Valladolid. Déjenle que beba tranquilo, por Dios: mientras bebe, no habla.

Lo que me tiene loco es que en ese supuesto centro de trabajo de élite tengan una cafetería con una carta en la que encontrar no ya pelotazos de albañil, el clásico Sol y Sombra, sino un catálogo de combinados que no desentonaría en el Museo ChicoteNo me sorprende que el Congreso subvencione las copas de los señores diputados. Es uno más de los privilegios de sus señorías que poco a poco vamos descubriendo, esas pequeñas miserias con que pretenden diferenciarse del resto de mortales: planes de pensiones, iPad y iPhone gratis, dietas y gastos de representación, gastos de transporte, taxis y alojamientos, sueldos por encima de la media, la posibilidad de compatibilizar varios sueldos públicos... Lo que me preocupa no es eso, insisto. Lo que me tiene loco es que en ese supuesto centro de trabajo de élite tengan una cafetería con una carta en la que encontrar no ya pelotazos de albañil, el clásico Sol y Sombra, sino un catálogo de combinados que no desentonaría en el Museo Chicote. Y todo a precios de saldo: un Bloody Mary por 3,45 euros, un Dry Martini Importación a 3,10 euros, un licor Drambuie a 6,20 euros, un Ron Habana Club 7 años a 5,65 euros, una copa de cava brut a precio de caña de cerveza, 1,70 euros…

Un abrevadero de lujo que, en caso de abrir sus puertas al público con semejante relación calidad-precio, sin duda sufriría la invasión de los ciudadanos. Ríanse de las convocatorias de asedio al Congreso del pasado 25-A. Con los cubatas a menos de cuatro euros, ni todo el cuerpo de antidisturbios, armado hasta los dientes, podría frenar el asalto de hordas de sedientos españoles que, encabezados por Pedro J. Ramírez, el rey del gin-tonic premium, elegiría a partir de entonces tan representativo local para saciar su sed, y hasta para celebrar bodas, bautizos y comuniones.

Resulta poco menos que inconcebible que en el Congreso sirvan alcohol. Recuerdo cuando lo suprimieron de la cafetería de El País, hace más de veinte años. Se acabaron los tercios de Mahou amontonados en la mesas. Las botellas de whisky agazapadas en las cajoneras pasaron a ser material clandestino. Entonces, la bebida formaba parte más que del periodismo, de su leyenda. “Combinada con las luces tenues, el alcohol y la nicotina, se convertía en una especie de afrodisiaco aéreo”, escribió Gay Talese. Pero lo cierto es que jamás se ha podido demostrar la relación entre creatividad y alcohol, salvo como excusa para empinar el codo. “Beber quizá no te ayude a escribir mejor”, reconoció el propio Talese. Y si no ayuda a escribir mejor, ¿será capaz de inspirar a los señores diputados en sus decisiones políticas y legislativas?

"I have taken more good from alcohol than alcohol has taken from me", dijo un Winston Churchill que, a partir del desayuno, bebía whisky disuelto en agua. "El enjuague bucal", decía, convencido de que le ayudaba a acelerar el intelecto y a tomar las mejores decisiones. En una ocasión la socialista Bessie Bradock le acusó en público de estar borracho, a lo que Churchill respondió: "Bessie, eres horrible, y yo voy a estar sobrio por la mañana".

Pero me temo que las cosas han cambiado mucho en política desde los tiempos de Sir Winston Churchill. 

No puedo imaginarme nada más cool. Más aún que los ya legendarios copazos de última hora en la cafetería del tanatorio. Una copa de balón, una ginebra de importación, la rodaja del cítrico adecuado, el ajustado precio de 3,75 euros… y todo en un ambiente selecto y exclusivo como pocos: el mismísimo Congreso de los Diputados. ¿Que no es un precio real, de mercado? No hay problema: la diferencia con el precio real se cubrirá con fondos públicos.