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Unos más que otros, es verdad, pero ayer todos fuimos americanos
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Antonio Casado

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Unos más que otros, es verdad, pero ayer todos fuimos americanos

Obama estuvo solemne, retórico y fundacional. Pero, sobre todo, creíble. Seguramente porque esta parte del mundo tiene necesidad de creerlo. Los norteamericanos y quienes ayer nos

Obama estuvo solemne, retórico y fundacional. Pero, sobre todo, creíble. Seguramente porque esta parte del mundo tiene necesidad de creerlo. Los norteamericanos y quienes ayer nos sentimos norteamericanos comulgando con sus promesas. “Hay que ponerse manos a la obra y reconstruir América”. Esa fue la médula de su discurso posterior al juramento. Un clarinazo movilizador para el renacimiento de los Estados Unidos. Y si la tarea es, como se ve, de renacimiento y reconstrucción, el cortés agradecimiento de los servicios prestados a George Bush no pudo sonar más generoso.

De manera que en realidad no fueron promesas al uso. Más bien, fijación de objetivos. Tan genéricos que no dejan al nuevo presidente de los Estados Unidos cautivo de sus palabras. Pero lo bastante reconocibles como para ganarse la inmediata adhesión de los millones de personas que seguimos en directo su discurso de toma de posesión frente al Capitolio de Washington, en el transcurso de una espectacular ceremonia.

En época de tribulación, adelante con las mudanzas. Barack Obama, que no conoce a San Ignacio de Loyola ni falta que le hace, apuesta por los cambios. Justo cuando aumenta el zarandeo de la nave y más resbaladizos se vuelven los asideros, porque no se predijo o no se quiso predecir la tormenta.

Ahora “el mundo ha cambiado y nosotros tenemos que cambiar con él”. Buen diagnóstico. Hay que crear nuevas barandillas de apoyo –morales, legales, políticas, comerciales-, más allá de dogmas inservibles y agotados. O reconstruir las que se han ido desplomando. Obama las fue desgranando en una intervención perfectamente construida: responsabilidad, confianza, transparencia, solidaridad con los más débiles y restablecimiento de los vínculos entre gobernante y gobernado.

Son las luces de posición para orientarse en la era Obama. Incluidos los elementos más retóricos, como su llamamiento a la victoria de la esperanza sobre el miedo. A este capítulo de las grandes palabras escritas en el aire también pertenece su deseo de que la jornada de ayer se convierta en una buena excusa para recordar “quiénes somos, de donde venimos y a donde vamos”. O sus apelaciones a la razón y la fuerza, las dos grandes palancas de un país que quiere recuperar el liderazgo.

Menos retóricos fueron otros elementos de tan celebradísima intervención. Por ejemplo, sus programáticas intenciones en materia de educación, sanidad, energías renovables y lucha contra las redes internacionales de la violencia.

Ni una sola vez usó la palabra “terrorismo” y ese detalle no dejará de prestarse a diversas interpretaciones. ¿Marcando distancias con Bush? Al menos, verbales. Sin embargo, no hay tibieza en sus firmes apelaciones a la necesidad de usar la fuerza contra “aquellos que atacan a los débiles”. “Usaremos la fuerza contra ellos y les venceremos”.

Aunque la interpretación es libre, creo que ahí planeaba la sombra de la desvergonzada aventura de Bush en Irak. Sobre todo si reparamos en la coda que le puso a este pasaje de su discurso: “Debemos ser recordados por lo que construyamos, no por lo que destruyamos”.

Obama estuvo solemne, retórico y fundacional. Pero, sobre todo, creíble. Seguramente porque esta parte del mundo tiene necesidad de creerlo. Los norteamericanos y quienes ayer nos sentimos norteamericanos comulgando con sus promesas. “Hay que ponerse manos a la obra y reconstruir América”. Esa fue la médula de su discurso posterior al juramento. Un clarinazo movilizador para el renacimiento de los Estados Unidos. Y si la tarea es, como se ve, de renacimiento y reconstrucción, el cortés agradecimiento de los servicios prestados a George Bush no pudo sonar más generoso.