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La campaña del lince: los obispos cambian el púlpito por las vallas publicitarias
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Antonio Casado

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La campaña del lince: los obispos cambian el púlpito por las vallas publicitarias

Los obispos bajan del púlpito y se suben a las vallas publicitarias, que es más caro pero más moderno, como parte de su campaña contra la

Los obispos bajan del púlpito y se suben a las vallas publicitarias, que es más caro pero más moderno, como parte de su campaña contra la futura ley del aborto. La publicidad, al servicio de la Iglesia. Me parece bien, aunque conviene atenerse a los códigos propios de estas técnicas de la comunicación, pensadas para aumentar las ventas de un producto. O de una idea, como en el caso de los políticos a la caza del voto. En ese último género, no precisamente pastoral, encaja la campaña presentada ayer en Madrid por el portavoz del Episcopado, monseñor Martínez Camino. Hablamos de intangibles. Se trata de inocular en la opinión pública una convicción y ganar adeptos para una causa, como en las campañas electorales. Sin embargo, la técnica es la misma para vender una videoconsola que para vender una idea. El objetivo del anunciante es que la compre el mayor número de personas.

 

Cuanto más ancho es el sector de población al que va destinado el anuncio, mayor es la simplicidad del lenguaje, el verbal y el visual. Debe entenderlo todo el mundo. El mensaje central debe estar elaborado de tal modo que pueda prender hasta en los más bajos umbrales del entendimiento. Con apelaciones tan primarias a la vanidad (un auto envidiado por el jefe), la codicia (la lotería), el magnetismo sexual (los desodorantes), etc., que cualquier inteligencia media se siente insultada.

Todo eso le cuadra a la campaña iniciada ayer por la Iglesia con el lema “Protege mi vida”. Se trata de inocular en la opinión pública la idea de que en España tratamos mejor a los animales y las plantas que a los seres humanos. Desde ayer, y durante el tiempo que resta del mes de marzo, veremos a lo largo y ancho de nuestro país hasta 1.300 vallas, amén de 30.000 carteles y 8 millones de folletos, donde un bebé y un lince aparecen juntos. Sobre el animal aparece el sello de “protegido”, mientras que el niño se pregunta: “¿Y yo?”.

La simpleza es insoportable pero, al tratarse de la Iglesia y de cosas tan importantes como el derecho a la vida, veámoslo como un esfuerzo suplementario de los obispos para persuadir a los católicos de que no incurran jamás en la abominable práctica del aborto, ni la consientan. Están en su derecho. No vale la pena ir más allá en la valoración de la campaña cuando el propio Martínez Camino no se pronuncia sobre si, aparte de ir al infierno, una mujer debe ir a la cárcel por tomarse la píldora del día después (no estrictamente anticonceptiva, claro) o interrumpir un embarazo. “Eso deben decidirlo los jueces”, respondió cada vez que le hicieron la pregunta.

Es verdad. Son los jueces, y no los obispos –por supuesto, ni ellos lo pretenden- quienes deben decidir si una mujer o el médico que la asiste son unos “asesinos”, puesto que en el fondo, aunque no lo digan, los obispos, y muchos creyentes, atribuyéndose la función de jueces y legisladores, dicen que el aborto es un “asesinato”. Y donde hay asesinato hay un asesino, ¿o no? Sin embargo, monseñor, hemos de precisar. No son exactamente los jueces quienes deciden si un aborto es un asesinato, porque los jueces se limitan a aplicar las leyes que, como usted sabe, nos protegen de las arbitrariedades. Algunas tan maliciosas como  comparar a un lince con un bebé.

Eso es cosa de los legisladores. Y en ello están. No tengo ninguna noticia de que estén pensando en declarar obligatoria la interrupción del embarazo. En el ejercicio de la soberanía nacional, sólo pretenden  legislar para que ninguna mujer acabe entre rejas por ello, si se ve en esa dramática tesitura. Si la Iglesia consigue persuadir a las mujeres, al menos a las católicas,  de que esa práctica no debe llevarse a cabo de ningún modo y bajo ningún tipo de condiciones, porque tener el hijo siempre será una fuente permanente de felicidad, bienvenida sea la campaña. Pero si no lo consigue, el Estado no puede consentir que una mujer o el profesional que la asiste en tan dramático trance vayan a la cárcel.

Los obispos bajan del púlpito y se suben a las vallas publicitarias, que es más caro pero más moderno, como parte de su campaña contra la futura ley del aborto. La publicidad, al servicio de la Iglesia. Me parece bien, aunque conviene atenerse a los códigos propios de estas técnicas de la comunicación, pensadas para aumentar las ventas de un producto. O de una idea, como en el caso de los políticos a la caza del voto. En ese último género, no precisamente pastoral, encaja la campaña presentada ayer en Madrid por el portavoz del Episcopado, monseñor Martínez Camino. Hablamos de intangibles. Se trata de inocular en la opinión pública una convicción y ganar adeptos para una causa, como en las campañas electorales. Sin embargo, la técnica es la misma para vender una videoconsola que para vender una idea. El objetivo del anunciante es que la compre el mayor número de personas.