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Rajoy explota, y hace bien, el síndrome del piloto borracho
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Antonio Casado

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Rajoy explota, y hace bien, el síndrome del piloto borracho

Los bandazos del Gobierno en materia de política fiscal le sirvieron a Rajoy para practicar el tiro al blanco contra Zapatero en la sesión de control

Los bandazos del Gobierno en materia de política fiscal le sirvieron a Rajoy para practicar el tiro al blanco contra Zapatero en la sesión de control al Gobierno. Lógico. Y legítimo, ¿por qué no?, aunque de nuevo nos quedemos en un lance más o menos ocurrente de la morbosa explotación política de los síntomas. De ahí no salimos. Alternativas, pocas o ninguna.

 

Es la crónica diaria del improductivo debate entre el Gobierno y el principal partido de la oposición por cuenta de la crisis económica. Marcará el resto de la Legislatura y determinará el resultado de las próximas elecciones generales. Bien lo sabe Rodríguez Zapatero. Por ahí va el último fogonazo de su proverbial voluntarismo: ayer anunció que en 2012 España recobrará el equilibrio presupuestario. Lean ustedes a Carlos Sánchez (La recesión pone a la Hacienda Pública al borde del colapso, ayer en El Confidencial) y entenderán hasta dónde llega el incurable optimismo del presidente.

Casualmente 2012 es el previsible año electoral, salvo que la indigencia parlamentaria del PSOE, con costaleros de contratación variable, acabe precipitando una convocatoria anticipada. Aún así, el planteamiento, nudo y desenlace también sería la situación económica del país, y más concretamente el malestar social generado por una cifra insoportable de parados ¿Hacia los cinco millones, como se teme el PP?

Pero no nos desviemos. Lo que toca hoy –lo que tocaba ayer en el cruce semanal de Zapatero con Rajoy en el Congreso-, era la insensata confusión introducida por el Gobierno en materia de impuestos. Hoy subo, mañana no subo. Y luego, al revés. Según el costalero que acabo de contratar, o con el que acabo de romper para recomponer el acuerdo con el otro. El episodio de la reforma laboral pactada con CiU y reventada por IU solo es comparable al episodio de la reforma fiscal pactada con IU y reventada por CiU. Acudamos al “Don de la Ebriedad” (inolvidable paisano, Claudio Rodríguez) para explicar el galimatías.

El síndrome del piloto borracho ataca de nuevo a los ciudadanos que de buena fe tratan de entender algo. “Aquí no hay quien se aclare”, dijo Rajoy, que lo aprovechó a tope, e hizo bien, en la habitual sesión matinal de los miércoles. El pasaje no tiene desperdicio: “¿Va a subir impuestos como acordó a las 14 horas del día de ayer o no va a hacerlo como dijo a las 18 horas del día de ayer? ¿Va a hacer una reforma laboral como dijo a las 19 horas de un lunes pactando con CiU o no va a hacerla como dijo a las 9 horas del martes siguiente? ¿Va a controlar el déficit o por el contrario no va a controlar el déficit? ¿Va a cerrar la central de Garoña como dice su programa o no va a cerrarla como dice el Consejo de Seguridad Nuclear y quiere el ministro de Industria? ¿Va a pactar su política económica con IU o con otros grupos, porque evidentemente no es lo mismo?”.

Cualquiera de esas preguntas las firmaría un votante socialista. Y alguna más. Por ejemplo: ¿Va a mantener la reforma de la ley del aborto o acabará cediendo a las presiones de la Iglesia y la derecha más reaccionaria del país? ¿Va a utilizar en serio la inspección fiscal para terminar con esa broma de que solo el 3 % de los contribuyentes declaran por encima de los 60.000 euros de ingresos anuales? ¿Piensa encabezar algún día una verdadera cruzada legal y política contra la corrupción municipal? ¿Va a ocuparse, por vergüenza torera, de los refugiados saharauis o abrazará definitivamente la causa y los intereses de Marruecos? Porque cuando el conductor pierde el control del coche, nunca sabes si va a salir dando tumbos hacia la derecha o hacia la izquierda de la carretera.

Los bandazos del Gobierno en materia de política fiscal le sirvieron a Rajoy para practicar el tiro al blanco contra Zapatero en la sesión de control al Gobierno. Lógico. Y legítimo, ¿por qué no?, aunque de nuevo nos quedemos en un lance más o menos ocurrente de la morbosa explotación política de los síntomas. De ahí no salimos. Alternativas, pocas o ninguna.

Mariano Rajoy