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Rubalcaba hizo faena mirando al tendido de la izquierda
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Antonio Casado

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Rubalcaba hizo faena mirando al tendido de la izquierda

Después del debate, campaña, que algo queda. Echarle una segunda mirada al cruce televisivo del martes nos distrae de la campaña electoral más previsible de la

Después del debate, campaña, que algo queda. Echarle una segunda mirada al cruce televisivo del martes nos distrae de la campaña electoral más previsible de la serie histórica. Especular sobre errores o aciertos ante las cámaras de los aspirantes al trono de la Moncloa es más divertido que seguir el rastro palabrero de los mítines de la jornada.

Hay coincidencia en resaltar que Rubalcaba cometió el gran error de dar por sentado que Rajoy va a ser el próximo presidente del Gobierno. ¿El gran acierto hubiera sido ponerlo en duda? Imaginen al candidato socialista dando por sentado, consciente o inconscientemente, la derrota del PP en las elecciones del 20 de noviembre. Se habrían tirado de risa los mismos que ahora se ponen estupendos haciéndole ver su fallo.

Más orientados van quienes descifraron su actuación en clave de partido. De militantes y de votantes de su partido, se entiende. Solo a cierto dirigente regional del PSOE le he oído comentar que Rubalcaba perdió en el debate su perfil de hombre de Estado. Por su exceso de agresividad y por situarse como si ya estuviera en la oposición, cuando en realidad “aún es Gobierno”.

Formaba parte de una faena mirando al tendido ocupado por los votantes del PSOE. Primero, para movilizar a los desalentados. Y segundo, para ir preparando el terreno en la pugna por la Secretaría General, que se abrirá al día siguiente de las elecciones del 20-N

Toca salvar los muebles, no reforzar su imagen de hombre de Estado, aunque dejó una dosis de recuerdo con su dignísima renuncia a capitalizar el hecho de que durante su mandato como ministro del Interior se forjaron las condiciones para el fin de ETA. Bien hecho. Ahora su empeño es hacerse oír en la localizadísima franja de ex votantes socialistas de innegociable tendencia a quedarse en su casa el 20 de noviembre. El candidato socialista cubrió ese objetivo, si miramos la diferencia mínima obtenida por el ganador, Rajoy, según todas las encuestas. Eso quiere decir que han despertado muchos electores propios, puesto que un votante decidido del PP no vota a favor del candidato socialista ni en un debate televisado.

Por tanto, la agresividad de Rubalcaba, su insistencia en la necesidad de salir de la crisis por la izquierda, su dedo acusatorio sobre el PP culpable de la especulación inmobiliaria y su tercer grado a Rajoy como presunto exterminador del Estado del Bienestar, formaban parte de una faena mirando al tendido ocupado por los votantes del PSOE. Primero, para movilizar a los desalentados. Y segundo, para ir preparando el terreno en la pugna por la Secretaría General, que se abrirá al día siguiente de las elecciones del 20-N con la vista puesta en un congreso federal que se celebraría a primeros de febrero.

En cuanto a la reiteración de preguntas concretas a Rajoy, programa del PP en mano, se ha afeado la conducta de Rubalcaba  por comportarse como un periodista y no como un candidato a la Presidencia del Gobierno. Bueno, eso es de agradecer, habida cuenta que el candidato del PP ha prohibido las preguntas de los periodistas y las ruedas de prensa durante la campaña, pero no ha podido prohibir las del otro candidato.

¿Me harían ustedes la merced de imaginar la que le hubiera caído encima a Rubalcaba y a toda su parentela política si se le hubiera ocurrido vetar las preguntas de los informadores y suprimir las ruedas de prensa durante la campaña electoral?

Después del debate, campaña, que algo queda. Echarle una segunda mirada al cruce televisivo del martes nos distrae de la campaña electoral más previsible de la serie histórica. Especular sobre errores o aciertos ante las cámaras de los aspirantes al trono de la Moncloa es más divertido que seguir el rastro palabrero de los mítines de la jornada.

Alfredo Pérez Rubalcaba