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Manuel Fraga se va con el respeto de amigos y enemigos
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Antonio Casado

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Manuel Fraga se va con el respeto de amigos y enemigos

En un país tan zurrado por el sectarismo es síntoma de madurez democrática la despedida de la clase política a Manuel Fraga. Precisamente por tratarse de

En un país tan zurrado por el sectarismo es síntoma de madurez democrática la despedida de la clase política a Manuel Fraga. Precisamente por tratarse de un hombre encastillado en sus ideas y poco amigo de medias tintas. Es casi imposible nombrar a un político de su tiempo que no tenga archivado en la memoria un encontronazo con él. Pero se va con el respeto de todos. Y con el reconocimiento de su fecundo paso por la reciente historia de España. Es justo. Hablo del protagonismo de Fraga en las tres edades de la segunda mitad del siglo XX: Franquismo, Transición y Democracia. En las tres fue decisivo. Y por su papel en cada una de esas tres etapas, las reacciones de ayer coinciden en destacar un rasgo dominante: su compromiso con el Estado por encima de su propia confesión ideológica, evidentemente conservadora.

Fue decisivo en el Franquismo, en cuya clase dirigente ingresó cuando solo tenía 35 años, primero como delegado nacional de Asociaciones y luego como presidente del Instituto de Estudios Políticos. Fue su meritoriaje. Por ejemplo, alineándose con los “azules” Elola y Fernández Cuesta para desactivar la “conjura” contra el Régimen (así llamó la propaganda oficial aquel rifirrafe en el Colegio de Abogados) presuntamente organizada por José María Gil Robles (ex lider de la CEDA). José María Ruiz Gallardón (padre del actual ministro de Justicia) y Fernando Álvarez de Miranda (ex defensor del Pueblo).

En un país tan zurrado por el sectarismo es síntoma de madurez democrática la despedida de la clase política a Manuel Fraga

Cuatro años después de haber sido fichado para la causa por el ministro del Movimiento, José Solís, llegó su hora. A las once y media de la mañana del 7 de julio de 1962, Franco le recibía en El Pardo para ofrecerle el Ministerio de Información y Turismo. Y ahí se revela como decisivo en la tarea moderada, gradual y posibilista de ir abriendo por dentro las puertas del Franquismo con su famosa Ley de Prensa. Era mucho si se la comparaba con la sordidez informativa de Arias Salgado.

Decisivo fue también su protagonismo en la Transición. Alzó el banderín de enganche (Alianza Popular, germen del actual PP) ante las primeras elecciones democráticas (1977). Y fueron notables sus esfuerzos por aglutinar a lo más tratable o lo menos cerril de la derecha franquista. Hasta el punto de ganarse el odio del llamado “búnker” (sectores irreductibles del Régimen que a punto estuvieron de hacer fracasar un delicado encaje bolillos tras la caída de Arias Navarro en julio de 1976). Su trabajo de ponente constitucional (uno de los siete padres de la CE de 1978) le acabó de acreditar como alguien que bregó por un sistema abierto a todos los partidos, a todas las ideas.

De la actual etapa democrática, la que se inicia con todas las consecuencias después de la llegada de los socialistas al poder en 1982 (era la normalidad en el ejercicio alternativo del poder entre la izquierda y la derecha), Fraga fue decisivo en la consolidación de un partido de la derecha moderna y homologable con lo que se despacha en Europa.

Por tanto, si sobrevolamos su biografía desaparecen las sombras políticas y personales que van cosidas a su figura. O quedan sobradamente compensadas por los hechos positivos de su trayectoria al servicio del Estado. Descanse en paz don Manuel Fraga Iribarne.

En un país tan zurrado por el sectarismo es síntoma de madurez democrática la despedida de la clase política a Manuel Fraga. Precisamente por tratarse de un hombre encastillado en sus ideas y poco amigo de medias tintas. Es casi imposible nombrar a un político de su tiempo que no tenga archivado en la memoria un encontronazo con él. Pero se va con el respeto de todos. Y con el reconocimiento de su fecundo paso por la reciente historia de España. Es justo. Hablo del protagonismo de Fraga en las tres edades de la segunda mitad del siglo XX: Franquismo, Transición y Democracia. En las tres fue decisivo. Y por su papel en cada una de esas tres etapas, las reacciones de ayer coinciden en destacar un rasgo dominante: su compromiso con el Estado por encima de su propia confesión ideológica, evidentemente conservadora.