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La patada a Garzón no vendrá por su celo antifranquista
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Antonio Casado

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La patada a Garzón no vendrá por su celo antifranquista

Ayer se vivió una emotiva jornada en el juicio contra Baltasar Garzón. Dos familiares de desaparecidos (114.000 documentados) y un historiador hicieron memoria de la represión

Ayer se vivió una emotiva jornada en el juicio contra Baltasar Garzón. Dos familiares de desaparecidos (114.000 documentados) y un historiador hicieron memoria de la represión franquista. Aunque lo intentó, no pudo evitarlo José María Ruiz, el abogado de Manos Limpias (acusación “popular”, a falta de acusación pública o privada). Le paró en seco el presidente de la sala: “Aquí soy yo el que decide lo que se pregunta y lo que no”, sentenció Carlos Granados.

Hoy continuarán prestando testimonio los testigos de la defensa en una vista de la que, según medios próximos al tribunal, el juez Garzón está saliendo bastante bien librado. Mucho mejor de lo previsto. Una sensación reforzada desde que se escenificó la división de la sala al decidir si se anulaba o no el juicio por las irregularidades cometidas en la instrucción de la causa. Por cuatro a tres se reconocieron las irregularidades pero no en la gravedad suficiente como para anular las actuaciones.

El hecho mismo de que los magistrados aparezcan tan divididos no permite concluir que Garzón prevaricó de forma “evidente, patente, flagrante y clamorosa”. Son los cuatro predicados que, según sentencia del juez  Gonzalo Dívar, sobrino del presidente del Tribunal Supremo, deben justificar la condena de un juez por el peor delito que se le puede imputar: la prevaricación. Y eso también permite anticipar una sentencia absolutoria en ese asunto del franquismo. No será el acreditado celo antifranquista de Garzón el que le acabe echando de la carrera judicial.El hecho mismo de que los magistrados aparezcan tan divididos no permite concluir que Garzón prevaricó de forma “evidente, patente, flagrante y clamorosa”. Pero eso no impedirá la patada corporativa.

Hagamos balance del ajusticiamiento de Baltasar Garzón, dicho sea en el doble significado de la palabra. Estamos en el dos de tres. Los dos primeros, escuchas y franquismo, con el mismo supuesto delictivo (prevaricación), traslado simultáneo de las dos sentencias a la opinión pública y distinto desenlace. Del triple escarmiento solo en una de las tres causas se puede ir dando por inhabilitado: la de las escuchas. Por no motivar su atropello al derecho de defensa. Mejor pronóstico aguarda a su celo contra el franquismo a título póstumo. Apuesten por la absolución. Y absolución, de paso, para la imagen de la justicia española, puesta en entredicho en medios internacionales. Para más adelante, ya en los minutos basura de las jornadas cinegéticas contra el controvertido juez de la Audiencia Nacional, queda la vista por supuesto delito de cohecho impropio en el caso de los cursos de Nueva York.

Lo que me cuentan de buena fuente es que los siete magistrados han pactado retrasar la sentencia de las escuchas (con pruebas materiales para demostrar la prevaricación) y juntarla con la del franquismo (aquí la prevaricación es más difícil de demostrar sólo con un proceso de intenciones). La vista pública de la segunda prosigue hoy con el paso de más testigos de la defensa. Y, como queda dicho, con la impresión de que el pronóstico se presenta muy favorable para Garzón y quienes, con alguna salida de tono, han venido apoyándole estos días.

Ayer se vivió una emotiva jornada en el juicio contra Baltasar Garzón. Dos familiares de desaparecidos (114.000 documentados) y un historiador hicieron memoria de la represión franquista. Aunque lo intentó, no pudo evitarlo José María Ruiz, el abogado de Manos Limpias (acusación “popular”, a falta de acusación pública o privada). Le paró en seco el presidente de la sala: “Aquí soy yo el que decide lo que se pregunta y lo que no”, sentenció Carlos Granados.

Baltasar Garzón