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No hay mudanza en tiempo de desolación: Rubalcaba sigue
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Antonio Casado

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No hay mudanza en tiempo de desolación: Rubalcaba sigue

Tan españoles y tan castizos como siempre, los socialistas optaron por el de casa. Entre el pensamiento de Lampedusa-Chacón (que todo cambie para que todo siga

Tan españoles y tan castizos como siempre, los socialistas optaron por el de casa. Entre el pensamiento de Lampedusa-Chacón (que todo cambie para que todo siga igual) y el de Ignacio de Loyola-Rubalcaba (nada de mudanza en tiempo de desolación), se inclinaron por el fundador de los jesuitas. 487 votos del felipista con trienios fueron suficientes para desactivar la incierta tentación renovadora de una criatura del zapaterismo (465).

No le demos vueltas. Ganó el continuismo sin mala conciencia al continuismo de reestreno. Una continuidad cuyos elementos de renovación sólo podrán surgir de una digna y bien trazada travesía del desierto. Ya será la segunda de Rubalcaba en su larga carrera política. Con dos diferencias determinantes. Una, ahora va de líder. Y otra, esta vez la cesta del pan está vacía y ha de empezar casi a cero (aparte del reducto vasco, le queda Andalucía, como a Boabdil, y parece que por poco tiempo).

El resto es miscelánea del careo personal Chacón-Rubalcaba que culminó con poca historia este fin de semana en Sevilla. Campaña para olvidar, reñida votación y desenlace calcado de otros congresos socialistas. A saber: bulliciosa comedia de puertas en la madrugada del sábado al domingo para cocinar la Ejecutiva, votación del equipo y discurso integrador del nuevo secretario general. “Unidad” y “cambio” fueron en esta ocasión los dos soportes del triple mensaje inicial del flamante líder del PSOE a los ciudadanos: empleo, Europa y equidad.

“Unidad” y “cambio” fueron en esta ocasión los dos soportes del triple mensaje inicial del flamante líder del PSOE a los ciudadanos: empleo, Europa y equidad

Respecto a la candidatura perdedora, me limito a señalar la dificultad de encajar el generoso discurso de vísperas de Carme Chacón (“Si pierdo me pondré a disposición del nuevo secretario general”) con su posterior negativa a aceptar ningún cargo de partido, más allá de su dedicación al escaño como diputada del Congreso. Eso es lo que le trasladó en un encuentro a solas con Rubalcaba a primera hora de la larguísima noche del sábado, al tiempo de le anticipaba su pretensión de negociar un 49% de los puestos de la Ejecutiva, equivalente al porcentaje obtenido en la votación. Eso no tiene sentido.

Ni en las normas ni en la tradición del PSOE se tasó nunca la vocación integradora del líder. Sería absurdo imponerle proporciones numéricas a un órgano cuyas decisiones son colegiadas. Es verdad que en la práctica siempre se respetó la presencia de las Federaciones (también en esta ocasión) y las corrientes organizadas en función de su peso. Otra cosa son las candidaturas perdedoras en unas primarias o en un congreso federal. En este caso la candidatura se disuelve cinco minutos después de la votación y todos los militantes se ponen a disposición del nuevo secretario general.

Exactamente eso es lo que hizo José Bono, pedir lealtad hacia Zapatero, cuando éste le derrotó en el 35 congreso (julio de 2000), como el propio Zapatero recordó en su discurso de despedida del viernes pasado, antes de pedir: “todos, detrás del que gane”.  Aunque once miembros de la candidatura de Chacón han pasado a formar parte de la Ejecutiva, si bien no en los puestos decisivos, sería lamentable que Chacón y su gente quisieran prolongar indefinidamente su pugna con Rubalcaba.

Tan españoles y tan castizos como siempre, los socialistas optaron por el de casa. Entre el pensamiento de Lampedusa-Chacón (que todo cambie para que todo siga igual) y el de Ignacio de Loyola-Rubalcaba (nada de mudanza en tiempo de desolación), se inclinaron por el fundador de los jesuitas. 487 votos del felipista con trienios fueron suficientes para desactivar la incierta tentación renovadora de una criatura del zapaterismo (465).

Alfredo Pérez Rubalcaba