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España confía en Hollande para salir del agujero
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Antonio Casado

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España confía en Hollande para salir del agujero

Segundos, fuera. Todos pendientes de Angela Merkel y François Hollande. En estas circunstancias su encuentro de ayer tarde en Berlín es un clavo ardiendo. O una

Segundos, fuera. Todos pendientes de Angela Merkel y François Hollande. En estas circunstancias su encuentro de ayer tarde en Berlín es un clavo ardiendo. O una tabla de salvación. Aunque de momento solo hemos visto las sonrisas de la rueda de Prensa conjunta, la fumata de la reunión será necesariamente blanca. No porque nos vayamos a ver de repente al borde de la solución sino para dejar de estar al borde del abismo después de cuarenta y ocho horas de pánico en las cancillerías europeas y, por supuesto, en Moncloa, por aquello del contagio.

¿Todo por la inestabilidad política de Grecia? Si sólo fuera eso, la UE y los mercados deberían estar encantados con España. Aquí tenemos estabilidad política para aburrir, seguimos el tratamiento y nos tomamos la medicina por amarga que sea. Sin embargo, la banca y el gasto de las regiones retratan nuestro peor perfil. Por pitos o por flautas, Grecia y España siguen siendo los dos grandes dolores de cabeza de la Eurozona.

Grecia está abocada a unas nuevas elecciones porque las fuerzas políticas dispuestas a seguir con el guión de la austeridad a toda costa han quedado en minoría. En Renania del Norte-Westfalia la autora intelectual del guión, la canciller Merkel, ha sufrido un varapalo electoral porque los propios alemanes quieren ser menos competitivos y más felices. Ese estado de ánimo se detectaba entre los holandeses, que votaron contra el seguidismo pro-germano de su Gobierno y se detecta ahora entre los irlandeses llamados a referéndum el próximo día 31.Aunque nunca lo admitirá en público, el presidente Rajoy celebra el salto de Hollande a la presidencia de Francia. Se ha convertido en catalizador de un clamor contra las políticas que generan malestar social, recesión económica y pulsiones antidemocráticas.

Lo más relevante ha sido el triunfo de Hollande en las elecciones presidenciales francesas apostando por un cambio de partitura (“una nueva vía para Europa”, en expresión utilizada en su discurso de investidura), que incluye flexibilizar el calendario fiscal (el calendario, ojo, no las metas) y poner en marcha políticas reactivadoras de la economía. Más allá de las lecturas interesadas, nunca ha dicho Merkel que esas dos líneas de actuación, que van a ser irremediablemente consensuadas con su  colega francés, sean incompatibles con el mantenimiento de la ortodoxia presupuestaria.

A las consecuencias de esa reconstrucción del tándem franco-alemán se refería nuestro ministro de Economía, Luis de Guindos, al decir que a partir de ahora España depende de la cooperación europea. En Moncloa se encomiendan a Hollande y saludan los climas de opinión creados después de la derrota electoral de Sarkozy en Francia y en vísperas de la llamada Cumbre del Crecimiento. Todo eso alimenta la esperanza de que a no tardar nos van a aflojar la soga.

Aunque nunca lo admitirá en público, el presidente Rajoy celebra el salto de Hollande a la presidencia de Francia. Se ha convertido en catalizador de un clamor contra las políticas que generan malestar social, recesión económica y pulsiones antidemocráticas. Es indiscutible que la corrección de rumbo propuesta por el flamante presidente de Francia favorece los intereses de España.

Segundos, fuera. Todos pendientes de Angela Merkel y François Hollande. En estas circunstancias su encuentro de ayer tarde en Berlín es un clavo ardiendo. O una tabla de salvación. Aunque de momento solo hemos visto las sonrisas de la rueda de Prensa conjunta, la fumata de la reunión será necesariamente blanca. No porque nos vayamos a ver de repente al borde de la solución sino para dejar de estar al borde del abismo después de cuarenta y ocho horas de pánico en las cancillerías europeas y, por supuesto, en Moncloa, por aquello del contagio.

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