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Artur Mas presentó en Madrid su monólogo independentista
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Antonio Casado

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Artur Mas presentó en Madrid su monólogo independentista

Faltaron sillas para periodistas. Por suerte estaban libres los  puestos de muchos empresarios madrileños habituales en estos desayunos del Forum Europa. O sea, exceso de informadores

Faltaron sillas para periodistas. Por suerte estaban libres los  puestos de muchos empresarios madrileños habituales en estos desayunos del Forum Europa. O sea, exceso de informadores y ausencia de socios, básicamente directivos de empresa que esta vez hicieron novillos. Al final, tímidos aplausos de compromiso y cara de circunstancias entre los asistentes (“¡Dios mío!”, exclamó Juan Luis Cebrián cuando el conferenciante rastreaba en el Imperio Carolingio las raíces de Cataluña). De todos modos se escuchó con respeto el soliloquio del president, un auténtico virtuoso del camuflaje semántico.

La palabra “independencia” no salió de la boca de Artur Mas ni una sola vez, aunque comparte el “clamor” de la marcha independentista del martes. Y en ningún momento reclamó un Estado propio para Cataluña, sino “los instrumentos propios de un Estado”. Cuidadoso con el lenguaje hasta el punto de parecer conciliador y dialogante, cuando la verdad es que nunca se puso en el lugar del “otro” ni contempló otra alternativa que no sea la de conseguir la llave de la caja (pacto fiscal) bajo la amenaza separatista.

La independencia no se puede plantear a palo seco en un hotel de Madrid por mucho clamor popular que la respalde. Aun aceptando el desafío como si fuera algo verosímil llevaría tiempo y habría de seguir unos pasosMuy difícil ignorar que la operación trata una cuestión de caja como si fuera una cuestión de sentimientos. Habló de “fatiga mutua” entre España y Cataluña. Una forma muy sutil de alimentar el hartazgo del español medio con la esperanza de hacerlo verdadero. No lo es. Lo dice con la boca pequeña: “Si los catalanes quieren irse, que se vayan”. Pero de ninguna manera admitiría una España mutilada en nombre de una aspiración tan discutida y tan discutible como es la transformación de Cataluña en un nuevo Estado de Europa.

Cualquier aspiración tuneada como objetivo político es respetable. Pero no puede nacer y desarrollarse sin pasar la prueba del contraste con quienes no están obligados a compartirlo y, sobre todo, con el vigente ordenamiento jurídico-político de una sociedad determinada. La independencia no se puede plantear a palo seco en un hotel de Madrid por mucho clamor popular que la respalde. Aún aceptando el desafío como si fuera algo verosímil llevaría tiempo y habría de seguir unos pasos.

Hoy por hoy, el encaje legal de esa aspiración de un sector de la sociedad catalana requiere la abolición de principios básicos de nuestro ordenamiento: integridad territorial e indivisibilidad de la soberanía nacional. Y eso pasaría por un largo y complicado proceso de reforma de la Constitución, como paso previo para abrir la vía de Cataluña hacia la independencia. ¿Hay consenso político o social para poner en marcha esos mecanismos? Evidentemente, no, pero ningún demócrata ha de tener miedo frente a cualquier aspiración individual o colectiva, siempre que no pretenda desbordar las reglas de juego comunes ni prosperar por medios violentos.

Sin aspavientos, sin amenazas, sin coacciones, como quiere Artur Mas. Vale. Pero estando dispuesto a escuchar relatos alternativos sobre el encaje de Cataluña en España, a someter la propuesta a la prueba del contraste con quienes no la comparten y a asumir el reproche de haberse embarcado en una operación oportunista y desestabilizadora que, de ninguna manera, puede ser una prioridad en la España agobiada por un estado de emergencia económica. Nada de monólogos.

Faltaron sillas para periodistas. Por suerte estaban libres los  puestos de muchos empresarios madrileños habituales en estos desayunos del Forum Europa. O sea, exceso de informadores y ausencia de socios, básicamente directivos de empresa que esta vez hicieron novillos. Al final, tímidos aplausos de compromiso y cara de circunstancias entre los asistentes (“¡Dios mío!”, exclamó Juan Luis Cebrián cuando el conferenciante rastreaba en el Imperio Carolingio las raíces de Cataluña). De todos modos se escuchó con respeto el soliloquio del president, un auténtico virtuoso del camuflaje semántico.

Artur Mas