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Malos tiempos para sentirte español y decirlo
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Antonio Casado

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Malos tiempos para sentirte español y decirlo

Los españoles que vivimos en Madrid sabemos de la Fiesta Nacional porque nos aconsejan por anticipado usar el transporte público en el centro de la

Los españoles que vivimos en Madrid sabemos de la Fiesta Nacional porque nos aconsejan por anticipado usar el transporte público en el centro de la capital, hoy reservado para la cabra de la Legión. Otra pista recibimos anualmente quienes tenemos el privilegio de asistir a la gran recepción anual del Rey de España en el Palacio de Oriente, que suele convertirse en una pasarela verbal de la clase política. Además, un modesto clarinazo audiovisual del Ministerio de Defensa que nos recuerda en vísperas del desfile que “el día de la Fiesta Nacional es de todos” y que “juntos vamos a llegar muy lejos”. En la plaza de Cataluña de Barcelona, y en otros puntos de España, unos cuantos atrevidos  quieren sobreponerse al complejo de tratar al nacionalismo como una especie protegida.

Y poco más. Del Día de la Hispanidad, que ha ido a menos, salvada la imprescindible liturgia oficial, nunca más se supo, lo cual contrasta con las celebraciones del nacionalismo periférico, que han ido a más. Está mal visto sentirse orgulloso de ser español porque choca con el relato impuesto tacita a tacita por quienes no admiten visiones alternativas a la suya. Si un ministro de España habla de “españolizar” la educación lo tachan de “pre-constitucional” y lo queman en la hoguera política y mediática. Y si alguien apela al ordenamiento jurídico como cauce del sueño segregacionista le hacen saber en tono unívoco y totalizante que esta vez será “con ley o sin ley”.

Hay que callar para que nadie se ofenda. Los nacionalistas se ofenden siempre si no aceptas su excluyente interpretación de los hechos históricos incautados para su causa. Vete a decir en Cataluña que en la guerra de sucesión había catalanes en los dos bandos (austracistas y borbónicos), que defendieron como un solo hombre la causa de España y de su Rey Borbón en 1793 (la “Guerra Gran”)

Hay que callar para que nadie se ofenda. Los nacionalistas se ofenden siempre si no aceptas sus monólogos y su excluyente interpretación de los hechos históricos incautados para su causa. Vete a decir que los catalanes (Reino de Aragón) se sumaron a la batalla total de los cristianos españoles contra el Islam en las Navas de Tolosa (1212), que en la guerra de sucesión había catalanes en los dos bandos (austracistas y borbónicos), que defendieron como un solo hombre la causa de España y de su Rey Borbón en 1793 (la “Guerra Gran”), que se echaron al monte contra la invasión napoleónica de la península Ibérica (1808) o que, en contra de su excluyente relato sobre la Cataluña maniatada por España, no fue Felipe V (Decreto de Nueva Planta) sino las Cortes de Cádiz (1812) las que ocasionan el gran apagón del autogobierno en Cataluña. Es entonces cuando se instaura en Cataluña la verdadera unificación de los códigos de la Monarquía borbónica pasada por la Revolución Francesa.

Es verdad que los catalanes lucharon mayoritariamente por sus libertades en la guerra de secesión (1640, Corpus de Sangre, Els Segadors) y en la guerra de sucesión (1714, caída de Barcelona, defendida también por valencianos y aragoneses), pero no es menos verdad que la historia ha ido uniendo cada vez más a Cataluña con el resto de los pueblos de España. Pero diga usted que ese es un buen motivo para dotar de sentido a la Fiesta Nacional del 12 de octubre, en gloriosa exaltación de la hispanidad (pueblos de España proyectados al mundo) y ya verá la que le cae encima.

Apostar por el reforzamiento de la identidad española en la fecunda diversidad que viene descrita en la Constitución de 1978 se ha convertido en algo políticamente incorrecto y más vale que vayamos haciendo algo ¿O vas al infierno si dices que te sientes español, especialmente el día de la Fiesta Nacional?

Los españoles que vivimos en Madrid sabemos de la Fiesta Nacional porque nos aconsejan por anticipado usar el transporte público en el centro de la capital, hoy reservado para la cabra de la Legión. Otra pista recibimos anualmente quienes tenemos el privilegio de asistir a la gran recepción anual del Rey de España en el Palacio de Oriente, que suele convertirse en una pasarela verbal de la clase política. Además, un modesto clarinazo audiovisual del Ministerio de Defensa que nos recuerda en vísperas del desfile que “el día de la Fiesta Nacional es de todos” y que “juntos vamos a llegar muy lejos”. En la plaza de Cataluña de Barcelona, y en otros puntos de España, unos cuantos atrevidos  quieren sobreponerse al complejo de tratar al nacionalismo como una especie protegida.