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La España política camina hacia la italianización
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Antonio Casado

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La España política camina hacia la italianización

Dos luces de posición definen el rumbo del Gobierno hacia la presunta salida de la crisis económica: su último plan de reformas y el nuevo programa

Dos luces de posición definen el rumbo del Gobierno hacia la presunta salida de la crisis económica: su último plan de reformas y el nuevo programa de estabilidad. A la espera de que el presidente, Mariano Rajoy, las explique en el Congreso la semana que viene, a la opinión pública no le queda otra que atenerse a las reacciones políticas y mediáticas de ese difuso catálogo de medidas comunicadas por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, escoltada por los ministros De Guindos y Montoro tras del Consejo de Ministros del viernes pasado.

La palabra es decepción. Uno de los periódicos más afines habló incluso de “rendición”. De ninguna de las dos sensaciones nos cura el desparpajo sureño de Javier Arenas: “El Gobierno hace previsiones con la confianza de que la realidad las mejore”, dijo ayer el ex vicepresidente del Gobierno y ahora vicesecretario general del PP en expectativa de destino. Por ahora la realidad conspira despiadadamente contra Rajoy en el único indicador que realmente casa a las personas con la economía: el paro. Y ya nos han dicho que seguirá creciendo, incluso más allá del fin ordinario de la Legislatura (noviembre de 2015).

Está bien a la vista la derivada política de ese dato de la realidad, combinado con otros precursores del alarmante desprestigio de las instituciones y la subida de la temperatura en la calle. Las noticias de estos últimos días han pulverizado los planes del PP. Se trataba de convocar las próximas elecciones con vientos favorables de remontada económica y creación de empleo. Pero si la realidad no mejora las previsiones del Gobierno hasta 2015 –suele ser al revés, por lo general-, la política española va a camino de la italianización.

El riesgo está cantado en todos los sondeos encargados incluso antes de saber que ya tenemos más de seis millones de parados, que el Gobierno empeora su escenario presupuestario y que las medidas de estímulo no aparecen en los nuevos planes de Moncloa. Las encuestas son demoledoras para los dos grandes partidos. Hay una tendencia imparable: por primera vez desde la recuperación democrática de 1978, la suma PP-PSOE no llegará a la mitad de los votantes.

La cara política del drama es el castigo a los dos pilares del sistema de representación. Se desmorona la credibilidad del PP pero no se recupera la del PSOE. Ambos cargan con su respectivo pecado original. Si el de Zapatero fue su tardío reconocimiento de la crisis, el de Rajoy fue anunciar que la resolvería, haciendo creer a los españoles que el desalojo de los socialistas era la condición previa a la remontada.

Si el paro y la recesión pintan todavía peor que pintaban cuando Rajoy llegó a Moncloa, a Rubalcaba le dicen las encuestas que el PSOE ha sido adelantado por Izquierda Unida en intención directa de voto. Esa señal de alarma es precisamente la que utilizan los dirigentes críticos que, como Carmen Chacón, presionan a la dirección para que convoque elecciones primarias abiertas inmediatamente después del verano que viene.

Dos luces de posición definen el rumbo del Gobierno hacia la presunta salida de la crisis económica: su último plan de reformas y el nuevo programa de estabilidad. A la espera de que el presidente, Mariano Rajoy, las explique en el Congreso la semana que viene, a la opinión pública no le queda otra que atenerse a las reacciones políticas y mediáticas de ese difuso catálogo de medidas comunicadas por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, escoltada por los ministros De Guindos y Montoro tras del Consejo de Ministros del viernes pasado.

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