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Rajoy no entra al trapo del palo televisado de Aznar
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Antonio Casado

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Rajoy no entra al trapo del palo televisado de Aznar

Rajoy no entra al trapo. Hace bien. Perdieron el tiempo los periodistas que, ayer en Bruselas, buscaron desesperadamente una reacción del presidente del Gobierno al sartenazo

Rajoy no entra al trapo. Hace bien. Perdieron el tiempo los periodistas que, ayer en Bruselas, buscaron desesperadamente una reacción del presidente del Gobierno al sartenazo televisado que Aznar le acaba de dar en el bajo vientre. Le bastó con ratificarse en su línea política y en su costumbre de no polemizar con los expresidentes. Nos remitimos a las declaraciones de ministros o dirigentes de segundos niveles para hacernos una idea del estado de opinión en los interiores del PP.

El más sutil, Jesús Posada, presidente del Congreso, con una lúcida referencia a la melancolía como desembocadura de los esfuerzos inútiles: “Las cosas se van para no volver”. El más explícito, el ministro Cristóbal Montoro, que resultó corneado por el sobrero en un lance casual. Después de repetir por enésima vez que no hay margen para la bajada de impuestos, el titular de Hacienda informó en el Congreso de que ha decidido dejar para otro momento “las añoranzas y las melancolías”.

Entre la admiración y la añoranza sólo se situó el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, cuya aspiración a la presidencia de Caja Madrid fue frenada en su día por el entonces líder del PP y ahora, además, presidente del Gobierno. “Todas las expresiones, manifestaciones y opiniones de José María Aznar me parecen de enorme interés porque ha sido probablemente el mejor presidente que ha tenido España”, declaraba ayer el sucesor de Esperanza Aguirre. Lógico. Es de los que, junto a esta y al propio Aznar, vienen diciendo desde la derrota electoral de 2008 que “con Rajoy el PP nunca recuperará el poder”.

En cuanto a los adversarios políticos de Rajoy, de puertas afuera, han aprovechado el balón que les ha centrado Aznar para celebrar que en el PP bajan revueltas las aguas. Los socialistas, encantados. El expresidente les da ocasión de desquitarse del baile sucesorio en torno a Rubalcaba, celebrado desde Génova como marca de un partido lastrado por sus problemas internos. En Ferraz ya pueden decir que en todas partes cuecen habas. Gracias al mismísimo presidente de honor del PP, que pone al partido como uno de sus tres grandes compromisos. Esperemos que el vínculo moral con su “conciencia” y su “país” sea de mejor condición que el que ha demostrado tener con su “partido”.

El rastro de la reaparición del expresidente queda reducido a la posibilidad tóxica de que quiera volver a las andadas. Poco que decir de los contenidos. Si quitamos la oportunista apuesta por la bajada de impuestos, en su discurso hay pocas novedades y muchos lugares comunes. Su receta para sacar a España del atolladero: “Ofrecer un horizonte de esperanza y no una lánguida resignación”. No esta mal como alarde retórico si fueran buenos tiempos para la lírica. Como no lo son, el alarde pierde altura y se queda en un vulgar golpe bajo a Rajoy.

Tampoco encaja en los tiempos de tribulación que nos agobian ese otro mantra que desea para que España sea “un país fuerte y unos ciudadanos libres”. Claro. También Franco hablaba de una España “grande” y “libre”. Y si nos olvidamos del firmante, a ver quién no lo firma, aunque sea con otras palabras.

Rajoy no entra al trapo. Hace bien. Perdieron el tiempo los periodistas que, ayer en Bruselas, buscaron desesperadamente una reacción del presidente del Gobierno al sartenazo televisado que Aznar le acaba de dar en el bajo vientre. Le bastó con ratificarse en su línea política y en su costumbre de no polemizar con los expresidentes. Nos remitimos a las declaraciones de ministros o dirigentes de segundos niveles para hacernos una idea del estado de opinión en los interiores del PP.

Mariano Rajoy José María Aznar Botella