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Wert, ese ministro que detesta la personalización
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Antonio Casado

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Wert, ese ministro que detesta la personalización

Wert en estado puro: “Espero defraudar a los medios que han venido a la caza de titulares”. No lo consiguió. Cinco minutos después del desayuno-coloquio, con

Wert en estado puro: “Espero defraudar a los medios que han venido a la caza de titulares”. No lo consiguió. Cinco minutos después del desayuno-coloquio, con asistencia del ministro Gallardón y la ministra Báñez, el titular reinaba en el circuito: “Wert dejará la política cuando culmine la reforma educativa”. Sus argumentos en defensa de la LOMCE y los contenidos de la misma acabaron en la letra pequeña. En cambio, volvió a triunfar la personalización del debate, lo cual nos aleja del objeto y convierte al sujeto en el blanco fácil de los discrepantes: todas las fuerzas políticas de base parlamentaria.

“Todas, no”, saltará inmediatamente apelando al rigor expresivo que debió aprender leyendo a Balmes: “Todas menos el Partido Popular, que casualmente tiene 184 diputados”. En eso tiene razón. Pero es el caso que ayer se acababa de cerrar el plazo para la presentación de enmiendas de totalidad a la ley Wert (el sujeto se comió al objeto) y resulta que todos y cada uno de los grupos han pedido la devolución del proyecto. Devolución sin texto alternativo.

Son argumentos que deberían desbordar a la persona del ministro peor valorado del Gobierno Rajoy, al que servidor le reconoce una de las virtudes más escasas en el ámbito político: cree en lo que hace, lo defiende con pasión, no engaña a nadie y nunca vuelve la cara. No le vendría mal a la izquierda alguien asíSe lamenta el ministro de la personalización del debate: “Detesto que se refieran al proyecto como la ley Wert”. Él da facilidades parapetado en la memoria de Ramón y Cajal, que daba gracias a Dios por darle buenos enemigos. No creo que incluya a los de puertas adentro por ser cuña de la misma madera. Los peores. En cuanto a los demás, que se organizan en muy distantes posiciones políticas e ideológicas, su principal reproche es que no se hayan molestado en elaborar un texto alternativo.

La perplejidad del maestro de ceremonias, Javier García Vila, consistió en tratar de saber cómo se las ha arreglado el ministro para poner a todos de acuerdo contra su propuesta de reforma educativa. Toma titular: “Durante los dos últimos meses he pasado el 60% de mi tiempo intentando lograr el consenso”. Pues poco le ha cundido. En el debate de totalidad, previsto para mediados de este mes, el Gobierno se encontrará con el rechazo unánime. El principal grupo de la oposición, el PSOE, sostiene que el Gobierno planea una educación para los hijos de los ricos y otra para los hijos de los pobres. Todos los partidos de izquierda ven un proyecto “segregador” e “ideológico”. Los nacionalistas vascos y catalanes lo ven centralista e invasor de competencias autonómicas. Y, en fin, la UPyD de Rosa Díez dice que no rescata a la educación de los vaivenes bipartidistas ni resuelve los problemas del sistema vigente.

Bueno, al fin y al cabo, son argumentos que deberían desbordar a la persona del ministro peor valorado del Gobierno Rajoy, al que servidor le reconoce una de las virtudes más escasas en el ámbito político: cree en lo que hace, lo defiende con pasión, no engaña a nadie y nunca vuelve la cara. No le vendría mal a la izquierda alguien así.

Wert en estado puro: “Espero defraudar a los medios que han venido a la caza de titulares”. No lo consiguió. Cinco minutos después del desayuno-coloquio, con asistencia del ministro Gallardón y la ministra Báñez, el titular reinaba en el circuito: “Wert dejará la política cuando culmine la reforma educativa”. Sus argumentos en defensa de la LOMCE y los contenidos de la misma acabaron en la letra pequeña. En cambio, volvió a triunfar la personalización del debate, lo cual nos aleja del objeto y convierte al sujeto en el blanco fácil de los discrepantes: todas las fuerzas políticas de base parlamentaria.