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Que se vaya 2013 y no vuelva
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Antonio Casado

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Que se vaya 2013 y no vuelva

A pocas horas de la noche de los excesos, sería mejor no echar la vista atrás. Por una cuestión de salud. Y si lo hago es

Acabado el año, sería mejor no echar la vista atrás. Por una cuestión de salud. Y si lo hago es solo por verificar que 2013 fue un año para la basura. Salvo algunas cosas, que diría Mariano Rajoy. Pero ninguna de ellas mejoró la vida de los españoles, que no encontraron en la prima de riesgo ni en la balanza de pagos la forma de llegar a fin de mes. En cambio sí tuvieron –tienen– la ocasión de sufrir los devastadores efectos de cuatro azotes sociales. Uno, el paro (mayor que el de hace un año). Dos, la pobreza. Tres, la desigualdad. Y cuatro, el alarmante deterioro de unos servicios públicos cada vez peor dotados en los Presupuestos Generales.

He ahí los cuatro ingredientes de la llamada competitividad, ese indicador que ha restaurado la confianza de los inversores en la economía española. Los ingredientes fueron como el precio a pagar por los de siempre, los asalariados y, en general, las capas más desprotegidas, mientras al mismo tiempo se ofrecía una amnistía fiscal a los grandes defraudadores, separatistas de la caja común, y se cargaba un multimillonario rescate bancario a la cuenta de todos los españoles.

A saber: la corrupción y la desconfianza en las instituciones. Son elementos precursores de la crisis política e institucional reflejada en el desplome electoral de los dos grandes partidos

Todo eso compone el cimiento de los presuntos éxitos del Gobierno en 2013, tal y como los presentó Rajoy en su mensaje navideño del pasado 27 de diciembre en Moncloa: se evitó el rescate, bajó la prima de riesgo, subió la bolsa, aumentaron las exportaciones y terminó la recesión. Es verdad, pero a costa de los sacrificios salariales, la pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas, los recortes en el Estado del Bienestar y las cifras de paro más altas que hace un año.

Dos pistas para saludar la llegada de 2014 como un feliz año peor, en línea con lo dicho. Estoy pensando en las dos decisiones tomadas por el Gobierno cinco minutos antes de despedir el año 2013. Las dos vuelven a cargar sobre los hombros de los más débiles el peso de la crisis. Una, la congelación del SMI (salario mínimo interprofesional), de modo que los más desfavorecidos sigan perdiendo poder adquisitivo. Y otra, la enésima subida de la luz, mientras aumenta el número de familias que ya no pueden pagarla.

Así fue 2013 en relación con la economía, no tanto la de España sino la de los españoles. El bolsillo de los ciudadanos, como hemos dicho siempre, es lo único que realmente importa y lo que, a mi juicio, condiciona y condicionará el pronunciamiento de los electores cuando llegue la hora de las urnas. Y lo demás, ya en los ámbitos estrictamente políticos, solo por añadidura.

A saber: la corrupción y la desconfianza en las instituciones. Son elementos precursores de la crisis política e institucional reflejada en el desplome electoral de los dos grandes partidos. El que ya afectó al PSOE en noviembre de 2011, del que no se recupera, y el que desde entonces viene afectando al PP. Amén de la yuxtapuesta fractura en las relaciones de Cataluña con el resto de España, que fue el gran suceso político-social de 2013. Se ha puesto en juego la fragmentación de la soberanía nacional, a caballo entre el año que expiró anoche y el que llega cargado de nubarrones después de las uvas.

Dejamos para mañana la aproximación a lo que está por venir en el año entrante.

Acabado el año, sería mejor no echar la vista atrás. Por una cuestión de salud. Y si lo hago es solo por verificar que 2013 fue un año para la basura. Salvo algunas cosas, que diría Mariano Rajoy. Pero ninguna de ellas mejoró la vida de los españoles, que no encontraron en la prima de riesgo ni en la balanza de pagos la forma de llegar a fin de mes. En cambio sí tuvieron –tienen– la ocasión de sufrir los devastadores efectos de cuatro azotes sociales. Uno, el paro (mayor que el de hace un año). Dos, la pobreza. Tres, la desigualdad. Y cuatro, el alarmante deterioro de unos servicios públicos cada vez peor dotados en los Presupuestos Generales.

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