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González-Mas: vuelta de noria
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Antonio Casado

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González-Mas: vuelta de noria

Ocurrió en una esquina de esos domingos televisivos colonizados por el fútbol (Jordi Évole, ejemplo de buen hacer, en laSexta). Y desde entonces no me consta

Ocurrió en una esquina de esos domingos televisivos colonizados por el fútbol (Jordi Évole, ejemplo de buen hacer, en laSexta). Y desde entonces no me consta que el presidente, Mariano Rajoy, haya descolgado el teléfono para agradecer en nombre de la ciudadanía a uno de sus antecesores, Felipe González, su aportación a la causa de la españolidad de Cataluña. Desde la razón, no desde la emoción, y siempre en nombre de la ley como condición necesaria de la democracia, sus cuarenta y cinco minutos de debate civilizado con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, cundieron más que las mil y una advertencias a palo seco sobre los males de la fragmentación.

Podría interpretarse como un favor político a Rajoy, porque se pudo constatar un alineamiento básico en las tesis de ambos. ¿Merecedor, por tanto, de la gratitud personal del presidente?Nada de eso. El peso de la argumentación de González, tan lúcido como siempre, precisamente se redobló cuando le dijo a Artur Mas que nunca, jamás, ningún presidente del Gobierno de la Nación, ni este ni otro, de derecha o de izquierda, reconocerá el derecho de autodeterminación en un Estado democrático y legítimamente constituido como el nuestro.

Mas no perdió la sonrisa cuando González le hizo saber que los gobernantes de la Unión Europea son beligerantes frente a una eventual “desarticulación territorial” en uno de los Estados nación de la UE, una posibilidad que les “aterroriza”

Y eso sí merece el reconocimiento de todos los ciudadanos, especialmente los catalanes que profesan con naturalidad el doble sentimiento de pertenencia. Nadie mejor que el presidente del Gobierno para mostrarse agradecido. No en nombre propio, insisto, sino en el de esos ciudadanos expuestos diariamente al relato tóxico de una España que supuestamente engaña, roba, somete y desprecia a Cataluña. Y expuestos también a las consecuencias de que un “asunto de Estado” se convierta en pedrada electoral de ida y vuelta, que es una de las preocupaciones expresadas por el histórico dirigente socialista.

Frente a Felipe González vimos al consabido Artur Más, acantonado en sus posiciones incompatibles con los preceptos constitucionales relativos a la integridad territorial y la soberanía nacional única e indivisible. El president persistió en su desafío a ambos principios por una de estas tres vías: referéndum convocado por el Estado, referéndum convocado por la Generalitat (según una ley de consultas propia o por cesión de la competencia estatal) o elecciones planteadas por los nacionalistas como un referéndum. Y no perdió la sonrisa cuando González le hizo saber que los gobernantes de la Unión Europea son beligerantes frente a una eventual “desarticulación territorial” en uno de los Estados nación de la UE, una posibilidad que les “aterroriza”.

¿Qué hacer? “Diálogo” es la clave, según González, y Mas dice estar deseándolo porque no habla con Rajoy desde agosto. “Pero siempre con respeto a las reglas del juego”, advierte el expresidente. Y ahí empiezauna nueva vuelta de la noria porque, aunque Mas asegura no haber dicho eso nunca en público, es evidente que el desafío soberanista, que por ahora no parece dispuesto a reconducir, se basa en la aberrante doctrina de que la democracia (voluntad de los catalanes expresada en “los resultados electorales, las resoluciones del Parlament ylas manifestaciones de la Diada”) está por encima de la ley.

Ocurrió en una esquina de esos domingos televisivos colonizados por el fútbol (Jordi Évole, ejemplo de buen hacer, en laSexta). Y desde entonces no me consta que el presidente, Mariano Rajoy, haya descolgado el teléfono para agradecer en nombre de la ciudadanía a uno de sus antecesores, Felipe González, su aportación a la causa de la españolidad de Cataluña. Desde la razón, no desde la emoción, y siempre en nombre de la ley como condición necesaria de la democracia, sus cuarenta y cinco minutos de debate civilizado con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, cundieron más que las mil y una advertencias a palo seco sobre los males de la fragmentación.

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