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La corrupción pasó de largo
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Antonio Casado

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La corrupción pasó de largo

La corrupción en la vida pública es la segunda gran preocupación de los españoles, no de la clase política. Díganme, si no, cómo debe interpretarse el

La corrupción en la vida pública es la segunda gran preocupación de los españoles, no de la clase política. Díganme, si no, cómo debe interpretarse el escaso o nulo interés que ha despertado en el debate sobre el estado de la nación. ¿Tendrá algo que ver el hecho de que hay más de doscientos políticos implicados judicialmente en las distintas prácticas corruptas contempladas en la normativa penal o administrativa?

Ayer, a media mañana, mientras el presidente del Gobierno seguía yendo y viniendo desde el escaño a la tribuna de oradores para responder a todos y cada uno de los portavoces, saltaba la noticia de que el extesorero del PP Luis Bárcenas defraudó a la Hacienda Pública once millones y medio de euros entre los años 2000 y 2009. Sus únicas ocupaciones conocidas entonces eran las de gerente, tesorero y senador del partido de Rajoy. Pero este pasó de largo ante la noticia como el día anterior había pasado de tratar sobre el gran agujero negro de la democracia española.

No quiso sacarle los colores a Rubalcaba por las corruptelas del sindicato hermano en Andalucía (UGT y los ERE), ni a Duran i Lleida por las del partido hermano (CDC y el caso Palau) y las propias de financiación ilegal (caso Pallerols). Así evitó que se le vinieran encima, por enésima vez, los nombres del PP asociados a la trama Gürtel y, sobre todo, la escasa predisposición de Génova a colaborar con la Justicia.

Ni Rubalcaba ni el resto de portavoces tuvieron interés en debatir sobre esa gran verdad que se abre paso cada vez que el tema de la corrupción se pone ante los ojos de gobernantes

Rajoy se limitó a declamar un enunciado que, a la vista de los antecedentes (ocultamiento de pruebas, borrados informáticos, indolencia frente a las peticiones del juez, etc.), se agota en sí mismo: “Señorías, no podemos permanecer impasibles cuando los ciudadanos señalan a la corrupción como una de sus principales preocupaciones”. Más adelante: “Debe haber una respuesta clara y contundente para aquellos comportamientos que incumplan la legalidad”. Muy bonito, pero no se predica con el ejemplo, salvo que alguien entre nosotros, y sin que salga de aquí, diga en serio que la respuesta del PP en el caso Gürtel-Bárcenas ha sido “clara y contundente”.

No lo ha sido nunca ante la ciudadanía ni lo fue durante el debate, a pesar de las dos lanzadas de Rubalcaba para hacerle entrar en materia. La primera, cuando le recordó que hay un centenar de imputados del PP por casos de corrupción que ocupan o han ocupado cargos. Y la segunda, cuando acusó al partido en el poder de haberse financiado ilegalmente durante más de veinte años. No sirvió de nada. Rajoy no entró al trapo. Y Rubalcaba tampoco insistió.

Ni el líder socialista ni el resto de los portavoces tuvieron ayer ni anteayer mayor interés en debatir o profundizar en esa gran verdad que se abre paso cada vez que el tema de la corrupción se pone ante los ojos de gobernantes y clase política en general. La gran verdad es que, en la lucha contra este mal, si fuera en serio, se trata de actitudes, no de retoques normativos como el de ese “nuevo marco legal que estamos definiendo para cerrar espacios de impunidad”. Qué peso nos quita de encima, señor presidente, ahora ya quedamos más tranquilos.

La corrupción en la vida pública es la segunda gran preocupación de los españoles, no de la clase política. Díganme, si no, cómo debe interpretarse el escaso o nulo interés que ha despertado en el debate sobre el estado de la nación. ¿Tendrá algo que ver el hecho de que hay más de doscientos políticos implicados judicialmente en las distintas prácticas corruptas contempladas en la normativa penal o administrativa?

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