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Antonio Casado

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Duelo en Ferraz

Cuando Pérez Rubalcaba decía que su decisión respecto a las primarias -optar o no optar cómo aspirante socialista a la Moncloa- no dependería en ningún caso

Cuando Pérez Rubalcaba decía que su decisión respecto a las primarias –optar o no optar cómo aspirante socialista a la Moncloa– no dependería en ningún caso de lo que ocurriese en las elecciones europeas, estaba diciendo sin decirlo que no tenía la menor intención de competir con los Chacón, Madina, López, Sánchez, Mesquida, Moscoso, etc.

De ese modo acallaba-aplazaba el perturbador ruido de primarias para centrar al partido en los distintos pasos previstos en la hoja de ruta elaborada después de ganarle a Carmen Chacón el congreso federal de febrero de 2012 en Sevilla. Además, se protegía de quienes le tenían ganas. A este respecto recuerdo el comentario que un día me hizo Emiliano García-Page, líder de los socialistas castellano-manchegos: "Es que si Rubalcaba anuncia que no se va a presentar a las primarias, al día siguiente no le abren las puertas en la calle Ferraz".

Sí, puede ser, pero a la vezestaba mintiendo sin mentir porque en un político tan entero como el todavía secretario general del PSOE nadie habría concebido la espantada después de una salidaa hombros en las urnas del 25 de mayo.

De modo que Rubalcaba pudo haberse ahorrado ayer el mensaje, ya irrelevante, de que en ningún caso tenía pensado competir en primarias abiertas, tal y como le había comunicado en secreto a sus dos principales colaboradores, Elena Valenciano y Óscar López, amén de Felipe González.

El caso es que ni Rubalcaba ni Valenciano han salido a hombros de su generoso empeño en la rehabilitación de un PSOE que no ha dejado de tambalearse desde que, en mayo de 2010, Rodríguez Zapatero rompió el pacto con sus votantes. El castigo fue tremendo en las urnas de noviembre de 2011, con el peor resultado electoral en la reciente historia del PSOE. Parecía imposible caer más, pero ha resultado que, después de aquella debacle, el mandato de Rubalcabala se salda con tres millones y medio de votos más perdidos en el tramo que va desde su llegada a la Secretaría General (febrero de 2012) hasta las elecciones del domingo pasado.

El mensaje de las urnas no admite paños calientes. Y Rubalcaba lo ha asumido con todas las consecuencias. En ese sentido, su discurso de ayer, anunciado la celebración inmediata de un congreso extraordinario para que otro líder y otro equipo tomen el relevo (19-20 de julio), fue inequívoco. Lo ha intentado, ha perdido y asume toda la responsabilidad. La de la derrota y la de gestionar la celebración del congreso, que es tanto como gestionar la sucesión, con una idea fija: que la figura emergente del nuevo secretario general haga innecesaria la convocatoria de unas elecciones primarias para elegir al candidato a la Moncloa, como ya ocurrió en el caso de la andaluza Susana Díaz.

Nunca le gustaron las primarias a Rubalcaba. Al final, no las habrá durante su mandato, al que ayer puso fecha de caducidad. Menos de dos meses. Y entonces la responsabilidad de convocar o no unas primarias ya será de los nuevos responsables del PSOE, tras un meritorio esfuerzo de tres años por devolverle el pulso a un partido centenario. Meritorios y dignos de mejor causa, pero totalmente inútiles, dadas las circunstancias.

A partir de ahora, lo único que cabe en un partido hundido, entre la decepción de sus electores y el desaliento de sus militantes, es mejorar. Simplemente con una cara nueva, con futuro y sin pasado, el PSOE empezará a levantar cabeza y a recuperarse como el pilar izquierdo de la centralidad del sistema.

Cuando Pérez Rubalcaba decía que su decisión respecto a las primarias –optar o no optar cómo aspirante socialista a la Moncloa– no dependería en ningún caso de lo que ocurriese en las elecciones europeas, estaba diciendo sin decirlo que no tenía la menor intención de competir con los Chacón, Madina, López, Sánchez, Mesquida, Moscoso, etc.

Elena Valenciano