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Antonio Casado

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¿Qué PSOE nos espera?

Recién llegado a la secretaría general del PSOE (febrero 2012, Sevilla), Pérez Rubalcaba me decía en la distancia corta que no tenía sentido hacer el giro

Foto: El primer ministro francés, Manuel Valls (Reuters)
El primer ministro francés, Manuel Valls (Reuters)

Recién llegado a la secretaría general del PSOE (febrero 2012, Sevilla), Pérez Rubalcaba me decía en la distancia corta que no tenía sentido hacer el giro a la izquierda, como parecían reclamar las bases de su partido, porque antes o después estaría obligado a hacer el camino de vuelta hacia el centro, que es donde se ganan las elecciones. No es distinto el canto de las sirenas que zumba en los oídos de Pedro Sánchez en vísperas del relevo.

Esa banda sonora también ameniza la gestión del primer ministro francés, Manuel Valls, marcado estrechamente por el ala más izquierdista del PSF. De su paso por Madrid nos queda su apuesta por el reformismo como palanca de recuperación de la izquierda. Él ya lo practica, venciendo las resistencias de “corporativismos y rentistas”, por un extremo, y de quienes en su propio partido reclaman más izquierda, por el otro.

Valls no renuncia a la izquierda, pero la quiere reinventada sin perder su vocación de mayoría social y política: “Puede morir si no se reinventa y si renuncia al progreso”. Esas son las frases repicadas por los analistas con la esperanza, unos, y el miedo, otros, de que Pedro Sánchez, un producto del reciente descorche generacional en el PSOE, se aplique el cuento. Aciertan aquellos, a juzgar por las señales de sus primeros pasos y el voto directo de los militantes a favor de la opción más moderada de las tres en liza el pasado 13 de julio.

Así, el flamante líder encajaría en este retrato apresurado (no ha habido tiempo para más): moderado, ambicioso, realista, trabajador y bien parecido, que no levanta el puño y sonríe hasta que le duele la mandíbula porque lo exige el guion. Son las coordenadas de Sánchez al principio del viaje al frente de un partido obligado a reconocerse como pilar izquierdo del sistema. O sea, como garantía de estabilidad institucional en la España de aquí y ahora.

Y en cuanto a la partitura política e ideológica del líder in pectore del PSOE (será investido el domingo que viene en un congreso extraordinario), las primeras señales revelan un enganche claro con la vocación modernizadora de su partido sin renunciar al legado de la izquierda clásica: “Un proyecto reformista para una segunda transición económica y social que vea en la educación pública, la sanidad universal y la protección social lo que siempre ha sido: un dique contra la injusticia y el mejor pilar de la competitividad” (Carta a los militantes, 16 julio 2014).

De momento, ni media palabra sobre la factura del Estado del bienestar. Manuel Valls, que ya no está en las musas sino en el teatro, reniega del recurso permanente a la deuda para financiar el gasto social (lugar común de la socialdemocracia europea durante las últimas décadas), sostiene que el déficit público no es de izquierdas y se plantea como objetivos de su Gobierno socialista el equilibrio presupuestario, el apoyo a la competitividad y el adelgazamiento de la Administración.

Lo explicaba en sus declaraciones de ayer a un periódico madrileño y lo ha empezado a aplicar desde el poder en contra de un sector de su partido. A saber: congelación de pensiones, recorte del gasto en sanidad (10.000 millones en tres años), recorte en gastos del Estado (18.000 millones en tres años) y sensibles rebajas a empresarios en impuestos y seguridad social.

Difícil se lo pone a Pedro Sánchez. Sobre todo si esas medidas, que firmaría sin problemas Mariano Rajoy, se inspiran en los referentes políticos del primer ministro francés. Uno de ellos, Felipe González, al que Sánchez también suele citar como ejemplo a seguir.

Recién llegado a la secretaría general del PSOE (febrero 2012, Sevilla), Pérez Rubalcaba me decía en la distancia corta que no tenía sentido hacer el giro a la izquierda, como parecían reclamar las bases de su partido, porque antes o después estaría obligado a hacer el camino de vuelta hacia el centro, que es donde se ganan las elecciones. No es distinto el canto de las sirenas que zumba en los oídos de Pedro Sánchez en vísperas del relevo.

Pedro Sánchez Manuel Valls