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El efecto Pujol en Moncloa
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Antonio Casado

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El efecto Pujol en Moncloa

Ayer el presidente del Gobierno tenía detrás a Pedro Sánchez, mientras que el presidente de la Generalitat tenía a Jordi Pujol. Así venía reforzada la posición

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Gtres)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Gtres)

Ayer el presidente del Gobierno tenía detrás a Pedro Sánchez, mientras que el presidente de la Generalitat tenía a Jordi Pujol. Así venía reforzada la posición del uno y debilitada la del otro. Por mucho que Artur Mas se remita sólo al pueblo catalán, como fuente de fuerza o debilidad, el efecto Pujol le bajó los humos a su paso por Moncloa. Oyéndole ayer en rueda de prensa posterior al encuentro con Mariano Rajoy, nadie hubiera dicho que está preparando la evasión de Cataluña.

A saber. Lo que antes era queja ahora es propuesta. Lo que antes hubiera sido un agravio más para alimentar el discurso victimista del nacionalismo ahora se quedó en “el clima de diálogo sigue abierto” porque “esto no es el final de nada”. Y lo que antes hubiera sido un monográfico sobre el enésimo desprecio de Madrid a las aspiraciones del pueblo catalán ahora fue un florido relato sobre lo que puede hacer Cataluña por el Estado y el Estado por Cataluña en materia de empleo, desigualdad, infraestructuras, servicios públicos, inversiones, financiación, etc. Todo ello recogido en un documento de 23 propuestas de colaboración que Mas le entregó a Rajoy “porque la vida sigue” y el desacuerdo sobre el referéndum no debe parar el funcionamiento de las administraciones.

El efecto Pujol, por otra parte, debilita las resistencias al discurso del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando repica sus argumentos de ley frente a las propuestas segregacionistas del nacionalismo catalán. Un refuerzo moral que, unido al apoyo del nuevo líder socialista, Pedro Sánchez, en lo fundamental (no a un referéndum fuera de la ley, sí a la soberanía nacional indivisible)hacen impensable un paso atrás por mínimo que sea. Por tanto, Rajoy mantuvo los anclajes legales de su posición. Como no podía ser de otro modo. A nadie le puede pasar por la cabeza que el presidente del Gobierno de la nación pueda o quiera colaborar en la voladura de la nación.

Así que ninguna novedad por la parte de Rajoy. Si acaso, la de despachar el desenlace de la reunión con un comunicado sobre “los problemas reales de Cataluña” y rebajar la reacción en vivo al nivel de la presidenta del PP de Cataluña, Alicia Sánchez Camacho. No puede decirse lo mismo de la parte que hace la propuesta soberanista, cuyo discurso ha llegado al Palacio de la Moncloa tocado por el patético intento de levantar una barrera sanitaria respecto a las trapacerías de los Pujol.

Sin embargo, el esfuerzo de Mas por marcar distancias respecto a la conducta del fundador va a ser baldía, pues los efectos no se parecen a los de un misil que destruye un área perfectamente definida sino a los de una bomba de racimo que, al abrirse, libera un gran número de pequeñas bombas que causan daños indiscriminados. El efecto racimo lo aporta en este caso el propio personaje, cuyo nombre ha ido siempre asociado a la historia del catalanismo en la reciente historia de España, un personaje inseparable de la idea de Cataluña que, mire usted por donde, ha salido corrupto y mentiroso. De modo que su buena disposición a minimizar los daños a la causa no ha servido para mejorar la posición de su sucesor sino todo lo contrario.

Ayer el presidente del Gobierno tenía detrás a Pedro Sánchez, mientras que el presidente de la Generalitat tenía a Jordi Pujol. Así venía reforzada la posición del uno y debilitada la del otro. Por mucho que Artur Mas se remita sólo al pueblo catalán, como fuente de fuerza o debilidad, el efecto Pujol le bajó los humos a su paso por Moncloa. Oyéndole ayer en rueda de prensa posterior al encuentro con Mariano Rajoy, nadie hubiera dicho que está preparando la evasión de Cataluña.

Artur Mas Mariano Rajoy Jordi Pujol