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El adiós diferido de Ana Botella
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Antonio Casado

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El adiós diferido de Ana Botella

Quizás me esté contagiando del mal nacional denunciado por Rubalcaba sobre lo bien que despedimos en este país. Nunca fui botellista pero me parece  injusta la

Quizás me esté contagiando del mal nacional denunciado por Rubalcaba sobre lo bien que despedimos en este país. Nunca fui botellista, pero me parece injusta la forma en que desde dentro de su partido se le ha ido señalando el camino de salida.

No ha sido una espantada, pues se pone la fecha de caducidad que coincide con el mandato y promete importantes decisiones en los ocho o nueve meses del tiempo útil que le queda a la Legislatura. De modo que podemos hablar de un adiós diferido a la alcaldía y, según mis datos, también a la política, para la que no está dotada, según dicen a media voz en las alturas del PP.

Tampoco ha sido un calentón de verano. Después de interiorizar el mensaje y discutirlo en familia, la alcaldesa de Madrid optó hace unos meses por dejar libre la candidatura y quitarle un dolor de cabeza al presidente, Mariano Rajoy. Se lo hizo saber en persona a la vuelta de las vacaciones, aunque el anuncio lo hizo público ayer, cinco minutos después de que aquel pidiera la continuidad de los alcaldes electos y el pronunciamiento público de los no electos (caso de Ana Botella, que heredó la alcaldía de Ruiz-Gallardón en diciembre de 2011) sobre sus respectivas apetencias.

Un ocurrente observador de los asuntos municipales escribía anoche que siete muertos (los cinco del Madrid-Arena y dos víctimas por caída de ramas) son demasiados para presentarse a unas elecciones. Y en ese punto es inevitable la evocación de las víctimas de Almacenes Arias o la discoteca Alcalá 20, por ejemplo, donde murieron muchos más sin que ello causara daño político a los alcaldes entonces reinantes en Madrid.

En todos los análisis posteriores al anuncio de renuncia a disputar la alcaldía en las próximas elecciones municipales se menciona su pobre valoración en las encuestas sobre expectativas de voto. Si nos ceñimos a los datos, la alcaldía de Ana Botella aparecía en primer lugar, con el 32%, a mediados de mayo. Aquella encuesta de Metroscopia clavó el resultado en las urnas de las elecciones europeas celebradas unos días después bajo el signo del castigo de los españoles a sus gobernantes y clase política en general. Y ahí también es inevitable la comparación de ese 32% conseguido por el PP en la ciudad de Madrid con el 29% en la Comunidad y el 26% en toda España (18 puntos menos que en las generales de 2011).

En disciplinada adhesión a los dogmas marianistas del recorte de gastos, el saneamiento de las cuentas públicas y abstenerse de gastar lo que no se tiene, el Ayuntamiento de Madrid dirigido por Botellaha sido un alumno aventajado en la reducción de la deuda heredada. Los casi 7.000 millones en el ejercicio de 2011 se han quedado en los 4.894 al cierre de 2013. Y ahora la alcaldesa puede presumir de haber logrado superávit contable y de caja en los últimos ejercicios presupuestarios.

Quizás me esté contagiando del mal nacional denunciado por Rubalcaba sobre lo bien que despedimos en este país. Nunca fui botellista, pero me parece injusta la forma en que desde dentro de su partido se le ha ido señalando el camino de salida.

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