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No es obligatorio decir amén a Rajoy
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Antonio Casado

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No es obligatorio decir amén a Rajoy

El optimismo no crea empleo. Era una de las pedradas de Rajoy, a Zapatero en el tiempo anterior. Con los papeles cambiados, ahora le dirán a

El optimismo no crea empleo. Era una de las pedradas de Rajoy a Zapatero en el tiempo anterior. Con los papeles cambiados, ahora le dirán a él que el optimismo no rescata de la pobreza a las 700.000 familias en las que no entra ni un euro. Ni mejora la calidad de los empleos basura –mal pagados, temporales y a tiempo parcial– que se están creando para que el presidente del Gobierno pueda decirle a sus alcaldes en Murcia que hablen bien de España porque vamos viento en popa.

Se entiende la proverbial tendencia del gobernante a pintar el cuadro de rosa. Sobre todo en vísperas electorales. Pero se hace cuesta arriba comprar el voluntarismo de Rajoy en la clausura de la Intermunicipal del PP cuando acaba de conocer por boca de Mario Draghi (BCE) el miedo documentado a una tercera recesión en la Europa de la que depende la economía española. Y cuando absolutamente todos los analistas coinciden en que, al ritmo que vamos en la creación de empleo, no pasarán menos de quince años hasta que los índices de paro en nuestro país se parezcan a los anteriores a la crisis.

Todos esos nubarrones desaparecen de un discurso basado en las cansinas apelaciones a la herencia recibida de los socialistas, como si no hubiera pasado ya bastante tiempo desde la barrida electoral del PP como para responder del vigente escenario. No solo el económico. También el político y, sobre todo, el social. Aunque Rajoy no fue tan descarado como el ministro Montoro en su reciente defensa parlamentaria de los Presupuestos, tuvo el presidente la habilidad de remitirse a la comparación de los datos de crecimiento, paro y déficit público con los heredados a finales de 2011. Sin embargo, se abstuvo de hacer comparaciones en datos relativos, por ejemplo, a la deuda pública, evolución de las exportaciones, índices de pobreza, corrupción y desaliento de la ciudadanía.

Asimismo, estuvo encantado al celebrar el excelente papel de la banca española en la ITV que acaba de pasar ante el BCE. Es buena noticia y debe saludarse, pues, como recordó, arropa y garantiza los depósitos de millones de españoles. Pero se abstiene de comparar la sideral diferencia de la implicación del Gobierno en la reforma del mercado del capital respecto a la reforma del mercado del trabajo, a juzgar por los resultados. En el caso de la banca supuso la movilización de 40.000 millones de euros de dinero público, mientras que en el caso de la reforma laboral deparó el sacrificio de millones de trabajadores en forma de precariedad, devaluación de salarios y despidos más fáciles y más baratos.

Un gobernante siempre hará el discurso que más le conviene desde el punto de vista político y electoral. Otros tenemos la obligación de recordarle los olvidos que dejan incompleto el cuadro y no justifican un relato tan complaciente. Ya se supone que, en vísperas de unas elecciones municipales, Rajoy no va a comentar públicamente ante los alcaldes del PP el desplome de las siglas en las encuestas (las del PSOE ya se desplomaron en las últimas elecciones generales), los costes sociales de la salida de la recesión (pobreza, desigualdad, exclusión, deterioro en servicios de sanidad, educación y dependencia) o el olor a podrido que envenena el ambiente después de oír el minuto y resultado de la inmoralidad en la vida política. Pero no puede esperar que los demás digamos amén a un discurso tan voluntarista como el del presidente del Gobierno en Murcia. No es obligatorio.

El optimismo no crea empleo. Era una de las pedradas de Rajoy a Zapatero en el tiempo anterior. Con los papeles cambiados, ahora le dirán a él que el optimismo no rescata de la pobreza a las 700.000 familias en las que no entra ni un euro. Ni mejora la calidad de los empleos basura –mal pagados, temporales y a tiempo parcial– que se están creando para que el presidente del Gobierno pueda decirle a sus alcaldes en Murcia que hablen bien de España porque vamos viento en popa.

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