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Rajoy: por tener la fiesta en paz
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Rajoy: por tener la fiesta en paz

Dos desalentadoras sensaciones del día después. Una de infinita pereza porque sigue la pesadilla. Un crecido Artur Mas anuncia visita a Moncloa para pactar un referéndum

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

Dos desalentadoras sensaciones del día después. Una de infinita pereza porque sigue la pesadilla. Un crecido Artur Mas anuncia visita a Moncloa para pactar un referéndum con todas las de la ley. Si no, elecciones plebiscitarias a la búsqueda de mandato en forma de billete directo hacia la independencia de Cataluña. O la horca o la guillotina. Y vuelta a empezar. La segunda sensación es de orfandad. Esta tarde se explica en el Senado la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, pero le van a zumbar las orejas a Rajoy. Se echa de menos un liderazgo activo entre quienes no pertenecen a la especie protegida del nacionalismo. Es injustificable el silencio del presidente del Gobierno tras un desafío tan descarado como el perpetrado este domingo en Cataluña.

El presidente de la Generalitat se abrió la camisa en la noche del 9-N para que los fiscales disparasen contra él a sabiendas de que Moncloa había decidido tener la fiesta en paz. La metáfora hirió las almas de Alicia Sánchez-Camacho (PP) y Albert Rivera (Ciudadanos), que habían jugado la carta del Estado a pecho descubierto. De pronto se vieron a los pies de los caballos, con la sensación de haberse quedado solos defendiendo las decisiones del Tribunal Constitucional y denunciando las violaciones de la ley. Y una vez más había funcionado el modus operandi del nacionalismo. Consiste en transferir al Estado (“nuestro mayor enemigo”, dice Mas) un sentimiento de culpa permanente. Hasta el punto de que sus servidores acaban previniéndose de sí mismos para no generar agravios, que es el alimento de los nacionalistas, ni inflamar el “victimismo” de estos.

Las pruebas están en la apresurada historia de los dos o tres días previos al simulacro del 9-N, incluida la tardía impugnación del Gobierno ante el Tribunal Constitucional. No quiso el Alto Tribunal advertir a la Generalitat de las consecuencias de posibles incumplimientos de la legalidad. Antes bien, sugirió la necesidad de explorar caminos distintos a los judiciales para afrontar un problema de naturaleza política. Según uno de los magistrados “por no echar ni una gota de gasolina”.

El Gobierno tomó nota del recado y recompuso la figura en modo mirada distraída sobre actuaciones perpetradas por gobernantes y funcionarios. Ese clima indulgente explica, entre otras cosas, el descaro de Artur Mas ofreciéndose a la Fiscalía como máximo responsable de la consulta (puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, que diría la Lupe) o el de su vicepresidenta, Joanna Ortega, ejerciendo de portavoz de unas actuaciones legalmente suspendidas. Y se entiende también el detalle de unos jueces complacientes que no quisieron amargarle el día a los mossos ni tomar medidas “desproporcionadas” a lo largo de una jornada que transcurría en paz.

Al espíritu navideño se había apuntado también Rajoy, que, en vísperas del 9-N, entendió que el sentido de la responsabilidad delGoverny sus funcionarios haría innecesaria la intervención de la Fiscalía. Ahora el ministro Catalá dice mostrarse sorprendido por la indolencia de la Fiscalía y los jueces, aunque nos invita a esperar el resultado de las investigaciones abiertas, por si hubiera responsabilidades penales en la actuación de servidores públicos durante la jornada del 9-N.

Los supuestos son desobediencia, prevaricación y malversación. Pero me temo que las investigaciones abiertas se perderán en la polvareda porque toca volver a la política y olvidar las vías judiciales, según doctrina Sánchez, que aprovecha la coyuntura para plantear por enésima vez –y hace bien– la reforma de la Constitución en clave federal mientras anima a Iceta a poner los 20 diputados socialistas del Parlament a disposición de Artur Mas, agotar la Legislatura y replantear el encaje de Cataluña sin romper con España.

Dos desalentadoras sensaciones del día después. Una de infinita pereza porque sigue la pesadilla. Un crecido Artur Mas anuncia visita a Moncloa para pactar un referéndum con todas las de la ley. Si no, elecciones plebiscitarias a la búsqueda de mandato en forma de billete directo hacia la independencia de Cataluña. O la horca o la guillotina. Y vuelta a empezar. La segunda sensación es de orfandad. Esta tarde se explica en el Senado la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, pero le van a zumbar las orejas a Rajoy. Se echa de menos un liderazgo activo entre quienes no pertenecen a la especie protegida del nacionalismo. Es injustificable el silencio del presidente del Gobierno tras un desafío tan descarado como el perpetrado este domingo en Cataluña.

Artur Mas Mariano Rajoy