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Curas pederastas: mejor en la cárcel que en el templo
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Antonio Casado

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Curas pederastas: mejor en la cárcel que en el templo

Digamos que este joven profesor de la Universidad de Navarra se llama “Daniel”. La memoria herida de sus tiempos de monaguillo en una parroquia de Granada

Foto: Un coche traslada a uno de los tres sacerdotes y al seglar detenidos. (EFE)
Un coche traslada a uno de los tres sacerdotes y al seglar detenidos. (EFE)

Digamos que este joven profesor de la Universidad de Navarra se llama “Daniel”. La memoria herida de sus tiempos de monaguillo en una parroquia de Granada comprueba la capacidad depuradora de la Iglesia frente a uno de los crímenes más abominables: la pederastia en su propio seno. Gracias al coraje de este miembro del Opus Dei, y a la prometida firmeza del Papa Francisco, hemos conocido un nuevo episodio, fruto de una comunicación directa entre la oveja y el pastor de pastores. Los intermediarios de la burocracia eclesial nunca supieron o nunca quisieron saber que unos cuantos sacerdotes habían hecho de los abusos sexuales a niños y niñas la más sórdida de sus tareas.

Aunque disponían de hasta 19 casas en propiedad donde abusaban de menores captados para el reino de los cielos, en nombre del amor sin barreras, en la Archidiócesis de Granada nadie quiso enterarse. Ni el obispo, Francisco Martínez, que acaba de pedir el perdón del Viernes Santo después de haber dado una respuesta “decepcionante” al antiguo monaguillo cuando este, que ya tiene 24 años, le puso al corriente de las andanzas del padre Román y sus depravados seguidores.

El verano pasado a Daniel se le ocurrió escribir al Papa, que le respondió telefónicamente para pedirle perdón “en nombre de la Iglesia de Cristo”. No había denunciado ante los tribunales a “los nueve curas que me destrozaron la vida” por preservar la imagen de la Iglesia. Solo le quedaba el Papa de Roma: “Querido Santo Padre, le ruego que no permanezca impasible”.

Y Francisco cumplió. Ahora tres sacerdotes y un seglar están en dependencias policiales (lástima de no verlos con las esposas puestas), a la espera de pasar a disposición judicial. Y a la espera de nuevas detenciones entre miembros del grupo (mentalidad conservadora y alto poder adquisitivo, según parece), que funcionaba como una secta con bienes heredados de la piadosa farmacéutica de Órgiva. Pero no hay cárcel suficiente para quienes abusaban sexualmente de niños y niñas en nombre de Dios. En todo caso es la cárcel y no el templo el lugar indicado para retirar de la circulación a estos seres repugnantes.

Algo importante nos compensa del escándalo de los Romanones: un Papa que da la cara y se muestra dispuesto a terminar con los vergonzosos silencios de la Iglesia Católica ante escándalos similares dentro y fuera de España. Un buen motivo para que hoy, de visita oficial en Estrasburgo, el Parlamento Europeo le agradezca que se ponga al lado de las víctimas. Y no de los abusadores, aunque sean sacerdotes.

Recuerdo un caso clamoroso de encubrimiento desvelado por The New York Times que implicaba directamente al Vaticano. Según dicho periódico, el entonces cardenal Ratzinger fue cumplidamente informado por varios obispos sobre el escándalo de un sacerdote norteamericano que abusó sexualmente de unos doscientos niños sordos. Pero el que luego se convertiría en el Papa Benedicto XVI, y otras autoridades vaticanas, como Tarsicio Bertone, que luego sería el secretario de Estado, no hicieron nada. La excusa fue el precario estado de salud del pederasta y su petición expresa de que le dejaran terminar sus días “en la dignidad del sacerdocio”.

Que no nos falle la memoria respecto al problema de la pederastia en el clero. Recordemos también la carta pastoral de Benedicto XVI dirigida a principios de 2010 al clero de Irlanda, en la que aseguraba sentir “vergüenza y remordimiento” por la conducta de algunos curas irlandeses. Cinco minutos después se descolgaba con un desconcertante “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, pronunciado durante la oración del Angelus, asomado a la plaza de San Pedro.

Digamos que este joven profesor de la Universidad de Navarra se llama “Daniel”. La memoria herida de sus tiempos de monaguillo en una parroquia de Granada comprueba la capacidad depuradora de la Iglesia frente a uno de los crímenes más abominables: la pederastia en su propio seno. Gracias al coraje de este miembro del Opus Dei, y a la prometida firmeza del Papa Francisco, hemos conocido un nuevo episodio, fruto de una comunicación directa entre la oveja y el pastor de pastores. Los intermediarios de la burocracia eclesial nunca supieron o nunca quisieron saber que unos cuantos sacerdotes habían hecho de los abusos sexuales a niños y niñas la más sórdida de sus tareas.

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