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La calle se apaga, las urnas se encienden
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Antonio Casado

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La calle se apaga, las urnas se encienden

Si el año pasado por estas fechas se habían llevado a cabo 3.769 manifestaciones en la vía pública, la cifra se queda en 2.509 a lo largo de 2014

Foto: Foto: Daniel Muñoz
Foto: Daniel Muñoz

Lo comento porque me parece elocuente y curiosa la coincidencia en el comentario de dos personas de tan alejada profesión de fe política como la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, y la joven esperanza roja de IU, Alberto Garzón. Una por razones estrictamente técnicas. Otra, solo por razones políticas. Pero ambas constatan la notable caída de la movilización social durante el año que estamos a punto de despedir.

En el primer caso es pura contabilidad. Si el año pasado por estas fechas se habían llevado a cabo 3.769 manifestaciones en la vía pública, la cifra se queda en 2.509 para el mismo periodo del año en curso (casi el 90% de las mismas no reunió a más de 200 personas). La diferencia es de 1.260 manifestaciones menos que el año pasado, equivalentes a un 34% de disminución en el número de protestas, fundamentalmente en el centro de la capital de España, que es lo que pone de los nervios a la alcaldesa Ana Botella y a quienes de vez en cuando desempolvan la apuesta por el ‘manifestómetro’.

Cifuentes comenta en la distancia corta que el fenómeno puede estar relacionado con la irrupción de los quincemayistas en el campo de la política convencional. Días después y en muy diferentes circunstancias, Alberto Garzón (IU) remata la jugada poniendo nombre al causante del fenómeno. Un partido de nueva planta, Podemos, que ha sabido transformar la protesta callejera en aspiración palaciega.

La calle se apaga, las urnas se encienden en vísperas de las elecciones territoriales de mayo y las generales de noviembre. Esto sí hay que reconocérselo a ese flautista de Hamelín, Pablo Iglesias, que ha llevado a los indignados por el camino lógico. Mejor hacia las urnas que hacia las barricadas, mejor echarse al voto que echarse al monte. Por supuesto que hay una relación causa-efecto entre las legítimas protestas callejeras de estos años y la no menos legítima sed de poder para transformar la realidad y el lenguaje.

El nivel de las respectivas ‘mareas’ contra los recortes del Gobierno Rajoy ha ido descendiendo a medida que ascendía la facturación electoral de los otrora indignados, ya convertidos en un partido político lanzado a por los votos del PSOE y a por los organizadores de Izquierda Unida. Y dispuesto a competir con otros por la conquista de la Moncloa. Se acabaron los escraches, los asaltos al Congreso y las asambleas en la Puerta del Sol. El amago de alzamiento contra el sistema se ha transformado en “una maquinaria electoral que dirige con mano de hierro Pablo Iglesias”, dice Garzón.

El devocionario de los indignados ya no lleva los retratos de Hessel y Sampedro, que todos los indignados besaban. Han dejado el sitio a Ernesto Laclau y Jacques Lacan, que son los fetiches intelectuales del grupo fundador. Pero el formato es el convencional, De las asambleas ciudadanas en nombre de la democracia participativa (asociación, reunión, manifestación) a la sed de urnas según los protocolos de la democracia representativa. Con la vista puesta en la Moncloa, con el comisario Arias Cañete por testigo. El otro día, en los pasillos de Estrasburgo, Pablo Iglesias le dijo al exministro: “Que no te quepa duda, voy a ser el próximo presidente del Gobierno”.

Lo comento porque me parece elocuente y curiosa la coincidencia en el comentario de dos personas de tan alejada profesión de fe política como la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, y la joven esperanza roja de IU, Alberto Garzón. Una por razones estrictamente técnicas. Otra, solo por razones políticas. Pero ambas constatan la notable caída de la movilización social durante el año que estamos a punto de despedir.

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