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¿Estamos ante un fin de régimen?
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Antonio Casado

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¿Estamos ante un fin de régimen?

Las circunstancias conspiran contra el plan de Rajoy, basado en la estabilidad política. No sirve de réplica a quienes pregonan una crisis de régimen. Por ejemplo,

Las circunstancias conspiran contra el plan de Rajoy, basado en la estabilidad política. No sirve de réplica a quienes pregonan una crisis de régimen. Por ejemplo, Zarzalejos, cuando evoca a Ortega anunciando en el Teatro de la Comedia el agotamiento de la Restauración en 1914. O Pablo Iglesias, líder de Podemos, que remeda sin pretenderlo a José Antonio Primo de Rivera cuando afirmaba que su “movimiento” no era de derechas ni de izquierdas mientras anunciaba en el mismo teatro, casi veinte años después, el prematuro agotamiento de la Segunda República.

Las comparaciones con aquellos dos momentos históricos son odiosas. Sólo desde un forzado voluntarismo intelectual o político puede hablarse de fin de régimen después de los treinta y seis años de modernización, paz y progreso más fecundos de la historia de España. Gracias a la estabilidad política, en buena parte. Claro. Y que dure. Lo cual no implica la ciega sumisión a lo que Rajoy entiende por estabilidad, tal y como lo expuso en su americana rueda de prensa del viernes pasado.

La garantía de estabilidad en vísperas de un doble seísmo en las urnas (territoriales y generales) no es exclusiva de las dos fuerzas políticas que ocupan la centralidad del sistema representativo. De hecho, quienes aparecen dispuestos al asalto del bipartidismo y la centralidad también aparecen dispuestos a reventar el mayor riesgo de inestabilidad que hoy por hoy nos amenaza: el separatismo catalán (y el vasco, por supuesto). Me parece una significativa aportación de Podemos a la estabilidad del sistema. Al menos en este delicado asunto Pablo Iglesias ya es un aliado objetivo de los dos grandes partidos centrales frente a las amenazas de fragmentación de la soberanía nacional.

Por lo demás, el centro, los votos y la voluntad de la ciudadanía son de quienes se los ganan. En régimen de libre competencia política y de respeto a las reglas preescritas en el ordenamiento jurídico. Y en un marco de libérrima circulación de ideas y opiniones. Incluidas los que eventualmente pudieran preconizar un cambio de régimen.

Es un ejercicio estéril hacer quinielismo sobre los cambios que se avecinan en la orografía electoral por la irrupción de Podemos. Ya veremos en qué medida. Pero conviene ir asumiendo que su mayor o menor cotización en las urnas no puede ser vista en ningún caso como un desafío a la estabilidad política. Por las razones expuestas. Y por una más: el instinto de los españoles para reaccionar cuando detectan el riesgo de desestabilización. No habrá caso mientras se acepten las reglas del juego, aunque sea para cambiarlas si los españoles confieren ese mandato. Tampoco creo que llegue a darse el caso respecto al fenómeno Podemos que, como suele decir Rubalcaba, “es un estado de ánimo”. Y ya se sabe que de estado de ánimo se cambia con más facilidad que de ideas o de amigos. Me refiero a las altas cotas de intención de voto logradas por Podemos en las encuestas. Las urnas son otra cosa. Y si no es en absoluto nada malo querer aportar frescura y credibilidad al sistema, también es lógico que el sentido común de los españoles se resista a dar a este partido tanto poder como para ponerlo todo patas arriba.

Así que las apelaciones de Rajoy a la estabilidad política y a la eventual alianza PP-PSOE (firmemente descartada por Pedro Sánchez, con razón), son enunciados huecos si la estabilidad, como valor a preservar, no va acompañada de limpieza de la vida pública, regeneración democrática, remontada de la economía y rescate de los excluidos. Pero sólo en términos que hagan creíbles las ventajas del bipartidismo como antídoto de la inestabilidad, que es de lo que el presidente del Gobierno trató de convencernos en su comparecencia ante la prensa del otro día.

Las circunstancias conspiran contra el plan de Rajoy, basado en la estabilidad política. No sirve de réplica a quienes pregonan una crisis de régimen. Por ejemplo, Zarzalejos, cuando evoca a Ortega anunciando en el Teatro de la Comedia el agotamiento de la Restauración en 1914. O Pablo Iglesias, líder de Podemos, que remeda sin pretenderlo a José Antonio Primo de Rivera cuando afirmaba que su “movimiento” no era de derechas ni de izquierdas mientras anunciaba en el mismo teatro, casi veinte años después, el prematuro agotamiento de la Segunda República.

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