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Los amigos de ETA se desmarcan
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Antonio Casado

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Los amigos de ETA se desmarcan

Los españoles ya hemos pasado unas cuantas veces por el horror y por estampas de solidaria unidad contra el terrorismo

Los españoles ya hemos pasado unas cuantas veces por esto. Julio de 1997 (todos fuimos Miguel Ángel Blanco) y marzo de 2004 (aquel jueves de sangre en Madrid), por ejemplo, son fechas tatuadas en la memoria colectiva. Nos juntaron en el sufrimiento. Pero también nos juntaron en la civilizada resolución de acabar con la barbarie al dictado de la ley y sin permitir que la venganza secuestrara nuestros corazones.

Estampas de dolor como las vividas estos días en Francia y estampas de solidaria unidad contra el terrorismo, como las de ayer en la masiva manifestación de París. Aquí no necesitamos ponernos churchillianos, como Bernard-Henri Lévy, para medir el calibre del desafío. El de producción propia, ya desactivado, y el que nos llega desde desiertos remotos y montañas lejanas. Unos fanáticos que asesinaban en nombre de una patria y unos fanáticos que asesinan en nombre de Dios.

¿Cómo que no pueden compararse esas dos formas de terrorismo? Aunque la motivación sea distinta, el fanatismo, como patología de la mente humana, es el mismo. Ahí se equiparan. Sin embargo, los amigos de ETA, que ahora pisan moqueta en las instituciones, han impedido que el Parlamento Vasco condene por unanimidad los crueles atentados de París por el desmarque de EH Bildu. Se niega a comparar el asalto yihadista a un medio de comunicación con “otras violencias”. No entiendo la escasa repercusión que ha tenido este episodio del jueves pasado.

La declaración propuesta por los socialistas a la Cámara autonómica y aceptada por todos los grupos, con la señalada excepción abertzale, condenaba “el criminal atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo” y se constataba que el País Vasco, “por haber sufrido durante muchos años los efectos criminales del fanatismo”, “siente de forma muy especial la agresión perpetrada en París contra la convivencia y la libertad de expresión”.

Esta ha sido la excusa de los amigos de ETA para oponerse a la declaración: “Es un error mezclar la denuncia de este ataque cruel contra los derechos humanos y democráticos con otro tipo de violencia”, dijeron en un comunicado. Exploremos también el tipo de patología de la mente que nos propone distinguir entre el asesinato a sangre fría de Miguel Ángel Blanco (y ochocientas personas más) y el asesinato a sangre fría de unos periodistas franceses o un gendarme malherido en plena calle. La patología es el fanatismo, rasgo común de todos los terroristas. Y de quienes los apoyan predicando ya sea la “guerra santa” o la “socialización del sufrimiento”.

En nombre del Estado de derecho y nuestras convicciones democráticas, los españoles hemos superado cuatro décadas del terrorismo de ETAsin haber caído jamás en la tentación de medir a todos los vascos por ese rasero, aunque conviene saber dónde quedan focos de fanatismo. Y tampoco caigamos ahora en la tentación de asociar el islam con el terrorismo que practican las células yihadistas que están en la mente de todos.

A diferencia de lo que ha hecho Bildu, lo que toca hoy es hacer piña contra un enemigo común: el terrorismo. Como ocurrió en la gran manifestación de ayer en Paris. O en las llevadas a cabo en España, en las que, además del duelo, se dejó clara la frontera después de lo ocurrido el miércoles en París. A un lado, la barbarie. Al otro, la civilización.

Los españoles ya hemos pasado unas cuantas veces por esto. Julio de 1997 (todos fuimos Miguel Ángel Blanco) y marzo de 2004 (aquel jueves de sangre en Madrid), por ejemplo, son fechas tatuadas en la memoria colectiva. Nos juntaron en el sufrimiento. Pero también nos juntaron en la civilizada resolución de acabar con la barbarie al dictado de la ley y sin permitir que la venganza secuestrara nuestros corazones.

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