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Artur Mas, el trapecista
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Antonio Casado

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Artur Mas, el trapecista

Oriol Junqueras no quiso ser el costalero del president en unas elecciones plebiscitarias con parlamento constituyente y diputados de un solo uso. Así que el trapecista

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el líder de ERC, Oriol Junqueras (Reuters)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el líder de ERC, Oriol Junqueras (Reuters)

Oriol Junqueras no quiso ser el costalero del president en unas elecciones plebiscitarias con parlamento constituyente y diputados de un solo uso. Así que el trapecista abortó el salto. Había demasiado ruido en las gradas. El miedo escénico se apoderó de Artur Mas y tuvo que parar el reloj. Ocho meses. Es el tiempo que se concede el acróbata antes de saltar al vacío por quinta vez, con todas las papeletas para volver a estrellarse. La primera fue cuando el portazo de Moncloa al pacto fiscal. La segunda, su estrepitoso fracaso electoral de 2012. La tercera, una inservible puesta en escena del 9-N (a más a más, solo tres de cada diez electores le dieron el doble sí independentista). La cuarta fue romper el bloque soberanista.

También hubo ruptura de la otra unidad, la de la convivencia en el seno de la sociedad y las familias, pero eso le trae sin cuidado al presidente de todos los catalanes. Lo demuestra su intención de saltar de nuevo cuando, dentro de ocho meses, la ocurrencia del separatismo en las listas por el separatismo en el objetivo logre el milagro del Estat catalá. Vale, gana tiempo, dicen los analistas, pero también concede tiempo al catalanismo de integración en España, desde los tiempos fundacionales de los Reyes Católicos, que ya está recuperado del estupor que le ha tenido semiparalizado durante estos dos últimos años.

Con elecciones anticipadas o sin ellas, el tiempo corre en contra del soberanismo impaciente. No sólo es la bifurcación de intereses entre Junqueras y Mas, el horizonte penal del fundador y su familia, el propio empapelamiento judicial del president o el despertar de los catalanes no abducidos por la ensoñación independentista. También cuenta el cansancio en las propias filas del segregacionismo después de tanto derroche de energías con resultado cero, la creciente percepción de que la Generalitat no se ocupa de los problemas cotidianos y los apuros de la gente para llegar a fin de mes, la formidable irrupción de Podemos (contrario a la independencia) en el mapa político catalán, la sentencia pendiente del Tribunal Constitucional sobre el fondo de la cuestión (¿puede una parte decidir por el todo único e indivisible de la soberanía nacional?) o los cambios que se avecinan en la orografía electoral española. Con tantos balones en el aire, es muy difícil apostar por usted, don Arturo.

En realidad, la convocatoria de elecciones autonómicas para el 27 de septiembre (“plebiscitarias”, dice él) es un aplazamiento de sus planes. Por tanto, es el reconocimiento de un fracaso acumulable al historial de un gobernante que acabará pasando a los anales de la insensatez política. Un fracaso más, peroMas no se apea. El artista se retira al camerino y prepara una nueva escenificación de la Cataluña irreal a la que necesita aferrarse porque ha perdido lo demás. Todo lo que le rodea se ha roto, como el frente soberanista que tanto persiguió. O ha desaparecido, como su propio partido, CDC, el de Pujol y Prenafeta, diluido en la causa patriótica y en los tribunales de justicia.

Al final llegó el momento de decidir quién manda aquí y todo se ha convertido en una descarada disputa por la hegemonía entre los dos caudillos nacionalistas. Hasta ahora a Junqueras, republicano y de izquierdas,ya le iba bien que mandase Mas, siempre que no dejara de mover el árbol. Pero no podía permitir que se quedase con las nueces el líder de un partido burgués, amante del orden y sediento de centralidad. Así que tocaba medirse en las urnas y, simplemente, actuar como cualquier político, cuya misión en la vida es conquistar el poder, en el caso de Junqueras, o conservarlo, como es el caso de Mas.

Oriol Junqueras no quiso ser el costalero del president en unas elecciones plebiscitarias con parlamento constituyente y diputados de un solo uso. Así que el trapecista abortó el salto. Había demasiado ruido en las gradas. El miedo escénico se apoderó de Artur Mas y tuvo que parar el reloj. Ocho meses. Es el tiempo que se concede el acróbata antes de saltar al vacío por quinta vez, con todas las papeletas para volver a estrellarse. La primera fue cuando el portazo de Moncloa al pacto fiscal. La segunda, su estrepitoso fracaso electoral de 2012. La tercera, una inservible puesta en escena del 9-N (a más a más, solo tres de cada diez electores le dieron el doble sí independentista). La cuarta fue romper el bloque soberanista.

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