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Juguetes rotos, a uno y otro lado
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Antonio Casado

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Juguetes rotos, a uno y otro lado

Sin comparar el rango moral, la antigua Batasuna se distancia de sus presos y el PP enfría su relación con las víctimas

Foto: Rueda de prensa del colectivo de familiares de presos de ETA, Etxerat (EFE)
Rueda de prensa del colectivo de familiares de presos de ETA, Etxerat (EFE)

Ante recientes informaciones de que Sortu, continuador de la ilegalizada Batasuna, histórico brazo político de ETA, viene marcando distancias con los presos de la organización terrorista porque “no han sabido adaptarse a la nueva situación”, no se puede eludir el inquietante paralelismo con las posiciones del PP y el Gobierno Rajoy respecto a las víctimas de ETA.

Desconocemos por ahora la reacción de Etxerat, que agrupa a los familiares de los presos, ante el desmarque de sus tutores (Herrira, una dependencia organizativa de Sortu), que viven con el aliento policial en la nuca, pero nos la imaginamos. Y no creo que vaya a ser muy distinta de la reacción de las asociaciones de víctimas del terrorismo cuando un Lasarte, un De Juana o un Plazaolasalen bien parados de sus problemas con la Justicia o las instituciones penitenciarias. Como es bien sabido, en el relato de dichas organizaciones ha hecho cuerpo la idea de que de Rajoy y el PP han bajado los brazos frente a ETA y su entorno.

La tentación de señalar el paralelismo es inquietante porque nos remite a una de las frases hechas más brutales de la comunicación verbal en todos los idiomas: “carne de cañón”. A saber: personas expuestas a cualquier clase de daño, incluso el de muerte,en beneficio de terceros. De hecho, el origen militar de la expresión se refiere a los soldados de bajo rango utilizados en el campo de batalla como alimento de los cañones enemigos.

Se da la coincidencia del enfriamiento en el antes enardecido compromiso de los dirigentes con quienes se jugaron la vida a uno y otro lado

Lejos de mí la intención de comparar el rango moral del terrorista y su entorno familiar con el correspondiente de sus víctimas. Solo me interesa poner la mirada sobre el entorno político. Y ahí es donde topamos con la coincidencia del enfriamiento en el antes enardecido compromiso de los dirigentes con quienes se jugaron la vida a uno y otro lado.

Después de la ofensiva de la Guardia Civil contra el entramado de abogados de presos etarras, Sortu ha descubierto que estos se han convertido en un lastre para la consolidación institucional de la izquierda abertzale. La excusa es que la trastienda económica de apoyo a los presos está cargada de irregularidades y por ello es aconsejable apartarse de ellos. Los dirigentes de la antigua Batasuna, que ya pisan moqueta,creen que los presos y sus familiares están perjudicando su actividad política legal desde que ETA cesó en su actividad violenta.

Y, en la acera de enfrente, es público y notorio que los Ortega Lara, Pedraza, Consuelo Ordóñez, Rubén Múgica, etc. –todos entregados a la tarea de enaltecer la memoria de las víctimas–, aprovechan cualquier ocasión (por ejemplo, la excarcelación legal de un etarra) para reprochar el papel del Gobierno del PP en la etapa abierta tras el adiós a las armas de ETA en octubre de 2011. Vienen a decir, poco más o menos, que Rajoy ha seguido la estela negociadora de Zapatero con la banda terrorista y está siendo demasiado indulgente con los etarras y sus amigos.

Ante recientes informaciones de que Sortu, continuador de la ilegalizada Batasuna, histórico brazo político de ETA, viene marcando distancias con los presos de la organización terrorista porque “no han sabido adaptarse a la nueva situación”, no se puede eludir el inquietante paralelismo con las posiciones del PP y el Gobierno Rajoy respecto a las víctimas de ETA.

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