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Los tres charcos que pisa Podemos
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Antonio Casado

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Los tres charcos que pisa Podemos

Se avecina un momento decisivo en el proceso de identificación política del partido de los indignados. Se acabaron las medias tintas y las frases hechas que se agotan en sí mismas

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Han refutado la doctrina Mafalda (“Conocerme es quererme”). El aumento de su exposición pública y el deber de retratarse ante los grandes asuntos frenan su avance, que parecía imparable a finales de 2014. Podemos retrocede en los sondeos y Pablo M. Iglesias ya no juraría que la sonrisa cambió de bando.

Se avecina un momento decisivo en el proceso de identificación política del partido de los indignados. El cierre de su programa electoral está previsto para este fin de semana. Se acabaron las medias tintas y las frases hechas que se agotan en sí mismas. A ver cómo llegan a una clientela tan heterogénea. Y a ver cómo se las arreglan para desmentir a quienes los ven como gente muy joven diciendo cosas muy viejas.

Al haberse tomado las elecciones autonómicas del 24 de mayo (no se presentan a las municipales) como primera vuelta de las generales, su programa-marco también debe tomarse como una primera declaración de intenciones en la conquista de la Moncloa. Algo anticipan sus comportamientos, claro. Tanto respecto a los contenidos programáticos (ocupación del espacio presuntamente abandonado por el PSOE) como a la estrategia (centrarse en el PP e ignorar al adversario socialista).

Un cuarto obstáculo es el salto de Ciudadanos a una de las cuatro esquinas del juego en régimen de 'empate técnico'

Antes deberán esforzarse en desprenderse de los baldones que han frenado su escalada. Los tres charcos que pisa Podemos: afinidad chavista, arrogancia de sus dirigentes y la caja registradora de Monedero. Un cuarto obstáculo es el salto de Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, a una de las cuatro esquinas del juego en régimen de “empate técnico”, pero en realidad es consecuencia de las otras tres. Y las tres están vivas.

Lo que Rodrigo Rato les dio estos días, Nicolás Maduro se lo quitó. Sobre la marca bolivariana, un diputado venezolano ha viajado a Madrid con una maleta de papeles –constreñidos en un pendrive–, que acreditan por sobredosis documental las relaciones políticas y financieras de Podemos con el régimen chavista. El diputado, Julio Montoya, pondrá mañana la parte económica de esa documentación a disposición del Tribunal de Cuentas. Por si estuviéramos ante un supuesto de financiación ilegal del partido a través de la fundación CEPS, vinculada a dirigentes del mismo. Entre otros, Juan Carlos Monedero, que estuvo semiescondido una temporada, desde que se supo del generoso pago recibido del Estado venezolano (425.000 euros) por un supuesto trabajo cuyo resultado nadie ha visto.

Respecto a la ya proverbial soberbia de los dirigentes, Pablo M. Iglesias nos ha dejado su última perla cuando hace unos días perdonó la vida al Rey, Felipe VI, al declarar públicamente que el Monarca le daba pena por el aburrimiento y la intrascendencia de su papel institucional, lo cual no le impidió reconocer que es persona educada, simpática y querida por los españoles. O sea, arrogante y además contradictorio. Aunque no tanto como al hablar con desprecio del régimen del 78, ofendiendo a quienes lo asociamos con la mejor España de su historia. O cuando decide autoproclamarse ““principal partido de la oposición”.

Solo la banalización de la política y el culto a lo nuevo pueden explicar esa chulería en un partido extraparlamentario.

Han refutado la doctrina Mafalda (“Conocerme es quererme”). El aumento de su exposición pública y el deber de retratarse ante los grandes asuntos frenan su avance, que parecía imparable a finales de 2014. Podemos retrocede en los sondeos y Pablo M. Iglesias ya no juraría que la sonrisa cambió de bando.

Juan Carlos Monedero