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El dios de Tardà, las urnas y el imperio de la ley
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Antonio Casado

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El dios de Tardà, las urnas y el imperio de la ley

En la panoplia del Estado de derecho sobran recursos instrumentales, doctrinales y sancionadores como para afirmar con fundamento que de este órdago no va a salir una Cataluña separada de España

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)

No hace falta que el dios de Joan Tardà baje de los cielos a parar a los independentistas. Se frenarán solos cuando choquen con la realidad, donde rompen los sueños de la razón y las mentiras de patas cortas. Puede ser la matemática de las urnas. O puede ser el imperio de la ley, que no es de plastilina, que no es un trabajo manual de Mariano Rajoy mientras la tele daba la última etapa del Tour, sino que funciona como recurso del hombre civilizado frente a la arbitrariedad.

El Rey le ha dicho al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que su reciente conversación de hora y media con Artur Mas le hace creer que la postura del presidente de la Generalitat es “irreconducible”. Ergo, “vamos derechos al precipicio”, según habría dicho Felipe VI. Ese plural imperfecto sólo puede referirse a la onda expansiva del irremediable batacazo soberanista contra el empedrado. Pero nos va a doler a todos. En especial a los independentistas de buena fe. Y a los catalanes en general, abocados a la frustración, el enfrentamiento civil, el desgobierno y la inestabilidad.

El efecto será parecido al de los globos de agua al caer de la piñata. Se estrellan en el suelo y salpican a los espectadores. Y a los que pasaban por allí. Nada de choque de trenes. Sólo un sueño roto en el inapelable dictamen de las urnas o la legalidad. Sin necesidad de aspavientos como la coalición antisoberanista o la moción de censura, propuestas por el PP. Para extravagancias ya tenemos bastantes con las del independentismo amontonado en la “lista única”. No hacía falta que el ministro Fernández Díaz añadiera la suya, al acusar de pesetero al gran Pep Guardiola. Como barcelonista, me molesta ver su figura empequeñecida en querellas provincianas, aunque me molesta más la mezquindad del argumento utilizado contra quien tan felices nos hizo en su paso por el Barça y por la selección española.

Tal vez esa 'lista única' debería corregir el ángulo de tiro y disparar contra esa izquierda alternativa que va camino de conseguir lo que no ha conseguido Rajoy

Insisto: frente al reto segregacionista, urnas y legalidad. En la panoplia del Estado de derecho sobran recursos instrumentales, doctrinales y sancionadores como para afirmar con fundamento que de este órdago no va a salir una Cataluña separada de España. Y la parte del arco político contraria a la “desconexión” ha generado defensas frente a la patología separatista.

Un periódico de tirada nacional destacaba ayer la coincidencia básica de los dos partidos de la centralidad española, PP y PSOE, a la hora de reprobar la deriva del president. Aunque pongan el énfasis en otros aspectos de la reprobación, no es muy distinta la postura de los dos partidos emergentes: por la izquierda, Podemos (o plataformas incluyentes). Y por la derecha, Ciudadanos. Salvo en lo referido al “derecho a decidir” dicen cosas parecidas sobre el desafío a la legalidad y el sentido común.

Tanto Albert Rivera como Ada Colau o Albano Dante dejan claras sus prioridades: la lucha contra la injusticia social y la corrupción. No les motiva la idea de desconectar a Cataluña del resto de España. El líder nacional de Podemos, Pablo M. Iglesias, ha sido más explícito. Recuerden la histeria nacionalista que inundó las redes sociales cuando desembarcó en Barcelona. Algunos acusaron a Madrid de reinventar el lerrouxismo para frenar la aventura soberanista. Y en el diario nacionalista Ara leímos: “Podemos es un partido de la casta que coopera con PP y PSOE en nombre del imperialismo castellano-españolista”.

La verdad es que Podemos y las organizaciones que ponen la subsistencia por delante de la pertenencia han roto el tablero político catalán. Ya no es un coto privado del nacionalismo. Tal vez esa “lista única” de los caudillos nacionalistas debería corregir el ángulo de tiro y, en vez de disparar contra Moncloa, debería hacerlo contra esa izquierda alternativa, libre de obsesiones patrióticas, que va camino de conseguir lo que hasta ahora había sido incapaz de conseguir Mariano Rajoy.

No hace falta que el dios de Joan Tardà baje de los cielos a parar a los independentistas. Se frenarán solos cuando choquen con la realidad, donde rompen los sueños de la razón y las mentiras de patas cortas. Puede ser la matemática de las urnas. O puede ser el imperio de la ley, que no es de plastilina, que no es un trabajo manual de Mariano Rajoy mientras la tele daba la última etapa del Tour, sino que funciona como recurso del hombre civilizado frente a la arbitrariedad.

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