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Antonio Casado

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Ante todo, elecciones españolas

Gane quien gane, el 27-S condicionará el futuro de la política nacional

Foto: El presidente de la Generalitat y candidato de Junts pel Sí, Artur Mas. (EFE)
El presidente de la Generalitat y candidato de Junts pel Sí, Artur Mas. (EFE)

Menos de cuarenta y ocho horas para las elecciones españolas más importantes desde la transición. Españolas, he dicho bien. Gane quien gane, el 27-S condicionará el futuro de la política nacional. Y los votantes ya saben que se trata de decidir entre la secesión de Cataluña o su continuidad en el marco político y jurídico del Estado español. Mucho más que una primera vuelta de las elecciones generales de diciembre, aunque los partidos constitucionales pidan el voto como si de elecciones generales se tratara. Lógico. Saben que más de un 12% del electorado catalán, escasamente motivado por el sueño independentista, se queda en casa cuando se trata de autonómicas.

Esta vez se trata de España, como diría Blas de Otero, y esa franja de electores, la llamada “abstención diferencial”, será decisiva en el recuento del domingo. No pueden lavarse las manos ante una eventual mutilación de la patria de todos. No lo harán, dicen las prospecciones de última hora, que detectan un notable aumento de la participación. Pienso en la Cataluña silenciosa y silenciada entre el ruido totalizante del independentismo. Si habla en las urnas, como anticipan los más recientes sensores, habrán roto el cántaro y el cuento de la lechera en versión de Junqueras, Mas, Romeva y demás agitadores del sueño.

Aceptar el órdago rupturista del 27-S en la campaña que está a punto de cerrarse no supone aceptar, ni por asomo, la hipótesis de ruptura unilateral de España

Bastó seguir el interesante debate Margallo-Junqueras de anoche para descubrir que cualquier parecido de las elecciones del 27-S con unas autonómicas es pura coincidencia. Son plebiscitarias, según la propuesta de quienes quieren romper con España. Y según las fuerzas constitucionales, cuando de hecho piden el voto para impedirlo. Así ha sido a lo largo de la campaña, desde que se descubrió que calificar de “autonómicas” estas elecciones era desmovilizador respecto a esa franja de electores que suele votar solamente en generales y municipales.

Aceptar el órdago rupturista del 27-S en la campaña que está a punto de cerrarse no supone aceptar, ni por asomo, la hipótesis de una ruptura unilateral de España. La pretensión es absurda fuera de la ley. Pero hay más cosas absurdas y hasta surrealistas en este reto llamado a desactivarse en las urnas, en la aplicación de la legalidad o en las querellas internas del variopinto arco separatista.

Absurdo es el debate entre votos y escaños como eventual resorte de la segregación. O querer volar el Estatuto con menos escaños de los necesarios para reformarlo, según la propia legalidad catalana y con el apoyo de solo el 16,8% de los catalanes, que se han manifestado en contra de un proceso de independencia si no hay mayoría clara de escaños y votos.

Si ganan los independentistas, está por ver que sus diferencias les permitan formar gobierno, mantener el desafío y que los poderes del Estado se lo permitan

También es absurdo que el reto secesionista gire en torno a un partido seriamente contaminado por la corrupción. Que el líder, Artur Mas, ahijado politico de Jordi Pujol, utilice el desafío al Estado como burladero de su incompetencia política y las prácticas corruptas en su entorno político. Que el número uno de su lista electoral, Raül Romeva, haya llegado a decir que el dinero distraído por la corrupción en CiU nunca igualará al que el Estado deja de invertir en Cataluña.

Ya queda menos para el desenlace. Si la pelota cae del lado de los independentistas, está por ver que sus profundas diferencias les permitan formar gobierno, mantener el desafío y que los poderes del Estado se lo consientan. Y si es el bloque constitucional el que sale airoso en el recuento del domingo, está por ver que sus también profundas diferencias les dejen formar un gobierno de coalición cuya primera tarea sería dejar una puerta abierta a salidas políticas que sirvan para desactivar la previsible frustración de un separatismo frenado por las urnas o por la aplicación de la ley.

Menos de cuarenta y ocho horas para las elecciones españolas más importantes desde la transición. Españolas, he dicho bien. Gane quien gane, el 27-S condicionará el futuro de la política nacional. Y los votantes ya saben que se trata de decidir entre la secesión de Cataluña o su continuidad en el marco político y jurídico del Estado español. Mucho más que una primera vuelta de las elecciones generales de diciembre, aunque los partidos constitucionales pidan el voto como si de elecciones generales se tratara. Lógico. Saben que más de un 12% del electorado catalán, escasamente motivado por el sueño independentista, se queda en casa cuando se trata de autonómicas.

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