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Antonio Casado

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Selectivo Rajoy en tiempo de balance

Con el decreto de convocatoria electoral en el BOE, vivimos los últimos compases de un tiempo político caracterizado por la alternancia de los dos grandes partidos

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la rueda de prensa. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la rueda de prensa. (EFE)

Con el decreto de convocatoria electoral en el BOE, vivimos los últimos compases de un tiempo político caracterizado por la alternancia de los dos grandes partidos de la centralidad con eventuales asistencias del nacionalismo periférico. Y por la puerta abierta del 20-D nos disponemos a entrar en una España de cuatro esquinas condicionada por dos retos apremiantes: el chantaje del separatismo catalán y la reforma de la Constitución del 78, cada vez más vulnerable por pura fatiga de materiales.

Impulsado por su reciente descubrimiento de que uno de los fallos de este Gobierno ha sido concentrarse más en hacer reformas que en explicarlas, Mariano Rajoy celebró el final de la más larga legislatura de la historia en TVE y enrueda de prensasobre la España que nos deja. Siempre fiel a su preocupación de que “nos entiendan sobre todo quienes nos financian”, pasó de puntillas sobre la corrupción y el problema catalán -los otros quebraderos de cabeza-para centrarse en la economía. De modo que se dedicó a clavetear por enésima vez las ideas de estabilidad, empleo y crecimiento como grandes logros de su Gobierno en la tarea de recuperar la confianza de los mercados.

Ojo a los efectos electorales de las recetas para salir de la recesión, que no de la crisis. El zarpazo a la facturación del PP será similar al sufrido por el PSOE

El entorno de Rajoy habló una vez de la “economía sin alma” y casi desencadena una crisis de Gobierno. Se referían al relato frío que olvida el precio social de la recuperación. Ayer le volvió a ocurrir al presidente. En vísperas de unas elecciones no es cosa de fustigarse con los problemas de pobreza, desigualdad y exclusión creados por el modelo de remontada. Se llama memoria selectiva. Pero los problemas siguen ahí. Y resultan de aplicar un modelo que ha necesitado el sacrificio de millones de españoles (Luis M. Linde, gobernador del Banco de España, habló de “patriotismo”), en términos de precariedad, devaluación salarial y recortes en la prestación de servicios públicos, para que Moncloa pueda presumir ahora de crecimiento, estabilidad y confianza de los mercados, amén de no haber pasado en su momento por el trance de un rescate a la griega.

Nada tan social como la lucha contra el paro. Es el argumento coral del PP. Siempre se presentó como la tarea prioritaria del Gobierno en la legislatura cancelada. Rajoy se recreó en la sopa de números resultante de conjugar selectivamente los datos de la última EPA. Refleja un descenso del paro cercano a las 300.000 personas en el tercer trimestre del año, deja la cifra de parados en 4.850.800 y permite poner en circulación el mensaje de que el Gobierno ha mejorado la herencia recibida de Zapatero en materia de empleo. Pero no se puede hablar del descenso del paro sin aludir al adelgazamiento de la población activa por salida del mercado de trabajo: personas que dejan de ser 'ocupados'o 'parados'porque se buscan la vida en el extranjero o abandonan toda esperanza de encontrar trabajo.

No es que el PP comunique mal. Es que el mensaje está averiado. No ante los inversores, pero sí ante los españoles con dificultades para llegar a fin de mes

Ese fenómeno permite afirmar que, si bien Rajoy puede presumir de que en España hay ahora 147.000 parados menos, también hay 104.300 ocupados menos que hace cuatro años. Ergo, desde que gobierna el PP se han destruido 104.300 puestos de trabajo. Dato ignorado por Rajoy, poco interesado en admitir que su política económica ha tenido efectos muy tóxicos en el tejido social en un país empobrecido por efectos de la larga crisis económica. Y ojo a los efectos electorales de las recetas para salir de la recesión, que no de la crisis. El zarpazo a la facturación del PP será similar al sufrido por el PSOE en noviembre de 2011. Basta recordar que, como consecuencia de dichas recetas, la mitad de los asalariados son mileuristas y un tercio ronda el salario mínimo.

Echen cuentas y toparán con la realidad de muchos millones de trabajadores en precario, mal pagados o en paro. ¿Con qué grado de fe en los éxitos pregonados por Rajoy van a acudir a las urnas esos votantes? No es que el PP comunique mal. Es que el mensaje está averiado. No ante los inversores, los contables y los jerarcas de Bruselas, pero sí ante los españoles con dificultades para llegar a fin de mes. Entre mileuristas y parados, más de 12 millones de votantes.

Con el decreto de convocatoria electoral en el BOE, vivimos los últimos compases de un tiempo político caracterizado por la alternancia de los dos grandes partidos de la centralidad con eventuales asistencias del nacionalismo periférico. Y por la puerta abierta del 20-D nos disponemos a entrar en una España de cuatro esquinas condicionada por dos retos apremiantes: el chantaje del separatismo catalán y la reforma de la Constitución del 78, cada vez más vulnerable por pura fatiga de materiales.

Mariano Rajoy