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Las encuestas nos confunden
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Antonio Casado

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Las encuestas nos confunden

Conviene tomarse a titulo de inventario las encuestas que estos días están apareciendo en los principales medios de comunicación. Al menos su letra pequeña

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

A punto de comenzar la campaña del 20-D, se vuelven locas las encuestas. Su disparidad nos confunde. Mal asunto si no tenemos mejor forma de tomar la temperatura al electorado. Votos que vuelan sin posarse, alto porcentaje de indecisos y márgenes de error de casi seis puntos (equivalente al más-menos un 2,9% para una muestra telefónica de 1.200, por ejemplo).

Los ciudadanos nos damos al consumo de encuestas como al de salchichas, sin preguntar cómo se hacen. Por si acaso. La clave está en la 'cocina', donde no entra el comensal. Resulta de aplicar “procesos de refinamiento y depuración”. Este delicado hallazgo expresivo de Metroscopia sirve para describir la tarea de conjugar intención directa (lo tiene claro) con voto indeciso (votará pero ya veremos a quién). El guiso, emplatado y listo para servir, se llama “estimación de voto”.

El que paga al gaitero elige la tonada. El refrán nos anima a saber quién encarga las encuestas, por qué se diferencian tanto unas de otras y por qué sus resultados siempre encajan con los deseos de quien las paga. Y de quien las publica. No perdamos de vista que, so pretexto de anticipar escenarios políticos, los sondeos también se utilizan para crear estados de opinión. Sobre todo al principio de una campaña electoral. Ahí el riesgo de la empresa encargada del trabajo es prácticamente cero. Siempre le quedará el burladero técnico de la 'foto fija' de un momento determinado. Y con una campaña tan competida como va a ser esta, tengan ustedes la seguridad de que la foto llegará descolorida a la noche del escrutinio oficial.

So pretexto de anticipar escenarios políticos, los sondeos se utilizan para crear estados de opinión. Sobre todo al principio de una campaña electoral

Por tanto, conviene tomarse a titulo de inventario las encuestas que estos días están apareciendo en los principales medios de comunicación. Al menos su letra pequeña, la que da lugar a un inútil y agotador quinielismo del poder de cara a la ya inminente España de las cuatro esquinas. Y en la que, a mi juicio, Rajoy y Sánchez se mantienen como los dos únicos aspirantes creíbles a La Moncloa, mientras miran de reojo a un Albert Rivera llamado a convertirse en costalero de uno de los dos.

No es letra pequeña el fin del bipartidismo. Chivo expiatorio de la decepción de los ciudadanos que, en términos demoscópicos, se revela en una suma PP-PSOE inferir al 50% del electorado. Al irrumpir los dos emergentes, Podemos y Ciudadanos, se instala la fragmentación. Y con la fragmentación, la cultura de las alianzas. No necesitamos encuestas para anticipar que nos vamos a parecer más a Europa y que viene un tiempo políticamente fecundo. De mayor inestabilidad y también de mayor creatividad. En un arco parlamentario con el PP y Podemos en los extremos, mientras que PSOE y Ciudadanos ocupan el centro.

Es la España a cuatro que se avecina, donde PSOE y Ciudadanos tendrán mayor capacidad de pacto (a doble banda), mientras que PP solo podrá pactar a su izquierda (Ciudadanos) y Podemos solo a su derecha (PSOE). El gran beneficiado es Rivera, encantado de que el PSOE le empuje hacia la derecha y el PP hacia la izquierda. La virtud, que está en el centro, y en el centro se juega por el poder.

A punto de comenzar la campaña del 20-D, se vuelven locas las encuestas. Su disparidad nos confunde. Mal asunto si no tenemos mejor forma de tomar la temperatura al electorado. Votos que vuelan sin posarse, alto porcentaje de indecisos y márgenes de error de casi seis puntos (equivalente al más-menos un 2,9% para una muestra telefónica de 1.200, por ejemplo).

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