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Mi quiniela política para el año 2016
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Antonio Casado

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Mi quiniela política para el año 2016

El bipartidismo terminará imponiendo su ley en nombre del interés general. No puede ser de otro modo cuando PP, PSOE y Ciudadanos suman más de 16 millones de votos

Foto: Mariano Rajoy durante la última reunión del Consejo de Ministros de 2015. (EFE)
Mariano Rajoy durante la última reunión del Consejo de Ministros de 2015. (EFE)

Considerando que el papel lo aguanta todo, consciente de que confundo deseos con realidades -es más, admito que la confusión es deliberada-, aquí va mi quiniela política para el año 2016. Con una apuesta principal: no se repetirán las elecciones autonómicas en Cataluña ni las generales en el conjunto de España. Dolores de parto y esperanza de vida corta de la nueva legislatura en ambos casos, pero finalmente serán investidos Mariano Rajoy y Artur Mas como presidentes del Gobierno central y de la Generalitat respectivamente.

Doy por hecho, se entiende, que este mismo domingo, 3 de enero de 2016, el máximo órgano de dirección de la CUP dejará de marear la perdiz y, por no llevar el estigma de malos catalanes, dará luz verde a la investidura de Artur Mas. La fórmula es lo de menos, aunque me inclinaría por el voto afirmativo de dos de sus diputados y la abstención de los ocho restantes en la sesión de investidura de la semana que viene.

La alegre muchachada anticapitalista zanja su dilema existencial ante la historia entre dos llamadas: la de los desheredados y la de la patria. Con la Cataluña una, grande y libre tan al alcance de la mano, vale la pena encamarse con el partido de los recortes y la corrupción. Los parias de la tierra pueden esperar.

La investidura de Artur Mas será una nueva meta volante en el “proceso de creación del estado catalán independiente en forma de república”, según dice la resolución aprobada por el Parlament a finales de octubre, suspendida por el Tribunal Constitucional. Así que, por un lado, el Alto Tribunal advierte de que ignorar su decisión suspensiva daría lugar a graves responsabilidades, incluidas las penales. Y por otro, la resolución independentista también advierte de que “este Parlament y el proceso de desconexión democrática no se supeditarán a las decisiones de las instituciones del Estado español, en particular del Tribunal Constitucional”.

Así entramos en rumbo de colisión. El problema catalán reaparece como foco de inestabilidad y primer dolor de cabeza del Gobierno de la Nación, obligado a cumplir y hacer cumplir la ley. Será la más apremiante tarea del nuevo Gobierno de España, garante de la integridad territorial y la soberanía nacional de caja única frente a una amenaza objetiva contra el vigente orden jurídico-político. Justamente esa amenaza es lo que va a disparar la cotización del valor “estabilidad” en la bolsa política. Un nuevo salto hacia la “república independiente de Cataluña” sería un desactivador del miedo a la inestabilidad. El aventurerismo nacionalista se vendrá arriba con la investidura del continuador de Pujol. Pero también cursará como freno al Gobierno de perdedores imaginado por el líder del PSOE, Pedro Sánchez.

El problema catalán reaparece como foco de inestabilidad y primer dolor de cabeza del Gobierno de la Nación, obligado a cumplir y hacer cumplir la ley

La constitución de un Govern en Barcelona con voluntad de convertir la resolución independentista en actos jurídicos activará los mecanismos sancionadores del Estado. Y activará también el celo constitucional de los partidos más comprometidos en la defensa del Estado y la legalidad vigente. A saber: PP, PSOE y Ciudadanos, cuyos argumentarios están plagados de apelaciones al “interés general”, el “consenso”, la “estabilidad”, el “diálogo”, el “sentido común”, la “responsabilidad” y la renuncia expresa a pactar con quienes amenazan el ordenamiento constitucional o apuestan por la autodeterminación.

Ver las orejas al lobo (separatismo catalán y una recuperación económica cogida con alfileres) servirá para ir borrando los tintes italianizantes del cuadro: fragmentación, incertidumbre y extraños compañeros de cama. Y entonces se desvanecerá la sombra fantasmal de unas nuevas elecciones generales que ahora planea sobre la clase política.

Como queda dicho en mi carta a los Reyes Magos, no habrá salida a la portuguesa (coalición de perdedores por la izquierda). El plan de Sánchez, tal vez maquinado como un eventual blindaje frente a sus enemigos internos, no casa ni de lejos con la letra ni con el espíritu de la resolución aprobada en el Comité Federal del PSOE el lunes pasado. Pero tampoco habrá salida a la alemana, tal y como propone el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, cuando apuesta por la gran coalición en torno al eje constitucional.

Esta es mi quiniela. Nos guste o no, el bipartidismo terminará imponiendo su ley en nombre del interés general. No puede ser de otro modo cuando los tres partidos inequívocamente adheridos al superior valor de la estabilidad (PP, PSOE y uno de los dos emergentes, Ciudadanos) suman más de 16 millones de votos, frente a los siete cosechados por la suma de Podemos y grupos separatistas. Sobre esa realidad matemática y política se va a construir la gobernabilidad en tiempos de incertidumbre. La clave la tendrá el PSOE cuando los hechos convenzan a Sánchez de que presidir un Gobierno apoyado en Podemos y separatistas es inviable. Y cuando la enésima votación fallida para investir a Rajoy aboque al país a una repetición electoral tan indeseada por el PP como por el PSOE.

Ese será el momento procesal oportuno del inevitable ataque de responsabilidad que ha de sufrir el PSOE. Es doctrina oficial su “no” a Rajoy, pero también lo es que actuará “en coherencia con sus valores, con lealtad a los españoles y anteponiendo siempre el interés de España a cualquier otro objetivo”, según la última resolución de su Comité Federal.

A la espera de que mis documentados deseos se abran paso en una realidad hoy por hoy adversa, ahí queda mi apuesta: se forjará una especie de bipartidismo imperfecto, con Rajoy en Moncloa, Sánchez en la oposición institucional e Iglesias en la 'gamberra', mayoría de derechas en el hemiciclo pero no en el gobierno de la Cámara (Mesa), un socialista en la presidencia del Congreso, acuerdos de geometría variable por partidos y temas, y la complicidad del eje PP-PSOE-Ciudadanos (253 diputados, no lo olvidemos) en temas de Estado como terrorismo, unidad de España, negociación del déficit público con Bruselas, reforma constitucional, etc.

Considerando que el papel lo aguanta todo, consciente de que confundo deseos con realidades -es más, admito que la confusión es deliberada-, aquí va mi quiniela política para el año 2016. Con una apuesta principal: no se repetirán las elecciones autonómicas en Cataluña ni las generales en el conjunto de España. Dolores de parto y esperanza de vida corta de la nueva legislatura en ambos casos, pero finalmente serán investidos Mariano Rajoy y Artur Mas como presidentes del Gobierno central y de la Generalitat respectivamente.

Mariano Rajoy Artur Mas Pedro Sánchez Ciudadanos